Un alto cargo de Ferraz le llama 'el juntacadáveres'. No por lo de Onetti, ni por los muertos de la pandemia, sino por la escabechina que está consumando en el Consejo de Ministros. Otro veterano socialista le conoce como el 'Seelpy Hollow' de Galapagar, por su empeño en segar las cabezas de sus compañeros de Gabinete. Ya lleva unas cuantas. Y alguna aguarda en la lista de espera.
Pablo Iglesias, a quien los analistas estupendos daban por políticamente fenecido hace apenas un mes, se ha erigido en el gran timonel de la nave fantasma y a la deriva en que se ha convertido España. Un navegante maligno y astuto, con un proyecto político diáfano y un cargamento ideológico sin fisuras. Entre Chavez y el gulag.
Un magistrado en el pozo
El primero en caer, en este sanguinario remake de la campana de Huesca que se rueda ahora en Moncloa, fue Juan Carlos Campo, que cometió un fatídico error nada más aterrizar en la cartera de Justicia: pretendió, con suaves maneras, puño de hierro y alguna burleta, pararle los pies a Irene Montero, titular de Igualdad y madre de los hijos de Pablo Iglesias, a cuento de una estropajosa Ley de libertad de sexo. Nunca lo hiciera. Lo ha pagado caro. Campo, un magistrado de reconocida solvencia jurídica, respetado hasta por los togados más conservadores, cayó fatalmente en desgracia, se retiró de la primera línea y aguarda ahora agazapado y quizás contrito, a que cambie la dirección del viento en las borrascosas cumbres del bipartito imperante.
Nadia Calviño resistió lo que pudo con un indomable espíritu numantino, pero finalmente ha tenido que rendir su espada. Ha sido una lucha tensa y cruel, un combate feroz de vice a vice. Calviño libró sus primeros lances contra Iglesias en un Consejo de Ministros fatídico y eterno, en el que el dirigente de Podemos pretendió, fiel a su mandato leninista, nacionalizar algunos sectores estratégicos, como sanidad y eléctricas. La titular de Economía salió muy malherida de ese lance. Todavía se desangra, aunque se presente ante los medios con la cabeza muy alta. Está a dos minutos que se la sieguen de un tajo.
José Luis Ábalos, el áspero capataz del corral de Ferraz, libró un episódico pulso con Ione Belarra, uno de los peones de Iglesias, a cuenta del tope de los alquileres. Por entonces, Ábalos militaba, junto a Carmen Calvo, en el equipo antimorado del Gobierno. La vicepresidenta segunda cayó fulminada por el virus y Ábalos por el Delcygate. La primera, no sin reconocible esfuerzo, intenta reintegrarse a la actividad política. El titular de Transportes, políticamente cadavérico, se ha convertido en un mero peón de utillería. Nadie le escucha.
Sánchez se encoge y amilana ante el decidido carácter y la sagacidad extrema de Iglesias, que tiene muy claros sus propósitos, muy mascado su proyecto y muy aprendida su carta de marear
La cabeza que ahora está en juego es la del titular de Seguridad Social. Es un choque en la cumbre, con silla de preferencia en los medios, ruido de sables, choque de armaduras y titulares guerreros. No es poco lo que está en juego. Nada menos que la paternidad de la renta mínima, ese salario de la supervivencia y el miedo que el Gobierno entregará a los famélicos naúfragos de la pandemia. El ministro José Luis Escrivá le ha plantado cara a Iglesias en el terreno más caro al líder podemita. Este 'ingreso mínimo vital' es la joya de la corona del programa peronista de Iglesias, "no dejaremos a nadie atrás", su baza más preciada, su salvoconducto político para cuando todo se venga abajo, cuando el Gobierno se desmorone, el paro desborde las calles, el Estado entre en quiebra y Pedro Sánchez tenga que escabullirse por alguna recóndita y maloliente alcantarilla.
Escrivá resiste. Pero el ángel decapitador de Galapagar no ceja. Iglesias se ha apoderado del hacha y se muestra implacable hasta las lindes del sadismo. Circulan dos versiones sobre el porqué Pedro Sánchez se he puesto en manos de quien, hace apenas dos meses, odiaba sin disimulos, vetaba en el Gobierno y temía como a una pesadilla. La primera, su inocultable complejo de inferioridad intelectual. Aunque lo detesta, el jefe del Ejecutivo se arruga y amilana ante el decidido carácter y la sagacidad extrema de Iglesias, que tiene muy claros sus propósitos y muy perfilada su carta de marear. El presidente, tan egocéntrico y soberbio, ha experimentado un proceso de degradación similar al de Dick Bogarde en 'El sirviente' de Losey. Entregado y casi humillado, inclina mansamente la cerviz en cuanto el líder de Podemos aparece en escena.
Ley de alarma, mordaza a los medios, hostigamiento en las redes, desprecio a la oposición, manoseo de la Justicia, infame jugueteo con el CIS... el rostro inconfundible del autoritarismo
La otra versión apunta a que Iglesias ha hilvanado una relación estrecha y cómplice con Iván Redondo, el guardián de palacio, el tipo que dice cómo están las cosas, el que señala el camino. Una pareja temible con intereses complementarios. Guardan poco aprecio por los usos democráticos y adoran el poder. Se han sumergido ya en un sendero tenebroso del que es imposible volver. Ley de alarma, mordaza a los medios, hostigamiento en las redes, desprecio a la oposición, manoseo de la Justicia, infame jugueteo con el CIS... el rostro inconfundible del autoritarismo, el anuncio del totalitarismo.
Hay signos de malestar y hasta señales de revuelta en el Consejo de ministros, según informaba aquí Luca Costantini. El episodio de Escrivá, que se dilucidará en el partido de vuelta en mayo, tiene soliviantado al gallinero socialista. Hablan incluso de alguna vaga amenaza de dimisión. No ocurrirá tal cosa, aseguran los conocedores del paño monclovita. Y resumen el estado de la situación: "El Gobierno va mal, pero la coalición marcha bien". El Gobierno, es decir, los novecientos ministros del PSOE y de Podemos, andan a las puñadas, a mordiscos, a navajazos. La coalición, es decir, Pedro, Pablo e Iván, funciona como la seda, caminan del bracete, joviales y cantando, como los tres absurdos personajes de El mago de Oz. Un triángulo inquebrantable al menos hasta que se despejen los hospitales, y todo lo invada la ira de los olvidados, los despreciados, los miserables supervivientes de la tragedia. Se verá entonces quién conserva la cabeza.