Con la que hay armada en Cataluña desde hace cinco meses era cuestión de tiempo que el tema de la inmersión lingüística aflorase. La inmersión es el elefante en medio de la habitación que lleva desde siempre allí, pero que todos han fingido no ver durante más de tres décadas. Desde 1983 en Cataluña la educación pública y concertada no universitaria se imparte únicamente en catalán. Hay, claro, una asignatura de castellano pero como la hay de inglés.
Algo perfectamente comprensible si la práctica totalidad de los catalanes tuviesen como lengua madre el catalán. Pero no es así. Según una encuesta hecha por el Idescat de la Generalitat en 2013, el castellano es la lengua materna del 57% de los catalanes mayores de 15 años mientras que el catalán lo es del 33%.
Esta es la realidad lingüística de Cataluña. En este aspecto tampoco se parece a Flandes, donde la frontera política es también una frontera lingüística. Los catalanes, a diferencia de los flamencos y los valones, son en su mayoría bilingües desde hace siglos y, al menos desde finales del siglo XIX gracias a la labor de instrucción pública emprendida por los Gobiernos de Isabel II y Alfonso XII, toda la población del Principado entiende y habla castellano. Esto ha tenido un reflejo en las artes. Escritores catalanes de primera fila como Josep Pla o Terenci Moix trabajaron en las dos lenguas con igual destreza, y los cantantes catalanes también lo hacen a menudo en los dos idiomas.
La inmersión es el elefante que siempre ha estado en medio de la habitación, pero que durante tres décadas todos han fingido no ver"
En la literatura o en la música no hay conflicto como tampoco lo hubo nunca en la vida cotidiana. La convivencia entre ambas lenguas -que, por lo demás, son muy parecidas- siempre fue cordial y pacífica, tanto que incluso ha dado lugar a formas dialectales como el catañol, una jerga típica del área metropolitana de Barcelona que incorpora léxico de los dos idiomas. Cordial y pacífica siempre que no se entrometiese la política, algo que por desgracia ha sucedido con cierta frecuencia.
Si dejásemos el nacionalismo a un lado, es de cajón que si los catalanes tienen dos idiomas la educación debería impartirse en ambos. Cataluña es un caso único en el mundo ya que escolariza a la mayoría de la población en una lengua diferente a la materna. Lo hace, además, forzosamente. De la inmersión simplemente no se puede escapar, a no ser que se escoja la enseñanza privada, cosa que hace todo el que puede pagarla, incluidos algunos de los más distinguidos políticos nacionalistas. Y quien dice la educación dice también la televisión y la radio públicas y la administración.
A veces se nos olvida que la lengua no es un cuerpo místico ante el que arrodillarse, es un simple código en continua evolución que sirve para transmitir y recibir información, es decir, para comunicarse. Yo escribo en castellano no porque sea mi lengua madre, sino porque hay un número considerable de lectores que comparte ese código conmigo. Si el castellano lo hablásemos sólo mil personas en todo el mundo tendría que haber aprendido otro código para alcanzar una masa crítica que me permitiese vivir de esto.
Nadie escapa a la inmersión, salvo que se escoja, y se pueda pagar, la enseñanza privada, cosa que hacen algunos de los más distinguidos políticos nacionalistas"
Pero a pesar de que la realidad es la que es, hace 35 años decidieron que la educación en Cataluña sería en sólo uno de los dos idiomas. Lo hicieron seguramente con buena intención pensando en la cohesión social. Pero el sistema de inmersión mucha cohesión no había mostrado hasta la fecha porque fue precisamente el que empleó el franquismo... pero en castellano.
En la Transición se pedía que los niños pudiesen estudiar también en catalán. Esgrimían argumentos muy razonables, como el hecho contrastado de que el mejor modo en el que se aprende una materia es estudiándola en nuestra propia lengua. Esa es la razón por la que, sin importar la edad, cuando tratamos de aprender algo nuevo priorizamos los manuales en nuestro idioma materno. Al colegio, al fin y al cabo, se va a aprender muchas materias, la lengua es solamente una de ellas.
Ante esta realidad palmaria los defensores de la inmersión arguyen que el catalán es la lengua propia de Cataluña. Pero no, Cataluña no tiene lengua propia. España tampoco. Los árboles, los prados y los roquedos no hablan, hablamos los seres humanos. Los catalanes son los que tienen lengua propia, tres en concreto: el catalán, el castellano y el aranés. Los españoles tenemos hasta ocho lenguas propias. ¿Se es menos catalán por tener como lengua materna el castellano o el aranés? No, del mismo modo que no se es menos español por tener como lengua madre el gallego, menos australiano por hablar inglés desde la cuna o menos austriaco por ser germanófono de nacimiento.
Los catalanes, a diferencia de los flamencos y los valones, son en su mayoría bilingües desde hace siglos"
La cuestión es cómo trasladar a las aulas esa diversidad lingüística. Evidentemente con libertad, que suele ser un remedio infalible para casi cualquier conflicto. Una posibilidad sería dar a elegir a los padres en que lengua quieren escolarizar a sus hijos. Esto alumbraría centros en catalán y otros en castellano. Y no pasaría nada. En lugares como el País Vasco o Quebec existen líneas lingüísticas en la educación y no son sociedades desestructuradas o que adolezcan de falta de cohesión.
Otra opción es que las escuelas sean bilingües, es decir, que se emplee tanto el castellano como el catalán a la hora de impartir clase. De una manera natural, la mitad de las materias en una lengua y la otra mitad en otra o a elección del profesor. El bilingüismo es la norma en la sociedad catalana. Los catalanes cambian continuamente de lengua en el habla cotidiana, incluso a veces en la misma frase, una habilidad que a los españoles monolingües nos maravilla. ¿Por qué esa circunstancia habitual no se refleja en las aulas? Este mismo modelo podría aplicarse a TV3 o Catalunya Radio, esto es, reproducir en las aulas y en los medios lo que es normal en la calle. No lo veo tan difícil. Tan sólo hace falta dejar un utilizar la lengua como un ariete político y es precisamente ahí donde está el problema.