El año más estéril e inútil de nuestra escueta democracia toca a su fin. Un auténtico desastre que culminará, posiblemente, con la investidura más perversa y decepcionante que recuerden los tiempos. El equipo de Sánchez lo ha hecho bien. Ha convertido la fecha de la entronización presidencial en una quiniela nacional, en un juego de adivinanza compartido por políticos, observadores, analistas y demás afectados por este cólico miserere de la investidura. ¿Será en Nochevieja? ¿Quizás con la cabalgata? Nadie pregunta ya por el contenido del pacto, ni por la genuflexión de Adriana, ni por los delatores balbuceos de Ábalos, ni por la doliente postración de todo un Estado en aras de la voluntad de un personaje atrabiliario.
La reciente sentencia europea sobre la inmunidad de los golpistas ha añadido más confusión al drama. Ya los hay que piensan que Puigdemont es un pobre sacrificado en el altar de la pérfida Justicia española o que Junqueras un héroe secuestrado por torturadores franquistas. Este episodio es judicialemente enrevesado e inaprensible. La gente, guiada del ronzal por unos medios de sectarismo cegador, anda confundida, y lo mezcla todo, el referéndum con la zambomba, la independencia con el mazapán y a Iceta con Papá Noel.
Los últimos sondeos certifican lo abigarrado y difuso del gran embrollo. Pese a renunciar a lo honesto y abrazarse a la impostura, Sánchez permanece al frente de la intención de voto de los españoles, con una superlativa tranquilidad y sin amagar el menor aspaviento. "El bien público requiere que se traicione y se mienta", aseveraba Tiberio. Salvando las distancias, Pedro en funciones siempre ha estado en ello.
Sánchez se ha convertido en el fiel servidor de ERC y del más empecinado combatiente contra la unidad de España, es decir, el plácido inquilino de la celda de Lledoners
El año cierra casi donde arrancó, un bucle extenuante y cansino. Una travesía que retorna al punto mismo de partida. Es decir, Pedro Sánchez mendigando el respaldo de Frankenstein. Hubo un momento, durante el verano, en el que el líder socialista se mostraba muy alejado de cualquier tipo de relación con los golpistas. Cambió de postura, como tantas veces, y ahora se ha convertido en el fiel servidor de ERC y del más empecinado combatiente contra la unidad de España, es decir, el plácido inquilino de la celda de Lledoners.
Un año tirado al estercolero, en el que sólo se ha avanzado hacia el abismo. Tan sólo se han movido dos elementos, como apuntaba Alsina con indudable ingenio, Franco y Vox. No mencionó desintegración de Albert Rivera, quizás porque ya se tata de material de prensa rosa. Los restos del dictador fueron finalmente exhumados y transportados a El Pardo en un grotesco esperpento que todavía abochorna a algunos de quienes lo promovieron. Una jugada que salió mal. El PSOE, pese al manoseo arqueológico, perdió 800.000 votos en noviembre.
Madrid da el sorpasso. Ayuso arrolla a Torra. Una comodidad próspera, abierta y libre a la que Sánchez ha puesto la proa y pretende dinamitar
También Vox se ha movido. Ha duplicado sus escaños, ha rozado los cuatro millones de votos y se ha convertido en el tercer partido de la Cámara, aunque a Meritxel Batet le cueste asumirlo a la hora de repartir los sillones del Hemiciclo. Santiago Abascal, en tiempo récord, se ha convertido en protagonista indiscutible de nuestro tablero mutante. Vox se consolida y mantiene su estrategia de aparecer poco, lo justo, y de evitar protagonismos prematuros, a la espera de que el PP se desinfle.
Se movió, no hay que olvidarlo, Madrid, el epicentro constitucional, que le ha obsequiado un estruendoso sorpaso a Cataluña en lo tocante al crecimiento del PIB. Ayuso arrolla al confuso Torra, extraviado xenófobo sin honor ni valor. Madrid, una comunidad próspera, abierta y libre a la que Sánchez ha puesto la proa y pretende dinamitar. Madrid va camino de convertirse en el último refugio constitucional, un oasis democrático que, en menos de nada va a estar sitiado por un Gobierno estrafalario, con ministros neocomunistas, alendado por un rebaño de obcecados racistas, enfermos de rencor y furor.
La hora del Rey
Tampoco se ha movido el Rey, abrazado a su mensaje del 3 de octubre del 17. Se ha movido, eso sí, la heredera, la princesa Leonor, exultante en las encuestas. Merece ser Reina. Quién sabe. Algunos recuerdan ahora el pasaje con el que Pla relató la llegada de la Segunda República: "Una monarquía, que según escuché en el café, duraba quince siglos, ha caído como un peso muerto que se desploma, minada por todas partes, por la base y por la altura. No ha resistido nada". No hay que ponerse trágico. Ojalá haya Corona que heredar. Que así sea.