'Solía pensar que mi vida era una tragedia, pero ahora me doy cuenta de que es una comedia'. Arthur Fleck (Joker)
En México han tenido la buena idea de titular la película de Todd Philips como El Guasón, que así es como se defiende el español sin necesidad de esperar nada de los españoles en este asunto. Aquí hemos dado por bueno que para que las cosas sean creíbles hace falta un golpe anglófilo, bien sea para nombrar una nueva profesión o para rotular el bar de la esquina que vende bocadillos de calamares.
Me gustó mucho la película cuando la vi. Sé que me encantó más de lo convencional porque me pasó con ella como con las más grandes, que enseguida sentí la necesidad de verla de nuevo. Creía que Hollywood la iba a tratar mejor, pero sólo ha habido un Oscar para el actor principal y otro para su música. Como en la vida, el problema de las hiperactuaciones bien hechas -ojo, bien hechas-, hace que lo que hay alrededor se vea gris y subalterno. Y eso pasa en Joker, que la espectacular forma de interpretar de Joaquin Phoenix al tarado -pero no tanto-, de Arthur Fleck anula y ensombrece la posibilidad de que premien con más justicia bien a su director, bien al guión extraordinario.
Hacer reír a la gente
Ya saben el argumento. Arthur adora hacer reír a la gente, pero su carrera como comediante es un fracaso. Lo que viene después está envuelto con el papel del repudio y el fracaso. La historia es tan general y cotidiana que es imposible no colocarla cerca de nosotros y de la actualidad. El Guasón, ese que aún no conoce cómo va terminar, está en todos sitios. Sus bromas empiezan a tener menos gracia cada día, y poco a poco la gente se va dando cuento de que maldita la gracia de un remedo de cómico que no hace reír. No ceja en su intento, lo seguirá intentando. Cuando el Guasón se percata de que ha fracasado ya es tarde, y no hay posibilidades de salir airoso. Se queda solo cuando el final ya está muy cerca y resulta inevitable.
El fin de semana pasado los servicios de propaganda de La Moncloa nos sirvieron una buena tanda de fotos de los ministros en los Quintos de Mora. Fue una reunión que buscaba, al modo de los ejercicios espirituales de antaño, que el numeroso Gabinete respirase el ambiente de un mismo credo lejos del formalismo de los Consejos de ministros, donde unas a otras se llaman de usted. ¿Digo bien, unas y otras?
Venga fotos y más fotos de ministros y ministras paseando, sonriendo, hablando amistosamente…Todo muy coloquial y dinámico. Y en todos las televisiones. Gracioso, sí, pero sin risa
La reunión en la finca de Los Yébenes estuvo hecha para engrasar las relaciones con unos ministros de Podemos que hace unos meses llamaban a Pedro Sánchez de todo menos bonito. Estuvieron reunidos siete horas, siete, pero salieron en todos los telediarios, como si allí hubieran pernoctado y las reuniones hubieran sido interminables. Junto a los 22 ministros se desplazó un batallón de asesores y edecanes que fueron los que trabajaron, si es que alguien puede trabajar en tan corto espacio de tiempo. Joker hizo su trabajo. Venga fotos y más fotos de ministros y ministras paseando, sonriendo, hablando amistosamente…Todo muy coloquial y dinámico. Y en todos las televisiones. Gracioso, sí, pero sin risa.
Es imposible no ver la mano de Iván Redondo en todo esto. La mano de un personaje oscuro e inquietante que está hoy más cerca del Joker que de un analista o comedido asesor. Joker es para algunos ministros, a los que su omnímoda presencia maldita la gracia que les hace, un verdadero misterio que han de conllevar, igual que España con la mitad de Cataluña. Y qué decir de la oposición. Y qué del común de los mortales ante la evidencia de que manda más que la mayoría de los ministros. Redondo no tiene la gracia para hacer reír, pero sí para entusiasmar a quien le paga y utiliza. Es como un cardenal en el Vaticano muy cercano al Papa, tiene poder e influencia, y ya saben que la Historia enseña que esta es más importante que la primera.
'Durante toda mi vida no sabía si realmente existía. Pero yo sí, y la gente comienza a darse cuenta'. Arthur Fleck (El Guasón)
Su vida es un zascandilear en el PP de Cataluña y en el de Extremadura, donde fracasó al intentar asaltar al poder para recalar en el PSOE. Siempre supo lo que quería ser, y por eso los que le conocen advierten: Monago fue su títere, Sánchez puede serlo. El cesarismo que Redondo impulsa en favor de Sánchez puede terminar con el presidente, pero no con él, porque él no está, no consta, no firma, no le llaman de usted en el consejo de ministros. Gracia sin gracia, pero muy destructiva. Tremendamente eficaz. Es como esos grandes gerifaltes de la prensa que dirigen periódicos sin necesidad de que su nombre aparezca en la mancheta. Mejor no te enfrentes a él. Imprevisible, astuto, eficaz, ideológicamente ambiguo, políticamente siniestro. Primero yo, luego naide y en después todos los demás, que decía el torero. Puro Joker.
Temer el fracaso
Hay un momento en la película en la que Fleck se repite una y otra vez eso de yo me entero de todo, que no lo diga es diferente. Y ese es uno de los grandes misterios y poderes del Joker de La Moncloa. Su información es tanta y tan dispar que despista a ministras y vicepresidentas que hacen cábalas sobre lo que sabe y lo que no. Recordarán los que han visto la película, que sus problemas se acrecientan en un plató de televisión, que tan bien conoce Redondo.
Su nombre no estuvo nunca en una papeleta electoral. No lo necesitó. Tuvo influencia donde estuvo y supo desechar con inteligencia el poder que viene y va. Sus principios son los que son tras descubrir que si antes las personas (los políticos que asesora) amaban la vida ahora temen la muerte (el fracaso). Tiene más poder que el noventa por ciento del Consejo, y sin embargo sólo debe explicaciones a Sánchez. Nunca intervendrá en un Pleno, ni tendrá que dar cuenta en una Comisión parlamentaria. Es el puto amo, que dicen ahora. Lo volvió a demostrar en los Quintos de Mora. Sabe que no hace reír. Nadie reirá con él porque está para otra cosa. Sabe que hay en el Gobierno quien le empieza a temer por lo que sabe y no dice, pero puede contar. Es un Guasón sin gracia. Y además, se entera de todo, que no lo diga es diferente. Y esto, amigo lector, no es una película. Y da un poquito de miedo. ¿O no?
David Gistau.- Escuchando radios y leyendo periódicos me sorprendo de ser de los pocos periodistas que no era amigo de Gistau, aunque leía todo lo que escribía. Debe de estar gozando con la cantidad de estupideces que dicen los numerosos amigos que desde el domingo le han salido a este hombre bien escrito y articulado. Amistades que matan, querido David. Incluso cuando te has muerto. Muy español, ¿verdad?