Opinión

La unidad fragmentada del independentismo catalán

En tan solo una década, el sistema de partidos nacionalistas en Cataluña ha mutado de la unidad a la más profunda parcelación

  • El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont.

"Unidad", ¿se acuerdan? El grito más coreado del independentismo catalán desde que los guardianes de las esencias convergentes observaron cómo ERC dejaba de ser un partido que no llegaba al 10% para aspirar a convertirse en la fuerza hegemónica de ese sector. Lo nunca visto: nacía Junts pel Sí en el 2015, una coalición independentista que asumía dentro de sus filas desde conservadores a comunistas bajo una misma bandera, la soberanía, que hacía que todo lo demás fuera secundario. El experimento no solo no sumó, sino que restó, en concreto nueve diputados. Sin embargo, el pretexto del relato de la unidad había llegado para quedarse hasta que la farsa era tan evidente y el desastre de tal magnitud, que comenzó el fraccionamiento más rápido y vil que ha conocido un espacio político. Veamos la reproducción de siglas, en la que se ha descompuesto la ex todo poderosa CiU.

Los primeros en nacer como partido fueron los ex militantes de CiU, pragmáticos, hacedores de negocios en la capital del reino y nacionalistas siempre que esto vaya acompañado de progreso económico. Se configuraron como Lliures en el 2017, se definieron como un partido liberal catalanista y post procés. Su líder moral es Antoni Fernández Teixidó y nunca han probado suerte en las urnas, así que pueden considerarse más un grupo de presión, que un partido político. En el 2019 apareció una corriente interna que abogaba por presentarse con Manel Valls a las elecciones, aunque finalmente no fraguó.

También, en el 2017 nació Units per avançar, herederos de Unió Democrática de Cataluña, democristianos, menos nacionalistas que los primeros y catalanistas, pero sin excesos. Ramón Espadaler es su líder más visible, aunque en las últimas horas está cobrando protagonismo Albert Batlle, quien ya se postula como candidato a president de la Generalitat de la suma de todos los demás. Heredaron de Unió el miedo a presentarse solos a las elecciones, aunque a diferencia de Lliures, no estaban dispuestos a hacerlo con fuerzas como Cs; así que formaron una coalición electoral con el PSC para las ultimas autonómicas y municipales, que les ha valido dos puestos como diputado y concejal respectivamente. En la actualidad están barajando la posibilidad de no renovar el pacto con los socialistas para explorar vías con otros partidos, pero de presentarse solos, ni hablar.

Imitadores del nacionalismo vasco

En agosto del 2019 se crea la Lliga Democràtica, un partido que hereda los vestigios de Sociedad Civil Catalana, con José Ramón Bosch como mascarón de proa junto con otros intelectuales del catalanismo, ubicados en el centro derecha. Uno de sus objetivos es romper con la política de bloques y, como afirmó Bosch, “derrotar al nacionalismo en su propio campo”, es decir, en el del relato y la comunicación política.

En junio del 2020 ha nacido el Partido Nacionalista Catalán, o PNC, el proyecto de los de Poblet, a saber, Pascal, Xuclà, Campuzano, y otros ex convergentes que intentaron la lucha interna contra Puigdemont y la perdieron. Son el partido más soberanista de todos los mentados, aunque renuncian a hacerlo por la vía unilateral, de la que se desentienden. Tienen dos claros referentes, el proceso de independencia pactado escocés y el PNV, al que apoyan activamente desde sus redes.

Todavía no se conoce quiénes serán sus lugartenientes, ni el nombre, ni las estructuras, lo único que parece evidente es que él mismo será el candidato a la presidencia de la Generalitat

Y ya en julio del 2020, Puigdemont ha anunciado la creación de un nuevo partido político que le permita concurrir a las elecciones al Parlament de Cataluña sin tener que negociar con su ex partido, el PDeCAT. Todavía no se conoce quiénes serán sus lugartenientes, ni el nombre, ni las estructuras, lo único que parece evidente es que él mismo será el candidato a la Presidencia de la Generalitat, para poder seguir jugando al filibusterismo judicial contra el estado español.

Tampoco es nada claro el horizonte del PDeCAT, un partido nacido para ser CIU con otras siglas, después de que estas estuvieran más relacionadas con el caso Palau, que con la prosperidad de Cataluña. La singularidad del artefacto post convergente es que nunca se presentó con sus siglas a las elecciones del Parlament de Cataluña, como si estas estuvieran malditas. Sin líder, sin cargos institucionales, todos ellos cooptados por los independientes adscritos al 'puigdemonismo', tiene que decidir cuál es su objetivo y medir estratégicamente si tiene capacidad para seguir aspirando a ser lo que un día fue. Además, con menos cambios, quedan con salud de hierro y con expectativas ascendentes, ERC y la CUP, que han optado por vías completamente diferentes. ERC cada vez más próximos al posibilismo; y la CUP con sus ideales antisistema intactos.

Ocho listas en competición

Todos ellos sueñan con ser el Scottish Mational Party, el único partido que represente al movimiento nacionalista–soberanista en Cataluña; cada uno, eso sí, con un acento puesto en sílabas diferentes. En tan solo una década, el sistema de partidos nacionalistas en Cataluña ha mutado de la unidad, a la más profunda parcelación, de la 'casa gran' del catalanismo, al nacionalismo a la carta. Lo único que permanece intacto es la falacia de la unidad. Cada uno, desde su matiz sobre la intensidad nacionalista, reclama al resto que se unan para hacer frente a las elecciones, asumiendo su propia debilidad y el fracaso que sería la presentación de ocho listas compitiendo por un mismo espacio. Sin embargo, una regla de oro de la estrategia política es que las sumas antes de las urnas, restan; y si no, que se lo digan al artefacto de Junts pel Sí. Hasta las elecciones veremos un ejercicio de darwinismo político interesante, solo los más fuertes sobrevivirán. De momento, tenemos la unidad política más fragmentada de la historia reciente del nacionalismo catalán.

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