Opinión

Los señores del relato

Los Países Bajos han reconocido que no pueden garantizar la seguridad de su Casa Real pero nosotros seguimos poniendo sus nombres con siglas

  • Pedro Sánchez -


En 1970 un grupo de ácratas de la Escuela de Arquitectura de Madrid sacaron a la luz un documento estremecedor. Constaba de una docena de folios ciclostilados en los que se reproducían los escritos de las puertas interiores de los retretes de la Facultad. Eran tan bestiales y cutres que ninguna de las organizaciones clandestinas que entonces proliferaban osó hacerse eco de aquello que se denominaba “De la miseria del medio estudiantil”. Han pasado 50 años y hoy con una mano de prosa autoficcionada alcanzaría el trending tropic y hasta lo colarían entre los finalistas del Premio Planeta.

Pretender un análisis de la situación política tiene algo de hacer solitarios con la baraja. Cuando no salen las cartas que necesitas basta con un guiño tramposo para que te sientas contento con el resultado. Puedes mentir hasta el delirio porque partes del principio de que nadie va reprochártelo. El relato consiste en manipular la realidad a tu conveniencia. Cada vez que uno escucha que el gran peligro que nos amenaza está en la ultraderecha debe tomar conciencia de que se están burlando de él. Una humillación de la inteligencia para hacer cumplir lo que se ha convertido en el lema de nuestra realidad: “el poder desgasta…sobre todo al que no lo tiene”. Una divisa de Giulio Andreotti, el más tóxico de los políticos italianos.

El presunto gobierno “más progresista de la historia” desde la Transición llega a acuerdos de Estado con la derecha periférica, carlistona y corrupta, cuando no delicuencial. El mundo gira hacia la ultraderecha, pero Meloni y Orban ya no son frontera de nada, ni “fachosfera”, ni fasciopopulismo, sino una “necesidad” que garantiza seguir controlando “la virtud” que derrama a manos llenas quien está habilitado para hacerlo. Podía haber sustituido a Teresa Ribera por Luis Planas y hubiera driblado a los conservadores, pero Ribera es una pieza que debe ocupar el espacio que le ha marcado; está casada con el jurista Mariano Bacigalupo, un influyente curador de la magistratura vinculada al PSOE.

La llamada nueva política se hace por parejas, algo insólito desde Perón. Sánchez-Begoña, Iglesias-Montero. Una corriente en el PSOE madrileño ha iniciado una propuesta singular: oponer en la Comunidad de Madrid a la mujer del Presidente, “pulcra y honesta”, frente a Díaz Ayuso. Dos mujeres y la oportunidad de aprovechar el tirón mediático del relato victimista.

Seguir al precio que sea; el único peaje que debe cubrirse puntualmente es el alimento a “los señores del relato”. “Sánchez ha hecho de la lucha contra la ultraderecha el corazón de su discurso”, escribe Carlos (Elordi) Cue en el diario oficial que adelanta al BOE. Tezanos, el desvergonzado, hace encuestas a precio de Estado; si al menos el Presidente le creyera convocaría elecciones a todo correr. Da lo mismo mientras mantenga enhiesto el pabellón blindado; está para cubrir el relato.

Soñar con una sociedad normal alcanza ya la categoría de utopía. ¿Y a qué llamamos una sociedad normalizada? Pues a manejarnos en lo obvio. Alguien que se ocupe de la realidad estaría aterrado ante la noticia de que el principal policía del Estado en la lucha contra el narcotráfico, Oscar Sanchez, un jefe multicondecorado, llevaba años trabajando para las mafias y rellenaba las dobles paredes de su casa con millones de euros, incluso en su propia oficina. Aseguran que las máquinas de contar billetes se atascaron ante el volumen del acumulado. ¿Y nadie pregunta nada, aunque esté bajo secreto del Sumario? El ministro del Interior mudo, la oposición en otra cosa. El jefe de la todo poderosa Mocro Maffia con sede en Holanda, Karin Bouyakrichan, fue puesto en libertad en febrero por un juez de Málaga; luego desapareció, como era lógico.  

Los Países Bajos han reconocido que no pueden garantizar la seguridad de su Casa Real frente a la Macro Maffia pero nosotros seguimos poniendo sus nombres con siglas

Los Países Bajos han reconocido que no pueden garantizar la seguridad de su Casa Real frente a la Macro Maffia pero nosotros seguimos poniendo sus nombres con siglas. Les confieso que a mí me preocupa más Oscar Sánchez, el gran jefe de la policía, convertido en narcomillonario, que la ministra Ribera trasvasada a vicepresidenta de cuota en el Comisión Europea; de ella conozco sus esclavitudes, sin embargo del tal Oscar nada, y en verdad que él ha influido más en la criminalidad de la sociedad española que cualquier empoderada apalancada. De ella sé para qué está, pero de la peripecia de ese relevante guardián del Estado hasta anteayer lo desconozco todo. Mosquean los ojos tuertos que se alarman de la ultraderecha del relato, una amenaza, y silencian a unos narcotraficantes con mayor presupuesto que un ministerio. La deriva hacia el narcoestado.

Un país normal consiste en vivir su conflictividad con las puertas abiertas. Que la agencia oficial EFE, dirigida con descaro por el que fuera Secretario de Comunicación del Gobierno, Miguel Ángel Oliver, trasmita bulos es más grave que las patochadas de un tal Alvise y sus 800.000 mostrencos resabiados que le votan y cubren sus mordidas. Tres bulos oficiales, luego eliminados, recuerda aquel supuesto error de la TVE retransmitiendo un partido de fútbol de gran audiencia, cuando tras el gol del triunfo se coló una sigla cubriendo la pantalla que decía escuetamente “PSOE”. Se disculpó la responsable, Rosa María Mateo, luego nombrada directora del Ente. En esta ocasión fueron tres y nadie parece haberse dado por aludido. Que la ultraderecha había organizado el recibimiento a las autoridades del Estado en Paiporta -mandaron un equipo especial de la Guardia Civil al pueblo devastado, con resultado negativo; se trataba de agresivos indignados. Luego un helicóptero que explotaba en la Torre de Cristal de Madrid, que nunca tuvo lugar. Por último, mataron al escritor Fernando Aramburu, que acababa de publicar un sentido artículo despidiéndose de “El País” y que tuvo que salir a decir que seguía vivo y en Hannover, para suerte suya. Demasiado ¿no? Rectificar una falsedad es en ocasiones solicitar un perdón innecesario que evita saber el porqué. ¿Alguien ha preguntado algo? No, que yo sepa, porque los bulos siempre los fabrican los otros.    

En el fondo no se pelea por dominar el relato sino por la capacidad para imponerlo. Sobre esa suerte puede jugar siempre a ganador el que se echa las cartas del solitario. Sin un asomo de ironía, Jordi Amat, uno de los plumillas adictos al poder desde hace dos décadas, escribía de un colega más veterano en la brega del relato: “En el currículo de Xavier Vidal-Folch (72 años) apenas queda espacio para más premios”.  La política a la manera de Andreotti exige estómagos resistentes. Estamos pues preparados para entrar en otra pantalla bajo el lema “Sé fuerte Ábalos”.

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