No sé si recuerdan a Steve Bannon, el estratega responsable de la campaña de propaganda que llevó a Donald Trump a sentarse en el Despacho Oval y considerado por muchos como el padre de la nueva ola populista. Quién le iba a decir a la izquierda que nuestro Bannon patrio resultaría ser el hombre que susurra al oído de Pedro Sánchez, la mano que mece la cuna de Su Persona: Iván Redondo.
La batuta de Moncloa concibe el gobierno como un producto publicitario diseñado para que lo compren los españoles, que además de ser el público potencial es también el encargado de financiar el coste de la que, sin ninguna duda, va a ser una legislatura eminentemente propagandística embadurnada de palabrería empalagosa y moralista.
Ni por un momento crean que la campaña va a tener como objetivo presumir de logros, por el mero motivo de que está concebida para vender al Gobierno socialpodemita como un logro en sí mismo, como una combinación planetaria progresista intrínsecamente virtuosa y buena, si me permiten parafrasear a Leire Pajín. Lo importante no es que el medicamento cure la enfermedad, sino que la receta suene bien a los oídos de una sociedad abandonada al paternalismo político. Y esto es algo que un tahúr de la homeopatía política como Iván Redondo no iba a dejar pasar.
Ahí los tienen, intentando convencernos de que están trabajando duro mientras tuitean vídeos plagados de frases grandilocuentes y vacuas usando una cuenta institucional, la de la Moncloa
Por eso hemos visto a Pedro Sánchez, a sus cuatro vicepresidentes y a no se sabe cuántos ministros, convertidos en influencers en Quintos de Mora. Ahí los tienen, intentando convencernos de que están trabajando duro mientras tuitean vídeos plagados de frases grandilocuentes y vacuas usando una cuenta institucional, la de la Moncloa. Quienes integran el poder ejecutivo de nuestro país no son más que meros prescriptores de una marca, la del socialismo, más preocupados por colocar el producto que por los problemas que acarrea su manufactura o sus resultados. Al fin y al cabo, España compra y España paga.
Reforma del Código Penal
Pero hay facturas que no pueden pagarse ni siquiera a cargo del déficit, como la del coste reputacional que esta inmensa campaña de marketing y de manipulación masiva va a suponer para nuestras instituciones. Convertir lo que es de todos es una enorme plataforma propagandística socavará la necesaria neutralidad institucional y conducirá, inexorablemente, a la destrucción de la confianza ciudadana en los pilares que sustentan la democracia liberal.
Y no digamos ya el anuncio de transformar el Código Penal en un panfleto ideológico a la carta. Porque mientras que con el abaratamiento de las penas por sedición se pretende premiar a los políticos delincuentes que les han aupado al poder, con la tipificación como delito de la apología del franquismo lo que se persigue es, en el fondo, el enaltecimiento del socialismo. Todo aquello que incomode a nuestro dream team progresista pasará a ser ilegal, mientras que aquello que propicie su perpetuación en el poder será debidamente recompensado.
Y es que ése es el único objetivo de toda esta farándula mediática y legislativa: el PODER. Un poder mayor, tanto en calidad como en duración, que no es posible con las actuales cortapisas legislativas y salvaguardas institucionales. En definitiva, para los aprendices de totalitarios la alternancia y la temporalidad siempre han sido un engorro. De lo que se trata ahora es de convencernos de que, aunque algunos nos resistamos a creerlo, lo hacen todo por nuestro bien.