Opinión

País Vasco: elecciones sin elección

El 21 de abril, vascas y vascos podrán elegir el partido de gobierno que prefieran, siempre que sea abertzale. Porque ni PSOE ni PP tienen nada que hacer, más allá de salvar los muebles, y porque PNV

  • Andoni Ortuzar

El 21 de abril, vascas y vascos podrán elegir el partido de gobierno que prefieran, siempre que sea abertzale. Porque ni PSOE ni PP tienen nada que hacer, más allá de salvar los muebles, y porque PNV y Bildu no son hoy muy diferentes.

El reaccionario partido de Sabino Arana se ha ido adaptando a las modas de paleoizquierda, como la prioridad de la burocracia y la empresa pública frente a la privada (una de las causas de la decadencia empresarial vasca), y ha sustituido su repulsivo racismo de antaño por el etnolingüístico que viene de ETA; para acreditarlo, presenta como candidato a Imanol Pradales, un gris burócrata con ocho irreprochables apellidos castellanos, la gran novedad que aporta al partido patanegra de Dios y la Ley Vieja.

Es un cambio oportuno para conservar los votos que antes iban al PP y presentarse como alternativa al radicalismo bildutarra y “partido de gestión”; pero lo cierto es que ambos votan lo mismo en Madrid, que comparten parecido y tenebroso radicalismo woke pequeñoburgués, y que sus diferencias expresan diferentes intereses: el PNV tiene más apoyo entre los autónomos y pymes, y poco entre los empleados y funcionarios, que pastorean Bildu y el mimado sindicalismo más demagógico, anticapitalista y agresivo de Europa.

Sin hoja de servicios etarra

Respecto a Bildu, ha descubierto los placeres de la moqueta y el mobiliario caro en las instituciones que repudiara con violencia; ahora se trata de colonizarlas y ponerlas a su servicio, y para eso ha presentado un programa intervencionista, burocrático y populista que suscribirían a gusto PSOE, Sumar y Podemos, cuya hemorragia de votos irá a ese Bildu converso a las ventajas del reparto de subvenciones y férreo control del presupuesto. Por eso también ha cambiado de caballo, sustituyendo al terrorista Arnaldo Otegi por Pello Otxandiano, con pinta de profe de ikastola nerd y cuya gran novedad es carecer de hoja de servicios etarra, aunque no sea menos devoto de la banda terrorista ni hispanófobo que el anterior.

Las encuestas dudan si ganará PNV o Bildu, pero lo trascendental es que ambos sumarán una mayoría abrumadora netamente separatista, y aunque sus votantes no lo sean; PSE-PSOE y PP han retrocedido a posiciones prácticamente irrelevantes o marginales, efecto de veinte años de inconsciente eutanasia mediante la traición o el abandono del constitucionalismo, y del absurdo intento de encarnar un vasquismo amable o nacionalismo descafeinado de inspiración catalanista.

Bildu y PNV han sido convertidos por Sánchez y sus compinches en los únicos partidos vascos. Eso perjudica sus expectativas autonómicas.

Si Bildu parece llevar ventaja en este empate técnico es porque tanto PNV aburre y la mayoría desea un cambio a lo Lampedusa: cambiar algo para que no cambie nada. En 2011, el partido de los asesinos logró ganar las elecciones municipales en San Sebastián y la opulenta Diputación de Guipúzcoa, sin que su prevista ineptitud cambiara nada relevante; cuando perdieron, no fue por su aberrante pasado terrorista -especialmente grave en la ciudad donde ETA mató a más gente y donde nació el constitucionalismo cívico de Basta Ya, hoy condenado al olvido-, sino por su burdo aldeanismo y por el exceso de un impopular sistema de recogida de basura.

La agonía del pluralismo político vasco

Así como los clientes de Henry Ford podían comprar su popular modelo T del color que desearan, siempre que fuera negro, el resultado de las próximas autonómicas vascas está decidido de antemano: saldrá negro o negro. Es la consecuencia de la muerte del pluralismo posterior al año 2001, cuando el constitucionalismo vasco, dividido entre socialistas y populares, estuvo cerca de ganar las elecciones pese a la escalada terrorista y al agresivo nacionalismo obligatorio del Pacto de Estella, gracias a la movilización social constitucionalista.

Incluso entonces, y con Nicolás Redondo -pronto traicionado por los suyos-, los socialistas dejaron claro que no apoyarían un lehendakari del Partido Popular, entonces el segundo partido vasco, pero que esperaban, como lo más natural, que los populares les votaran a ellos llegado el caso. En 2009, el beneficiario fue el incalificable Patxi López y su nefasto gobierno vasquista; remató al constitucionalismo asumiendo la máxima, bendecida por Felipe González, de que no importa quién gobierne Euskadi o Cataluña mientras la política sea hostil a la derecha nacional y también nacionalista, para no irritar a los titulares del cortijo. Comenzó la renuncia socialista a cualquier proyecto nacional español que nos condujo al sanchismo.

A partir de entonces, los vascos no nacionalistas fueron perdiendo toda esperanza de pintar algo en su casa, aparte de pagar impuestos. El escandaloso blanqueamiento de la herencia política de ETA tras el pacto Ternera-Eguiguren, aceptado por el PP de Rajoy, hizo el resto. Hace unos días, y en plena campaña electoral, el ministerio de Cultura ha patrocinado la presentación de un libelo de Joseba Azkarraga, cínico portavoz de los terroristas presos. Los jóvenes no conocen el pasado porque la sociedad ha optado por la amnesia voluntaria y cancelado severamente toda crítica no sentimental.

Bildu y PNV han sido convertidos por Sánchez y sus compinches en los únicos partidos vascos. Eso perjudica sus expectativas autonómicas pero, como ya demostró en Navarra, Sánchez renuncia a un papel propio en esas comunidades a cambio de los vitales votos abertzales en Madrid.

Aprovechar la oportunidad que representa Sánchez

El mensaje socialista de que ellos decidirán quien formará el gobierno vasco, el único mensaje de una campaña zombi, encubre que aceptarán lo que decidan PNV y Bildu. En efecto, lo más natural es que tras las elecciones ambos se pongan de acuerdo -lo expliqué aquí- para aprovechar la oportunidad histórica de exprimir al traidor, dispuesto a conceder lo que le exijan, que será autodeterminación confederal, blindaje de leyes vascas con un poder judicial propio y la práctica expulsión del Estado del territorio vasco, para la que ya falta muy poco.

Da igual que el apoyo a la independencia esté en mínimos históricos y siga bajando, ni que el horizonte existencial de los miles de jóvenes que cada año emigran a Madrid o al extranjero esté muy lejos del nacionalismo. Esas amenazas a largo plazo hacen más urgente aprovechar la oportunidad que representa Sánchez y la debilidad de la democracia, casi incapaz de defenderse del abuso y la corrupción gubernamental.

Los resultados del 21 de abril se limitarán a nombrar al separatista con más escaños, y certificarán la irrelevancia de PSOE y del PP en la política vasca: del primero por interés miserable, y del segundo por falta de ideas, arraigo y voluntad. La sociedad vasca votará el conformismo político de una paz falsa, narcisismo colectivo y amnesia voluntaria para enterrar nuestro sangrante pasado reciente. Lo que venga después de rendirse a la injusticia y al miedo ya será otro capítulo.

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