Hace un mes murió por coronavirus la actriz Lee Fierro. Probablemente nadie la recuerde por su nombre, sino por una secuencia de la película Tiburón (1975, Steven Spielberg). Es la madre de una víctima de la bestia que, al enterarse de que las playas no se habían cerrado pese a que existían sospechas de la presencia de un escualo, acude al puerto y, vestida de riguroso luto y entre lágrimas, abofetea al sheriff Brody (Rob Scheider). Es una de los momentos más recordados de este clásico del cine.
En esa misma película ocurre que, tras los ataques en la playa, la gente tiene miedo a meterse en el agua. Aunque presuntamente se ha pescado al tiburón, nadie quiere bañarse. El alcalde de la ciudad, empecinado en mantener las playas abiertas e interesado en que no se hunda la industria del turismo, anima a uno de sus concejales para que se meta en el agua y, de paso, provoque que el resto de personas lo imiten. Es justo lo que ocurre. Todos a darse un chapuzón. El problema, claro, es que el tiburón sigue vivo.
Con el coronavirus nos pasan algunas cosas parecidas. Por mucho que lo expertos insistan en que se ha doblegado la curva y las cifras hayan mejorado, nuestro miedo, que por supuesto está justificado, permanece inalterable porque el bicho continúa vivo. Y también, como en la película, hay burdos personajes de la política interesados en vender que el problema está resuelto. Seres que anteponen el interés económico o comercial a la salud pública. Tienen demasiada prisa con las fases. Quieren aparentar normalidad cuanto antes.
La película se centra en el terror que provoca el tiburón, pero incluye asimismo una acerada crítica a los políticos por conducirse sin transparencia. Aquí el terror también lo provoca el virus, pero asimismo abundan la opacidad y el oscurantismo
La película que catapultó a Spielberg está centrada en el terror que provoca el tiburón, pero incluye asimismo una acerada crítica a los políticos por conducirse sin transparencia. Aquí el terror también lo provoca el virus, pero asimismo abundan la opacidad y el oscurantismo. Para muestra, un botón: el Gobierno no quiere hacer públicos los nombres de la comisión que decide si cada provincia pasa o no pasa de fase aunque la ley obliga a publicarlos.
Todos los caminos, hasta el recuerdo de esa genial película, nos llevan a lo mismo: el miedo, las fases y las playas. Porque no sé si saben que la directora de Salud Pública de la Comunidad de Madrid dimitió del cargo porque no quiso firmar el informe que pide el paso a la fase 1; no firmó por miedo a las consecuencias penales. También el director de Emergencias del Gobierno vasco tuvo que dimitir porque le multaron tras saltarse el confinamiento (en ese caso el PNV tenía miedo de que le afectase en las urnas); el hombre, con un par, se había ido a su casa de la playa.
Los expertos del CSIC acaban de publicar un estudio que concluye que el contagio es "muy poco probable" cuando nos bañemos en la playa este verano (si nos bañamos)
No salimos de la siempre recomendable agua del mar. Resulta que los expertos del CSIC acaban de publicar un estudio que concluye que el contagio es "muy poco probable" cuando nos bañemos en la playa este verano. Explican que la acción coaligada de la arena caliente, la sal del mar y los rayos ultravioleta hacen casi imposible que nos infectemos de la covid-19. El problema está, según el mismo estudio, en las aglomeraciones. O sea, el peligro está en la gente.
Lo de las fases es tan confuso que no sabemos cuándo nos podremos bañar en el mar. Pero está claro que la tradicional imagen de las playas abarrotadas no se repetirá este año. Quizás nos dejen ir por turnos, pero el miedo hará el resto. En nuestro caso tendremos muy complicado explicarle al pequeño que no habrá castillos de arena ni cubos y palas para construirlos. A los niños de mi generación, aterrados por aquella película, también nos costó entender que el monstruo no estaba en el agua.