Opinión

Motín para un naufragio

(Crónica desde la nave socialista)

  • Pedro Sánchez.

Al día de hoy cualquiera diría que los hechos quieren indicar que, a pesar de estar averiada, la nave del PSOE no corta el mar, sino vuela hacia la abstención que permita que el candidato Rajoy sea presidente de un nuevo gobierno del Partido Popular. Dado que esa parece la intención de quienes por extraños designios han acabado estando al frente del PSOE, quizá algún vate tenga el arrojo suficiente para recitar, con la venia de Espronceda,  una recreada versión de “La canción del pirata” tras el asalto sufrido por la ya depuesta dirección, con la dimisión de quien era su secretario general, sin ocultar entre la musicalidad de sus versos que la accidentada travesía que ahora se aproxima a su fin va a suponer el naufragio de una nave que algunos condenaron a una deriva irreparable.

Desde aquellos días de diciembre, cuando ciudadanas y ciudadanos votaron con las expectativas de quienes estaban convencidos de estar conformando un nuevo mapa político para que España se reorientara con acierto en medio de sus crisis, algún “gran timonel” –nada que ver con aquél de la “larga marcha”- ya señaló el rumbo que el Partido Socialista habría de seguir.

La accidentada travesía que ahora se aproxima a su fin va a suponer el naufragio de una nave que algunos condenaron a una deriva irreparable

Nada de virar a babor, pues navegar hacia la izquierda supondría pactar con tripulaciones a las que se tildaba de populistas o comunicarse con nacionalistas, otrora aliados pero ahora mal vistos cuando sobre el mástil se hace ondear la bandera de una España monolítica. En consecuencia, parte de la tripulación socialista escoró la nave a estribor, como si un pacto con Ciudadanos fuera lo único posible de registrar en el cuaderno de bitácora que se le había entregado a un secretario general puesto bajo estricta vigilancia.Si no era posible arribar a la “gran coalición”, al menos habría que llegar al puerto controlado por el partido que pudiera aglutinar más apoyos. ¿Por qué sería que ese puesto de ventaja se adjudicaba al PP, prescindiendo de corrupciones, recortes y medidas de autoritarismo antidemocrático? No era sólo por eso de que había obtenido más votos y más escaños, pues toda la tripulación sabía que se navegaba con la cartografía de un sistema parlamentario. El orden, por el contrario, es lo que había que salvaguardar para que no se desencajaran las piezas de un sistema con síntomas de hundimiento.

Si no era posible arribar a la “gran coalición”, al menos habría que llegar al puerto controlado por el partido que pudiera aglutinar más apoyos

Todos conocemos la tormentosa historia que desde entonces nos ha traído hasta el día de hoy. Siendo imposible sacar adelante una investidura del candidato socialista, presentado a la misma con el pacto con Ciudadanos bajo el brazo una vez que desistió de presentarse el candidato derechista, las segundas elecciones se situaron como nueva etapa de la navegación en curso. El PSOE logró con buenas razones orientar sus derroteros bajo la bandera del  “no a Rajoy”, “no a un gobierno del PP”, incluyendo la negativa a una posible abstención que, aun desde una supuesta pasividad, lo encumbrara hacia la presidencia del ejecutivo. El lema fue asumido por la tripulación y el pasaje socialistas: bajo él se hizo la nueva campaña electoral y bajo él siguió actuando la dirección socialista tras los resultados de la misma, adversos, ciertamente, pero no hasta el punto de cercenar toda posibilidad de pacto parlamentario de las “fuerzas del cambio”.

El secretario general, una vez derrotado el candidato Rajoy en el intento de ser investido, rediseñó la ruta para tratar de conjuntar a las “fuerzas del cambio” en la nueva singladura. El “no es no” definía claramente a dónde no se quería ir, y todos en la nave socialista aplaudían con fervor tan firme decisión. No obstante, ciertos temores circulaban entre la tripulación, y los más fervientes seguidores del “gran timonel”, siguiendo las instrucciones de su más aguerrida lugarteniente, empezaron a rumorear por la bodega que tal empecinamiento conducía al desastre. La consigna que vendría después se fue preparando: había que cambiar de bandera. En un determinado momento habría que reemplazar el “no es no” por “una abstención en aras de la estabilidad”.

Mas el capitán, puesto en su papel, el que públicamente se le había encomendado, no estaba por la labor de ofrecerse como chivo expiatorio para cargar con las culpas de la traición que supondría el cambiazo de una bandera por otra. Intentaba, pues, seguir virando el buque a babor, pero con un runrún entre la oficialidad –salvo excepciones procedentes de la marinería de la periferia, especialmente- que iba poniendo en cuestión su liderazgo y su noble intento de hallar una salida para un “no” que no podía mantenerse indefinidamente y urgía, en cambio, a transformarse en un “sí” a un gobierno alternativo como la digna solución necesitada por España.

Cuando los plazos se agotaban y, por otra parte, se vislumbró sobre el horizonte la posibilidad de que un pacto alternativo cuajara, la rebelión a bordo empezó a tomar forma con prisas inocultables. Los mensajes enviados al puesto de mando iban siendo cada vez más nítidos, invocando la catástrofe que sería entrar en la previsiblemente desastrosa etapa de unas terceras elecciones. Una tripulación con muchas bajas y un pasaje hastiado no auguraban ni siquiera afrontarlas con el necesario vigor, máxime cuando la nave neoliberal había salido de los astilleros reforzada y calafateada hasta el punto que la corrosión de su casco se disimulaba con notable éxito ante los ojos que no quisieran ver. Para colmo, desde ella se emitían engañosos mensajes invocando el sentido de Estado, la responsabilidad política y hasta el amor a la patria que, cual encantador canto de sirenas derechistas, seducía de forma irresistible a parte de la oficialidad socialista, la que se dispuso a aprestarse al motín que debía acabar con el mando de un capitán que quiso navegar sin tutelas de “gran timonel” y sin presiones de quienes estando a bordo, o desde otros puertos, presionaban para no llegar a la tierra firme de un gobierno alternativo.

Para colmo, desde ella se emitían engañosos mensajes invocando el sentido de Estado, la responsabilidad política y hasta el amor a la patria

Tocando a rebato para la rebelión, y con discurso del “gran timonel” amarrando los cabos de su justificación, todo se dispuso para provocar la dimisión de Pedro Sánchez, llamado por el destino a ese triste final en la reunión de un convulso comité que ciertamente hizo zozobrar la nave. Con un equipo provisional al frente –la llamada Comisión gestora, de dudosa legitimidad para las funciones encomendadas-, su misión no es otra, al parecer, que ensanchar las tragaderas de la  tripulación y preparar la aquiescencia de un agotado pasaje para, abandonada toda esperanza de alternativa al PP, aceptar el amargo cáliz de la abstención para que el candidato popular haga gobierno. Nada, por cierto, de consultar a la marinería, que donde manda nuevo capitán, a las órdenes de un lejano almirantazgo, no mandan marineros. Lo grave es que se cierran los ojos y se tapan los oídos para no sentir cómo cruje la nave, como se le ensanchan las vías de agua, cómo sube de tono el malestar de la marinería, cómo hay abandonos en masa del pasaje…  La travesía puede acabar en ninguna parte. O lo que es peor, en el fondo al que arroje a la nave socialista el arrogante poderío con que se ha rearmado la flota conservadora y neoliberal.

Mientras piensa si aún habrá margen para cambiar el rumbo y sobrevivir dignamente, me cuentan los allegados que al recoger sus pertenencias, sobre la mesa de su camarote, el depuesto capitán Sánchez encontró el “Juan de Mairena” de Antonio Machado abierto por la página donde, con su singular agudeza, el poeta dejó escrito:

“Consejo de Maquiavelo: No conviene irritar al enemigo.

Consejo que olvidó Maquiavelo: Procura que tu enemigo nunca tenga razón”.

Y el joven excapitán, por unos momentos, quedó cavilando.

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