Una parte considerable de la población, parte en la que naturalmente me incluyo, recuerda el mundo sin Internet. No hace tanto tiempo de aquello. A mediados de los años 90 Internet ya existía pero era algo casi experimental. Iba muy lento y no era especialmente sencillo conectarse a la red. Había que hacerlo con un ordenador muy voluminoso para los estándares actuales y valerse de un aparato llamado módem que enchufábamos a la roseta del teléfono, lo que impedía que, durante la conexión, pudiésemos hacer o recibir llamadas. Los que en aquel entonces éramos universitarios nos entregamos con fruición a una nueva tecnología que, a pesar de nuestro entusiasmo, en esa época aún no tenía muchos usos. Todo lo importante tenía que hacerse offline y la red era poco menos que un entretenimiento para jóvenes y apasionados de la informática.
De haberse producido la pandemia del Covid-19 en 1995 nuestro confinamiento hubiera sido mucho más aburrido y, sobre todo, mucho más improductivo. Hubiéramos estado también más incomunicados y el Gobierno nos la hubiera podido meter mucho más doblada de lo que lo está haciendo. Pero no estamos en 1995, sino en 2020. Antes de la pandemia ya podíamos trabajar, recibir clases, conversar con familiares en la otra parte del mundo viéndoles la cara o comprar casi cualquier cosa a través de la red. No llegamos ahí de golpe, hizo falta una evolución de tres décadas. Durante todo este tiempo la mayor parte de nuestra vida se ha desarrollado en el llamémoslo “mundo real” mientras Internet iba cobrando importancia pero era algo complementario.
El cambio ha sido radical, sólo tres semanas nos separan de nuestro mundo anterior. Hoy lo importante está en línea mientras que el “mundo real” son las cuatro paredes de nuestra casa
Ahora las cosas han cambiado de golpe. Está prohibido salir de casa, sólo podemos aventurarnos más allá de la puerta de nuestro hogar a por comida, medicinas o, en un caso de necesidad extrema, al médico. Todo lo demás está en Internet. El cambio ha sido radical, sólo tres semanas nos separan de nuestro mundo anterior. Hoy lo importante está en línea mientras que el “mundo real” son las cuatro paredes de nuestra casa. El “mundo real” se ha quedado limitado a la alimentación (o, mejor dicho, a no pasarse con ella) y, para quienes tienen la suerte de estar confinados con alguien, a hablar con ese alguien.
El resto, el entretenimiento, la formación, la socialización y el trabajo lo tenemos en Internet. No sé yo hasta dónde somos conscientes de que nos encontramos en un punto de inflexión, también en nuestros hábitos de vida y de trabajo. En esto último el mundo offline, lo que antes era el “mundo real”, se ha quedado reducido a un estado de realidad residual que no ha desaparecido y que si se mantiene es porque aún hay empresas que no se han puesto al día. Cuando todo esto haya pasado es muy probable que todos lo que se lo puedan permitir quieran permanecer en línea. Me explico, ¿quién querría volver a padecer largas y tediosas reuniones presenciales después de haber descubierto la aplicación Zoom?
Esto obligará a muchas empresas a replantearse el presentismo, esa lacra tan habitual que premia calentar una silla muchas horas al día y no tanto ser productivo
Hicieron falta tres décadas para que los formularios digitales reemplazaran a los impresos, pero han bastado tres semanas para que empresas enteras sólo se reúnan por videoconferencia. Es cierto que no ha sido algo repentino. Las videoconferencias ya existían y se utilizaban en muchas empresas, pero las reuniones eran presenciales a no ser que se indicase lo contrario. De manera que lo que en principio se hizo por imposición para garantizar el distanciamiento social, al final se hará por simple comodidad y eficiencia. Algo parecido va a suceder con el teletrabajo. Muchos de los que lo han probado han descubierto sus innumerables ventajas, empezando por el ahorro de tiempo y combustible y terminando por el mejor uso del horario laboral. Esto obligará a muchas empresas a replantearse el presentismo, esa lacra tan habitual que premia calentar una silla muchas horas al día y no tanto ser productivo. Los que han descubierto todo lo que pueden hacer desde casa sin necesidad de tomar el Metro o atascarse en la autopista, presionarán para realizar al menos parte de su trabajo en remoto.
Lo mismo podríamos decir de la educación. Dondequiera que una clase consista principalmente en ver a un tipo hablar, tiene mucho más sentido hacerlo por Internet mediante un vídeo que se pueda detener, pausar y rebobinar. La enseñanza en línea era ya una tendencia antes, el virus simplemente marca un punto de inflexión. Para muchas carreras universitarias no es necesario un campus físico porque su metodología se basa en lecciones magistrales y dinámicas de grupo. Ambas pueden hacerse a distancia, en tiempo real y de manera mucho más eficiente. Otras carreras, las que precisan de un laboratorio o de instrumental específico seguirán necesitando la presencia física, pero para un cometido muy concreto, no para todo. No sería de extrañar que la universidad del futuro sea un puñado de instalaciones donde realizar experimentos.
Acelerada transición
Esto es aplicable para muchas asignaturas de educación secundaria y también para la atención médica. En muchas consultas médicas no hay exploración, el médico se limita a tomar nota de los síntomas que da el paciente. Este tipo de consultas pueden hacerse mediante una aplicación y recibir a través de ella el diagnóstico y la receta en formato electrónico.
El desarrollo de las redes no se ha detenido, todo lo contrario. Las redes 5G que están empezando a desplegarse son más rápidas, fiables y sin apenas latencia. En muchos aspectos lo que hasta hace no tanto denominábamos entorno virtual pasará a ser el entorno real tal y como a millones de personas les está sucediendo durante estas semanas. Es, de hecho, hacia donde íbamos. La Covid-19 se ha limitado a acelerar la transición. Algo que hubiese llevado años vamos a hacerlo en meses y, aunque ahora estemos recluidos forzosamente, el cambio lo haremos de manera voluntaria. Uno de los ganadores de toda esta crisis es Internet que, después de treinta años de evolución y mejora, ha alcanzado finalmente su madurez.