Se llama Franco. Algunos le llaman 'Franquito' y es gallego. Matemático según su falseado curriculum, y secretario general del PSOE en Madrid. También ejerce de delegado gubernativo en la Comunidad, asunto al que le dedica tan escaso tiempo que ni siquiera logró enterarse de lo que se venía encima, los cuatro jinetes del Apocalipsis en forma de pandemia. Le imputaron y le absoliveron. La jueza le reprochó su 'inacción' ante el desastre, pero poco más. Y ahí empezó su escalada política. Franquito, aunque apenas le conocen en su barrio, se ha convertido en pieza clave en el tablero del sanchismo.
Sánchez le encargado derribar a Isabel Díaz Ayuso y tomar Madrid. Poca broma. Franquito lleva treinta años en el PSOE. Ayuno de especiales merecimientos, dotado de las luces intelectuales justas para transitar por carreteras secundarias, ha desarrollado una carrera política mediocre pero atinada. En los partidos son necesarios este tipo de personajillos anónimos, sumisos y obedientes, que no alzan la voz. Juvenil concejal, chico del café, animador de mítines, recaudador de diezmos, diputado culiparlante, experto en nada y perejil en casi todo. También es funcionario del ministerio de Defensa.
Un tipo rudo y huraño, 'tan feo por fuera como por dentro', comenta un veterano de su partido, ámbito en el que no goza de enorme estima
En las primarias que condujeron a la resurreción de Pedro, tuvo Franquito el instinto de colocarse del lado de los ganadores, es decir, en la vereda opuesta a Madina y a Susana. Y ganó. Ahí encontró al fin un hueco en la abigarrada línea de los segundones de su equipo. Se le encargó ordenar al socialismo madrileño, misión imposible, y se le redondeó el sueldo con el despacho de la delegación de Interior en Madrid.
Y Franquito se transformó en Franco, ese hombre. José Manuel Franco, 62 años, un tipo rudo y huraño adornado por un rostro inhóspito e inmoral. Dicen en el partido, donde apenas se le aprecia, que 'es tan feo por fuera como por dentro'. Quizás, pero Sánchez le dispensa una cierta simpatía. La justa. Ni siquiera le menciona en su apócrifa autobiografía, ese gotha aldeano y triste del nuevo socialismo.
Gabilondo es otra cosa
Quienes le conocen bien aseguran que Franco es de la misma pasta que su líder. Ligero de escrúpulos, ambición desmedida, dispuesto a todo casi todo, hábil en la intriga y bueno para casi nada. Ángel Gabilondo es otra cosa. Un poco ñoño y flojón, como un peluche de baratillo, un platerito de feria. Hay coincidencia en que para esta batalla no vale. Tampoco servía para ministro pero dado el nivel de sus cofrades, su paso por Educación apenas causó más estropicios que los justos.
Sánchez convocó días atrás a su equipo de combate, sus ideólogos de brillantina. para diseñar la campaña del asalto a Madrid. Allí estaban el gurú Iván Redondo, el eficaz Félix Bolaños, al apparatchik Santos Cerdán y, por supuesto, el emergente Franco. No se invitó a Gabilondo. De ahí salió una consigna muy clara: Hay que aprovechar el vendaval de la pandemia para defenestrar a Ayuso y tomar Madrid.
La última muestra de la arremetida es el vídeo manipulado en un hospital de Parla. Una pieza tramposa que rodó por todas las teles con indigna intensidad. El siguiente paso será la ofensiva en los tribunales
Franco se cuadró ante la orden, asumió el encargo y está ya en ello. Han trascendido algunos de sus primeros pasos. En su condición de encargado del partido en la comunidad, reunió a sus alcaldes para impartir instrucciones sobre la ofensiva. 'Retorcer' los episodios de las residencias, estrujar el dolor de los ancianos, exprimir el drama familiar con abuelos fenecidos. Como se ve, una línea constructiva y edificante, el sendero más adecuado para revitalizar la economía e imprimir estímulo a la región. Sanchismo en estado puro. Sin escrúpulos ni titubeos. Todo consiste en señalar al enemigo y ahogarle en inmundicia. A Casado, por ejemplo, se le tacha de fascista y golpista. A Ayuso la pretenden cubrir de cadáveres. Quizás se trate de un método algo zafio y despreciable, pero 'no hay otra forma de ganar a esta tía', reconocen en el equipo socialista.
El bombardeo sobre la cabeza de Ayuso es de una constante ferocidad lindante con lo grotesco. En cualquier caso, apesta. El último ejemplo, ese vídeo manipulado de un hospital de Parla. Una pieza tramposa que rodó por todas las teles con curiosa intensidad. El siguiente paso son los tribunales. Hay que llevar a Ayuso ante el juez, sentarla en el banquillo, hacerle un Rajoy. Estos episodios truculentos sobre el abandono de los mayores tienen escaso recorrido penal. Franco lo sabe. El PSOE lo sabe. Pero basta con que un magistrado decida convocar a la presidenta en condición de imputada para que se desate la fase de ensañamiento con vistas a la decapitación.
Manipular las cifras de muertos
Será entonces llegado el momento para que el PSOE promueva la moción de censura con la que tanto juguetea, y seguramente Ignacio Aguado, un político de cualidades éticas tan sólidas como su flequillo, se sumará a la jugada a cambio del sillón presidencial. Franquito, de esta forma, habrá cumplido con el encargo de su líder. Madrid se vestirá de rojo anaranjado. Nada hizo por evitar las concentraciones masivas y populares del 8-M. No se quiso enterar del riesgo, optó por no escuchar las advertencias de peligro. Tampoco Sánchez quiere contar los muertos. Le encarga a Fernando Simón que manosee las cifras, oculte los datos, manipule la estadística. En la España del progreso, la mentira no pasa factura, está amortizada. Después de la hecatombe, tras de cien días de encierro, engaños y alarma, Su Persona y su partido siguen en el top de los sondeos.
Disolver la Asamblea y convocar elecciones anticipadas puede ser la única opción para que el PP conserve el gobierno de la Comunidad. Una maniobra no exenta de riesgos. Llegan los bárbaros. Sánchez, Franquito y su cuadrilla. Habrá que salvar Madrid.