El colchón es elemento esencial en nuestro atrezzo político. Pedro Sánchez desvelaba en su autobiografía fake que lo primero que hizo al entrar en Moncloa fue cambiar el colchón. Por si las liendres, se supone. El alcalde Almeida acaba suscribir el 'pacto del colchón' con todas las fuerzas políticas madrileñas mediante el cual el Consistorio se compromete a recoger por las casas aquellos colchones prescindibles y camino de ser arrojados a la vía pública. El acuerdo incluye, naturalmente, un articulado más prolijo pero este del colchón no es asunto menor.
Tras los cien días de arresto domiciliario a los que nos tuvo sometidos el ínfimo Sánchez, las veredas madrileñas aparecieron inundadas de jergones purulentos que habían soportado feroces combates de sus propietarios contra el virus chino. Los civilizados madrileños que sobrevivieron a la contienda, optaron, en colosal número, por dejarlos plácidamente sobre las aceras, las plazuelas, los bulevares, hasta convertir la ciudad en un inquietante cementerio de camastros y colchonetas.
De esta forma, con este elogiado acuerdo municipal e interpartidista (en la política española el consenso transversal es lo que priva, tiene buena venta, quizás por naif e insípido) José Luis Martínez-Almeida ya ha solventado el trámite del colchón lo que, de acuerdo con los analistas más avezados de los despachos de Génova, supone estar en condiciones de entrar en el club de los aspirantes a la Moncloa. El 'compromiso del colchón' le avala como político dialogante, empático, propositivo, inclusivo y hasta ecológico, como el anuncio de la cerveza Damm.
Feijóo, un político moderado, centrado, que alcanza acuerdos y no grita, es la estrella del momento en tanto que el sector de Casado, radical, cayetano y aznarí, tiene presuntamente los días contados
Cumplido el trámite de las elecciones vascas y gallegas, los taxidermistas de la derecha vuelven a elucubrar sobre el futuro de Pablo Casado, a cuenta de la victoria rotunda y absoluta de Núñez Feijóo en su cuarta edición. El argumento de quienes mueven el suelo que pisa el líder del PP resulta tan simplón como falaz. En el País Vasco ha perdido el hombre de Casado, un Iturgaiz, mientras en Galicia ha triunfado su más directo rival. El tedioso bucle. Feijóo, un político moderado, centrado, que alcanza acuerdos y no grita, es la estrella del momento. El líder gallego podría presentarse en Génova cuando se le ponga y reclamar lo suyo, es decir, la silla gestatoria de Fraga, (ya tiene la que ocupó en Galicia) el padre fundacional del cotarro. Casado pasaría a engrosar el pelotón de loser.
Si Casado no es la quintaesencia de la templanza, la moderación y la prudencia, entonces ¿qué es? ¿Un populista exacerbado? ¿Un descerebrado ultramontano? ¿Un hooligan sin bozal?
La cantinela se escucha infatigable desde los medios del sanchismo, que se derriten ahora en cataratas de elogios hacia el barón gallego mientras sacuden con saña al palentino tranquilo a quien sitúan en la crispación cayetana y aznarí. Hasta Ábalos se sumó a la causa galaica en la negra noche del domingo en Ferraz. 'La moderación triunfa', vino a decir el miembro del gobierno más radical de Europa. Pamplinas, dicen los veteranos del PP. Si Casado no es la quintaesencia de la templanza y la moderación, entonces ¿qué es?. ¿Un populista exacerbado? ¿Un descerebrado ultramontano? ¿Un maldito hooligan? A veces 'muy de Vox'. Otras, 'demasiado centrista'. Al líder de los populares le han llamado de todo, en especial desde su interna, esa pantanosa charca erizada de cocodrilos.
Quienes en verdad conocen las entrañas el PP describen un escenario mucho más tranquilo. Pese al trastazo sufrido en Vasconia, Casado salió bien vivo del domingo. Fundamentalmente, porque los protagonistas del batacazo fueron quienes se sientan ahora en los despachos de la Moncloa. Feijóo, aunque le haga ostensibles y algo ridículas cucamonas a Mañueco y Juanma Moreno, el ala menos casadista de su formación, no se plantea ni de lejos atisbar el retorno a Madrid. Le gusta elucubrar con tal posibilidad, sentirse admirado, deseado y reclamado. Cierto que ya no está Soraya para las zancadillas, pero ese tren lo desechó en el momento crucial. Exigió Feijóo que Rajoy le despejara de contrincantes el desfiladero de las primarias del PP y no coló. Y se quedó en casa, con su colchón. Muchos pensaron entonces que su cobardía era irreparable.
"Almeida es el tipo más hábil que anda por aquí", comenta un alto cargo del socialismo madrileño. Tiene la mente despierta, el verbo afilado y las neuronas en continua ebullición. Un fuera de serie
En el indigente biotopo de nuestra escena política, quien sí tiene el colchón harto dispuesto para concurrir en las previas de la carrera hacia la Moncloa es Almeida, el auténtico valor en alza de la cuadrilla popular. Tiene la edad justa, la simpatía a borbotones, la sonrisa precisa, el carisma a carretadas y una gestión de la pandemia que despierta elogios en todos los frentes. "Es el tipo más hábil que anda por aquí, un fuera de serie", comenta un alto cargo del socialismo madrileño. Tiene la mente despierta, el verbo afilado y las neuronas en continua ebullición. Gran embaucador, enorme negociador, excelente transador, "nos enqaña a todos, siempre con una sonrisa", añade esta fuente.
El alcalde de Madrid ignora los cantos de las harpías que pretenden enfrentarle a Casado. Aunque muy distintos en formas y maneras, son grandes amigos, provienen de la misma cepa del partido y comparten la misma idea de España, del PP y de hacer política. Ambos tienen una asignatura pendiente: ganar unas elecciones. Almeida, no sin esfuerzo, logró el sillón municipal y por ende, el poder. A Casado, de momento, le falta conseguir su colchón para respirar tranquilo.