Reconozco que, tradicionalmente, siempre he sentido bastante afinidad hacia los postulados de la izquierda contemporánea en materia de defensa de la libertad sexual. Lo primero que me viene a la cabeza son los discursos emancipadores de Betty Friedan en los años 60, o los movimientos feministas de finales de esa década que, frente a las prohibiciones de aparecer en público en bikini, adoptaron esta prenda como símbolo de emancipación de la mujer y libertad sobre su cuerpo.
También conviene recordar su activismo a favor de los derechos de los homosexuales y el matrimonio gay, o la propuesta del partido socialista relativa a que, en los delitos sexuales, el bien jurídico a proteger fuese la libertad sexual de la mujer y no su honestidad, la cual se plasmó finalmente en el Código Penal de 1995, que abandonó la terminología de violación en favor de la de agresión sexual. No quiero dejarme en el tintero el más reciente manifiesto contra la actual Ley Integral de Violencia de Género suscrito en mayo de 2006 por varias intelectuales feministas, entre las que se encontraban Manuela Carmena o Uxue Barcos, denunciando una “excesiva tutela de las leyes sobre la vida de las mujeres, que puede redundar en una actitud proteccionista que nos vuelva a considerar incapaces de ejercer nuestra autonomía”.
Con estos antecedentes entenderán mi sorpresa ante el giro de 180 grados que, en temas como los arriba señalados, ha dado la izquierda en estos últimos años, hasta el extremo que algunos (y algunas) parecen querer tildar de machismo que las mujeres nos mostremos orgullosas de nuestra feminidad y la exhibamos como buenamente nos plazca.
Ahora, cuando se leen determinados comentarios o propuestas, es difícil saber si su autor es progresista o conservador: desde ambas posiciones políticas se cuestiona el uso de maquillaje y la exhibición del desnudo femenino, se rechazan el porno y la prostitución libre y voluntaria, o hasta se muestra cierto desagrado hacia la forma de vestir de la mujer contemporánea occidental. Respecto a esto último, es curioso observar cómo determinados sectores feministas de la izquierda se muestran incómodos con imágenes de mujeres desnudas o semidesnudas (algo que achacan al patriarcado capitalista) mientras relativizan las de mujeres usando velo islámico o burkini. El feminismo ha crecido, evolucionado y triunfado en el seno de las democracias liberales capitalistas, y esto es algo difícil de asumir para quienes quieren convertir el feminismo es un instrumento mucho más ideológico que liberador.
La izquierda actual, en muchos aspectos, se muestra tan puritana y pazguata como la derecha tradicional conservadora
Concretamente, en materia de liberación sexual de la mujer, la involución de la izquierda tradicional es patente, puesto que en muchos aspectos se muestra tan puritana y pazguata como la derecha tradicional conservadora. De hecho, las antiguas reivindicaciones feministas las estamos defendiendo mayoritariamente mujeres que no nos consideramos de izquierdas pero que rechazamos estos “nuevos” postulados. Si aceptamos que aquellas reivindicaciones de los años 60 hasta ya entrada la década de los 2000 eran feministas, entonces el actual movimiento mojigato, identitario y con pulsiones claramente censoras no puede serlo.
Frente a quienes pretenden burocratizar la libertad sexual, yo siempre defenderé que el sexo entre personas responsables y maduras no puede ajustarse a los dictados de lo políticamente correcto, ni mucho menos tener perspectiva de género: el sexo, junto con otros muchos factores, conforma nuestra identidad y es parte indisoluble de la libertad del individuo, sea éste hombre o mujer. El deseo, el coqueteo o la práctica del acto sexual son una creación artística personalísima que no admiten censura.