La política española, atascada en la cárcel de Lledoners, donde reside temporalmente quien todo lo decide, ha optado por refocilarse en lo escatológico a la espera de novedades. Una escapada al excusado y unos cuantos chistes de color marrón. El momento cumbre de la semana coincidió con la entrevista a Manuela Carmena en Onda Cero. Un ruido delator (¿eso es lo que parece que es?) desató las alarmas y los aspavientos del periodista. Las redes hicieron el resto. Alsina, con un ingenioso dominio del medio, aprovechó el caso para explotar mediáticamente el estruendo a base de 'cuescos' y otras ventosidades. Sólo faltó Cassen. Es broma.
Ahí no quedó todo. La investidura sestea en el boudoir. Los pactos se cierran en el urinario. En secreto. Es como un guión maloliente entre Ferreri y Bertolucci, entre La gran bouffe y El último tango. Quim Torra juega a ser el Philippe Noiret de aquella gran comilona y se recrea en describir las flatulencias con las que pensaba obsequiar al tribunal que le tiene imputado por desobediencia amarilla. “He comido un buen plato de judías con butifarra y según lo que me pregunten los jueces, la cosa puede salir por un agujero o por otro”. Torra es un tipo de aspecto poco aseado, espeso, con trajes de cuando Pujol era español del año y zapatos brumosos, como de caminar por el estiércol. Tiene algo de menesteroso y algo de eclesiástico. En la tierra del caganer, sus bromitas aerofágicas gozan de gran predicamento.
García Page intenta emular al Brando del tango. Lambán, a su lado, es una cotorrilla atolondrada, que primero llama "indeseables" a los independentistas, con quienes negocia Sánchez, y luego suspira lo de “si Pedro me dice ven, lo dejo todo”, cual tonadillera de teatrillo de provincias.
Es la ceremonia del trágala, la apoteosis de la humillación que protagoniza Sánchez arrodillado en el cuarto oscuro frente a Junqueras
Page es más severo y con más mala leche. Circunspecto como un mozo de espadas, ascendió en la política con Bono, a quien todo le debe, y, como Bono, jamás será secretario general del PSOE. “Yo para Reyes no quiero vaselina”, ha sido su frase del mes. Ocurrente pero falsaria. Si no es con vaselina, será con mantequilla, porque Sánchez ya ha entrado en la fase de la berrea y no parece dispuesto a refrenarse. Si hay que sacrificarse, si hay apareamiento, pues a ello. Y elija usted el lubricante.
Empantanados entre el fango y la ignominia, los baroncitos del PSOE apenas rechistan. La derecha, algo pasmada, aguarda su turno. La extrema izquierda, ya ministerial, se frota las manos. Y mientras tanto, ese rosario de bromas chuscas, gracietas de parvulario, llenan la espera. Caca y pis mientras se aclara la investidura. Pura añagaza. Lo verdaderamente escatológico de la situación no es la retahíla de cuescos y ventosidades, sino algo mucho más perverso y abrasador. Es la ceremonia del trágala, la apoteosis de la humillación que protagoniza Sánchez arrodillado en el cuarto oscuro frente al perfil rencoroso y maligno de Junqueras. Lo que antes era una "crisis de convivencia" ahora se torna en "conflicto político". Lo que antes era "diálogo con la Generalitat", ahora es negociación de Estado a Estado. Hemos pasado de la España prefederal a la España plurinacional y las ocho naciones de Iceta, 'que las he contado yo'.
Sánchez, sobrado de arrogancia y escaso de escrúpulos, ha convertido la política española en un mugriento lodazal en el que se suceden todo tipo de episodios impensables y obscenos, liturgia previa a la antesala del desastre. Los demócratas están a punto de ser derrotados por gente despreciable y aquí la pasamos entretenidos entre chanzas y pedorretas. Entre el tango y la 'grande bouffe'.