Opinión

Íñigo rompe con el padre y se va a vivir con la abuela

Un gran estruendo. Lo que en la tarde del jueves removió las entrañas de este sistema de partidos que como un dogal exprime el aliento de nuestra democracia fue algo

  • Íñigo Errejón

Un gran estruendo. Lo que en la tarde del jueves removió las entrañas de este sistema de partidos que como un dogal exprime el aliento de nuestra democracia fue algo más que un terremoto. Hace ya tiempo, desde luego después de que Vistalegre II certificara su derrota en la lucha por el liderazgo de Podemos, lo tuvimos en la redacción de Vozpopuli. Fue una lección de pragmatismo de un tipo con la cabeza bien amueblada y la decisión firme de aceptar su derrota, primero, y esperar en silencio su oportunidad, después, en el convencimiento de que sus armas eran mejores que las de su oponente y de que por tanto llegaría la hora de hacer realidad esa indisimulada voluntad suya de encaramarse al poder. Puso aquí a Pablo Iglesias de chupa de dómine sin necesidad de recurrir al insulto o la descalificación. Con argumentos. En su opinión, las posibilidades de que un partido marxista alcance el poder en un país de la UE son cero o próximas a cero, a menos que ese partido se convierta en un movimiento social capaz de incorporar, de forma transversal como se dice ahora, a otros grupos sociales más o menos alejados de la estricta militancia.

Íñigo Errejón ha esperado su oportunidad. Se la ha servido en bandeja el resultado de las recientes andaluzas. Galletazo de Susana Díaz, y derrota sin paliativos de la marca andaluza de Podemos, un partido prematuramente agostado, convertido en “casta” de la mano de un líder de asamblea universitaria que, como el rayo de sol a través del cristal, ha pasado de vivir en un humilde piso de Vallecas a un casoplón con jardín y piscina en el noroeste madrileño cual redomado burgués. Semejante salto en el alambre no podía salirle gratis. Comprarse un chalé de 600.000 euros y seguir presentándose como el Lenin capaz de rescatar de la pobreza a los oprimidos, es un ejercicio de un cinismo tan brutal que hasta el más lego tenía que descubrir en el lance la catadura moral del profeta de los pobres. Un chalé, por cierto, que meses antes alguien, dicen que un industrial valenciano, había comprado por 1,2 millones de euros (el precio al que estuvo a la venta durante mucho tiempo), para a continuación darle el pase por 600.000, aceptando alegremente perder la mitad de lo invertido.

Estaba claro que esa compra, sometida a todas las sospechas, iba a pasar factura a los marqueses de la izquierda comunista. Un tiro en el pie o algo más arriba, imposible de explicar a menos que Iglesias sea un perfecto imbécil, cosa descartable, o que, como algunos insinúan, se trate de un agente doble adecuadamente retribuido y dispuesto a acabar desde dentro con el partido de revolucionarios que amenazaba seriamente la estabilidad del sistema tras los episodios del 15-M. Pablo, en efecto, ha logrado meter en el redil de Podemos a la tropa de la izquierda marxista para, a continuación, hacerla estallar por los aires con la bomba de Galapagar. Enemigo desactivado. Podemos unplugged. En este contexto, lo de Errejón es la decisión calculada de romper las cadenas que le unían a esta fenomenal impostura, ello de la mano de una Manuela Carmena hoy convertida en auténtica reina de la izquierda, con su edad y sus achaques a cuestas. La tierna abuelita que se comió al lobo feroz. Una enemiga formidable, que ha logrado labrarse una imagen equiparable a la de aquel otro “alcalde fraude” que fue Tierno Galván, para esa derecha empeñada en rescatar para sus siglas la alcaldía madrileña.

Salvo milagro, Iglesias es el pasado. El futuro, mucho más peligroso por cuanto más inteligente, menos primario en las urgencias de una vida muelle, más taimado en el cerco a la presa, se llama Íñigo Errejón, un hombre llamado, como aquí ya se apuntó en alguna ocasión, a encabezar en un futuro la izquierda española. Si en el PSOE actual hubiera vida inteligente, este sería el momento de incorporarlo como futuro líder de un partido socialdemócrata capaz de aspirar de nuevo a grandes mayorías. Lo más probable es que ese liderazgo se articule en torno a una plataforma de nuevo cuño capaz de reagrupar todo lo que hay disperso desde el centro a la extrema izquierda. Lo de los estrategas de Sánchez es de premio: tras hacer alcaldesa a Carmena en 2015, durante una legislatura la han protegido y cortejado en la esperanza de incorporarla a las siglas PSOE cara a las municipales de mayo, para, en el último minuto, ver como Errejón les birlaba el queso que creían a punto de llevarse a la boca. Malo para el PSOE. La izquierda se rompe. Donde antes había dos partidos, ahora apunta un tercero: PSOE, Podemos y “Juntemos”, que de esta guisa podría ser bautizada la aventura que al alimón emprenden Carmena y Errejón. Crece la dimensión política del niño de las cínicas “tres comidas diarias” de los venezolanos. Mengua la coleta de Pablenin.

España y su desafío existencial

Lo de Podemos parece, pues, encarrilado. Lo del PP tiene más difícil arreglo. Tras el decepcionante inicio de esa convención que el PP celebra este fin de semana en Madrid, la cosa ganó ayer sábado altura con la intervención de José María Aznar. “España tiene planteado un desafío existencial”. Es la frase que resume exactamente la dramática realidad de un gran país situado hoy contra las cuerdas por quienes, con el presidente del Gobierno al frente, pretenden acabar con la nación y su Constitución. “¿Cuánto tiempo se puede soportar un Gobierno que permite que se le trate como extranjero en cumbres bilaterales en una comunidad autónoma? ¿Cuánto tiempo tenemos que esperar para que se desarticule el golpe de Estado, el golpe contra la Constitución y la democracia? ¿Cuánto, para que se desarticulen sus tramas y se garantice que las instituciones de Cataluña sirvan a todos los catalanes? Hemos llegado a un punto que era casi imposible de imaginar: un Gobierno que hace depender los PGE de un prófugo de la Justicia y de un preso preventivo por delito de rebelión. Es algo inimaginable, pero real”. Difícil mejorar el diagnóstico.

“Eso es degradar la política. Eso no es dialogar. Eso es rendir la democracia y traicionar el compromiso más elemental de un gobernante. Eso es un insulto a los españoles y a la democracia”. Durísimo alegato de Aznar contra el traidor Sánchez, cierto, aunque el acierto hubiera sido doble si el expresidente hubiera tenido la honradez y valentía suficiente para reconocer a continuación que gran parte de la culpa de lo que está ocurriendo en Cataluña se debe a la traición previa del PP de Mariano Rajoy, incapaz de cumplir con su deber de perseguir y desarticular el golpe del separatismo catalán, pero muy capaz de protagonizar el vergonzoso episodio del jueves 31 de mayo pasado, cuando su negativa a dimitir permitió que al frente del Gobierno de España se colocara un botarate como Sánchez, un tipo dispuesto a todo, incluso a aceptar la partición de España, con tal de seguir en el poder un mes más.

Es la falta de autocrítica lo que desvirtúa el buen discurso de ayer de Aznar. Y es el “cuajo” del PP de Casado de presentar el viernes en la Convención al cobarde Rajoy -cínico como siempre y más obtuso que nunca-, como un héroe digno de elogio. Y es el disparate de la asamblea de ovacionarle reiteradamente. Es ese empecinamiento del PP de Casado en blanquear la corrupción –en su más amplia acepción- del Gobierno Rajoy lo que impide a tantos y tantos miles de votantes huidos del partido regresar a “la casa común” de la que ayer hablaba Aznar. Es la dificultad de volver a confiar en un PP en el que siguen conviviendo dos almas enfrentadas: la de la estulta tecnocracia ayuna de cualquier principio ideológico fuera de gobernar “porque yo lo valgo”, representada por los Rajoy, Soraya, Pastor, Maroto, Báñez, Alonso y demás familia, todos de cuerpo presente en el Ifema madrileño, todos dispuestos a servir de alfombrilla de los dogmas de la izquierda, y la de un Pablo Casado que pugna por revitalizar doctrinalmente un partido que a fuerza de renegar de sus principios acabó siendo engullido en el barro de la inanidad más absoluta.

El reto de Casado se llama PP, no Vox

Ese es el problema del PP de hoy. La asignatura pendiente del PP de Casado. Volver a ser un partido creíble. No hubo en el discurso de Aznar señales de ese renacimiento ideológico más allá de una genérica apelación a “actualizar y fortalecer” el partido. ¿Sobre qué bases doctrinales? ¿Sobre qué principios? A falta de que hoy el propio Casado coja el toro por los cuernos y aborde decididamente esa refundación doctrinal que la derecha política necesita como el comer, me atrevo a decir que ni uno solo de los cientos de miles de votos huidos del PP de Rajoy en los últimos años habrá encontrado en esta tan triunfalista como doctrinalmente vacía convención una sola razón de peso para volver a votar PP. Es el reto de Casado, repito. Su problema no es Vox, un Vox que sigue creciendo como la espuma, sino el PP. Cambiar el PP de arriba abajo expulsando a los Rajoys y sus Sorayos, para dar vida a un partido limpio y creíble, puesto al servicio de la sociedad española, en las antípodas de la banda de amigos dispuestos a pastar en el Presupuesto que ha venido siendo con el patético Mariano. No hay tiempo que perder. Mientras en Madrid le reímos la gracia al niño Íñigo, capaz por fin de reñir con el padre para irse a vivir con la abuela, Sánchez sigue negociando en secreto con los separatistas catalanes el futuro de España, un gran país en riesgo cierto de desaparecer por el desagüe de la historia.

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