Opinión

No a todo

Han convertido en ultraderecha a los jueces, a los periodistas sin carnet del partido, a Fernando Savater, a los socialistas resistentes, a los jacobinos, a las feministas cuerdas

¿Te acuerdas de Alf? ¡Ha vuelto! ¡En forma de chapas!”. Las inmortales palabras de Milhouse vienen a la cabeza cuando pensamos en un fenómeno más o menos reciente en España: el retorno del punk, que también ha vuelto en forma de chapa. En algún momento de nuestra historia el punk se convirtió en rebeldía sensata y la derecha, el conservadurismo, se convirtió en el nuevo punk. Tener hijos, leer a Kipling o a Chesterton, ir a misa, levantarse a las seis de la mañana para trabajar, comer un chuletón… todas esas cosas valiosas, esa supuesta rebeldía ante lo woke y lo progre -como si el que se levanta a las seis para ir a trabajar tuviera en mente luchar contra lo woke y lo progre-, fueron sustituyendo a las crestas, las tachuelas y las botas. Así al menos se cuenta la historia.

Mi visión de lo punk está marcada por las fiestas de Bilbao, así que no me resulta nada fácil asumir una idea que ha tenido cierto éxito. Cada año en agosto comenzaban a llegar al parque de El Arenal los punkis. Los ‘pies negros’, se decía, porque iban descalzos y, en fin, Bilbao no era precisamente Hobbiton. Cartones de vino barato por el suelo, flautas de las que salía una interminable melodía lovecraftiana, un disperso ejército de zombis con la mirada perdida… No parecía que aquellas gentes tuvieran en mente el ‘No’ de Will Kane, Tom Doniphon, Atticus Finch o Henry Kentley, y tampoco parecían encarnar la rebeldía ética de la que hablaban Camus o Joachim Fest.

Lo punk fue otra moda, y además le pasaba lo mismo que al escepticismo radical: era contradictorio desde su propia definición. Aquellos enemigos absolutos de la sociedad consumista y del orden establecido se integraron perfectamente en el capitalismo. Por eso me resulta extraño este intento reciente de modernizar el conservadurismo, de presentarlo como una forma de rebeldía colectiva. Aunque es posible que también el conservadurismo se haya convertido en otra moda, en un producto más del consumismo ideológico, con sus manifiestos y su mercadotecnia.

Basta decir ‘no’ para erradicar el mal. No a la guerra, repiten desde que Rusia invadió Ucrania, sin pensar en qué es lo que pasaría si los ucranianos les hicieran caso

Curiosamente, en la política española el ‘No’ radical pertenece casi en exclusiva al Gobierno y a los partidos que lo forman. No en un sentido punki o nihilista, sino ejecutivo, dogmático y mitológico. Éste es el principio fundamental de su programa: basta decir ‘no’ para erradicar el mal. Y si no desaparece es porque hay infieles y traidores que no creen en la verdad revelada, que se empeñan en encontrar complejidad en un mundo que al parecer es terriblemente simple. No a la guerra, repiten desde que Rusia invadió Ucrania, sin pensar en qué es lo que pasaría si los ucranianos les hicieran caso. No a los desahucios, no al machismo, no al virus, porque cuando quieres realmente una cosa el universo conspira para que la consigas. No a la repetición, no a los suspensos, no al conocimiento, pero voy a ir reservando plaza en el Liceo francés, que lo esencial es no ser tan tonto como para creerse las patrañas que les contamos a los demás.

No incluso a la huelga, lo que hay que ver. ¿Contradicción histórica? Qué va. Nada es imposible si a los trabajadores se les empieza a llamar fascistas y si a los piquetes se les empieza a considerar -ahora sí; a éstos sí- lo que son: actos violentos injustificables. Una correcta elección de las palabras permite controlar el relato para estar siempre en el lado de la justicia universal, incluso cuando las medidas o la inacción condenan a la pobreza a sectores enteros. ¿Tenéis hambre? Chicken teriyaki. El desabastecimiento no existe y es un invento de la ultraderecha, que también tiene la culpa del desabastecimiento. Un comentarista social se preguntaba hace poco, sin sentir vergüenza, qué habían hecho mal, cómo era posible que los trabajadores pensaran que la derecha los iba a defender. Han convertido en derecha hasta a los semáforos, y ahora viene la sorpresa. Han convertido en ultraderecha a los jueces, a los periodistas sin carnet del partido, a Fernando Savater, a los socialistas resistentes, a los jacobinos, a las feministas cuerdas, a los que acarician un animal dormido. Todos ellos, aunque lo ignoran, son fascistas y están destruyendo el mundo.

Pero no hay que preocuparse, porque la salvación está en nuestras manos. Basta con que nos entreguemos todos al ‘no’ auténtico, sin fisuras, el ‘no’ en su forma más pura, en su estadio definitivo: ‘sí’ al Gobierno, protector de todos los futuros deseables. Y entonces todo irá bien, todo estará bien, la lucha por fin habrá terminado.

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