En la Prensa favorable a la investidura de Pedro Sánchez al precio que sea (que no es necesariamente la prensa de izquierdas; son cosas completamente distintas) se puede encontrar, desde hace días, un argumento alucinante a favor de la amnistía para los sublevados independentistas catalanes del otoño de 2017: que la Constitución de 1978 no prohíbe expresamente la amnistía, luego cabe en la Carta Magna. Es el viejo disparate de que todo lo que no está expresamente prohibido es lícito y hasta bueno, y lo mismo al revés.
Bien. Pues es verdad. La “Consti” no prohíbe expresamente las amnistías. Pero sepan ustedes que tampoco prohíbe los zombis. Ni el reiki. Ni el terraplanismo. Así que ya lo saben ustedes: la próxima vez que se encuentren con un gilipollas de esos que dicen que el planeta es un disco y no una esfera, trátenles con la debida consideración, respeto y simpatía. Y si añaden que el calentamiento global se debe al aumento de los pecados en el mundo (los pecadores arden en el infierno, que está debajo de la tierra; como esta es un disco, se produce un “efecto sartén” y se calienta todo), pues háganles caso, caramba, que a lo mejor tienen razón, ya que la Constitución no los contradice.
La palabra amnistía procede del griego ἀμνηστία, que significa literalmente olvido. Tiene la misma raíz que la palabra amnesia: pérdida de memoria. Esto deja perfectamente claro que la amnistía no es un perdón. Eso es el indulto, incluso el “indulto general”, que sí está expresamente prohibido por la Carta Magna. Cuando alguien nos ofende, nos insulta o nos hace daño, está en nuestra mano perdonar o no perdonar. Incluso si quien nos ha herido no nos lo pide. El caso más brutal que conozco es el de los familiares de las víctimas de ETA. Si ustedes vieron la impresionante película Maixabel, de Icíar Bollaín, habrán comprendido que es posible el perdón incluso hacia quien ha destrozado por completo tu vida. Porque el perdón, entre otras virtudes terapéuticas, cauteriza el odio, y muchos no sabemos vivir con odio. El perdón es muchas veces, por tanto, una cuestión de mera supervivencia. Una necesidad.
El uso de la amnistía es tan infrecuente y suele limitarse a los momentos en que una tiranía es derribada y sustituida por una democracia. Fue lo que pasó en nuestro país en 1977
Pero la amnistía no es eso. La amnistía es el olvido; es decir, cambiar el pasado… o, al menos, las normas que regían en ese pasado; negarlo, hacer como que nunca ocurrió para borrar, en la medida de lo posible, el daño que esas normas hicieron. A efectos jurídicos, la amnistía es (y así se usa comúnmente, así se usó en España en 1977) que el Estado reconozca que aquello por lo que se condenó o castigó a alguien no era delito, que estaba bien, que no merecía ningún tipo de sanción ni expiación; que lo que estaba mal, lo que era injusto, era la Ley que se aplicó a los condenados.
Por eso, el uso de la amnistía es tan infrecuente y suele limitarse a los momentos en que una tiranía es derribada y sustituida por una democracia. Fue lo que pasó en nuestro país en 1977. La nueva autoridad, elegida por todos los ciudadanos, determinó que no eran delito todos los actos de intencionalidad política que habían llevado a la cárcel, o al exilio, o a la muerte, a muchos miles de personas durante la dictadura. Porque en una democracia no es delito pensar de modo diferente al que manda. Porque en una democracia se pueden defender las ideas, cualquier idea (incluidos los zombis, el reiki, el terraplanismo; incluso que la covid no existe y son las vacunas las que matan), con todas las garantías de que nadie te va a meter preso por pensar así.
En una democracia es casi inimaginable la amnistía: porque es difícilmente concebible que, con las leyes democráticas en la mano, alguien haya sido castigado no por un crimen, que eso es otra cosa, sino por un delito que en realidad no era delito; por algo que estaba bien. Eso se podría haber corregido –y así se hace casi siempre– gracias a los mecanismos previstos por la propia Ley. Por esa razón la amnistía no aparece siquiera en la Constitución. Porque no hace falta. Porque es inimaginable que en una democracia el Estado pueda cometer, o mejor dicho legislar, atrocidades que no puedan ser corregidas más que por el olvido de algo que no era delito, como es inimaginable que aparezcan los zombis o que la tierra sea plana o que con las vacunas nos inoculen un chip para controlarnos.
Las calles de Barcelona y de muchos más lugares se convirtieron en una batalla campal en la que los sediciosos imitaron los más brutales logros de la kale borroka vasca de años atrás. Una turba paralizó el aeropuerto del Prat
En Cataluña, antes o después de aquella pantomima de “referéndum” que se celebró el 1 de octubre de 2017, se promulgaron leyes (autonómicas) que proclamaban la “desconexión” de la región con el resto de la nación. Eso es ilegal y quienes lo hicieron lo sabían. Se proclamó, bien es cierto que con una duración de unos cuantos segundos, la independencia de una “república” que se festejó en las calles: yo estaba allí y lo vi. Eso es ilegal. Los cabecillas de aquella rebelión viajaron a todas partes donde les quisieron recibir para insultar a España, ante gobiernos e instituciones internacionales, como estado opresor y represor, dictatorial y tiránico; la gente que les recibía lo hacía como si aquellos fuesen los “profetas” que aparecían en La vida de Brian diciendo insensateces ante los muros del templo, pero ellos lo hicieron. Las calles de Barcelona y de muchos más lugares se convirtieron en una batalla campal en la que los sediciosos imitaron los más brutales logros de la kale borroka vasca de años atrás. Una turba paralizó el aeropuerto del Prat. Se bloqueó el AVE en Girona. Intentaron asaltar una comisaría en la Via Laietana. Se acosó el Parlamento de Cataluña. Se hicieron muchas cosas que nos pusieron a todos los pelos de punta…
Todo eso se puede perdonar. De hecho, fue lo que se hizo. El Estado, con la Ley en la mano, indultó a los máximos responsables de aquella triste historia, que habían sido detenidos y encarcelados. Aquellos indultos, con los que muchísima gente no estuvo de acuerdo, están en el origen (creo yo) de que, a día de hoy, los partidos indepes hayan quedado electoralmente reducidos, en Cataluña, a un estado casi mendicante. El PSC-PSOE tiene hoy, él solo, más votos que todos los indepes juntos.
Se puede perdonar, sí, pero lo que no cabe ni en la Constitución ni en cabeza humana es amnistiarlo; esto es, decir ahora que todo aquello que hicieron no fue delito. Que hicieron bien y que tenían perfecto derecho a cometer todo aquello. Que fue el Estado quien actuó fuera de la Ley o conforme a una Ley injusta. Porque no es verdad. El Estado democrático hizo lo que tenía que hacer; ante una situación de rebelión abierta, aplicó la Constitución (art. 155), en una decisión que apoyaron los dos grandes partidos, y el resto de las leyes para contener aquello que muchos seguimos considerando un golpe de Estado como la copa de un pino.
Amnistiar aquello es mucho más que “olvidar” aquellos hechos o que echar pelillos a la mar. Es admitir no solo que aquellos delincuentes tenían razón sino que era la Ley la que estaba mal, desde la Constitución al Código Penal, pasando por todo el resto de la legislación que se aplicó en cada caso. Es admitir que la democracia no lo era, que era el Estado el que estaba estaba fuera de la Ley. Es decir, un absoluto disparate.
Que la democracia española diga de sí misma que no lo ha sido, que actuó ilegalmente (eso es la amnistía), es la claudicación de la nación, como tal, a cambio de un plato de lentejas, que es la investidura
Como todo eso no cabe de ninguna manera en la Constitución, los especialistas en semántica política seguramente estarán buscando ahora mismo sinónimos adecuados para vestir de seda la mona que pretenden soltar. Pero ignoran, olvidan, fingen olvidar o simplemente les importa un rábano que todo eso vaya a ser perfectamente inútil. La experiencia de estos últimos 46 años de democracia (desde las elecciones libres del 15 de junio de 1977) nos enseña que esto de ahora es un paso más, y de los últimos, en el camino hacia la independencia de Cataluña. No los catalanes; los indepes no quieren otra cosa, lo han dicho mil veces. Que la democracia española diga de sí misma que no lo ha sido, que actuó ilegalmente (eso es la amnistía), es la claudicación de la nación, como tal, a cambio de un plato de lentejas, que es la investidura.
El mecanismo es el mismo de siempre: se llama facha, viejo, gagá o traidor a todo aquel que no está de acuerdo con es barbaridad, se llame González, Guerra Ibarra, Page, Redondo o quien haga falta. Ahora resulta que apoyar el arrodillamiento del Estado, la negación de nuestra democracia, a cambio de unos votos, es ser de izquierdas.
¿Cómo hemos podido llegar a esto?