Descubro desalentada que una gran parte de la población tergiversa el significado de la palabra feminismo equiparándola a hembrismo, término este último simétrico a machismo. El feminismo, como reza el Diccionario de la Real Academia Española, es el “principio de igualdad de derechos de la mujer y del hombre” y, en su segunda acepción, el movimiento que lucha por su realización efectiva en todos los órdenes. Esta parte de la ciudadanía, sobre todo varones, pero también mujeres, rechaza visceralmente el mensaje feminista, que es un mensaje de igualdad, equiparándolo a una especie de dominio hegemonista o invasión cruenta de las mujeres, tiñendo el término de una agresividad extraordinaria.
El sector de población al que aludo, además, vive las reivindicaciones de igualdad como una moda a la que determinados políticos, gobiernos, instituciones y poderes públicos hacen concesiones plagando la vida pública de mujeres cuota de dudosa capacidad y relegando a los candidatos masculinos. Con un a priori irracional, niegan cualquier discriminación entre varones y mujeres en España y no dan crédito a las denuncias de situaciones de desigualdad salarial, techo de cristal o violencia sobre la mujer.
Se consideran igualistas para evitar el vocablo preciso que tiene nuestra lengua para describir el principio de igualdad de derechos entre hombre y mujer: feminismo
Estas gentes, que dicen estar de acuerdo con la igualdad que garantiza el artículo 14 de nuestra Constitución, se consideran igualistas para evitar el vocablo preciso que tiene nuestra lengua para describir el principio de igualdad de derechos entre hombre y mujer: feminismo. Ese vocablo es para ellos un insulto, semánticamente cargado de radicalidad, enfrentamiento y furia. Y están consiguiendo diseminar un mensaje sesgado y alejado de la realidad.
El feminismo, la lucha por la igualdad de derechos, aúna transversalmente a personas de muy diversa ideología política y condición social. Va mucho más allá de un determinado partido o movimiento. Alcanza a todos los países y a todas las razas, porque varones y mujeres compartimos este mundo en un porcentaje equiparable, somos las dos mitades de la Humanidad. El feminismo, la igualdad, libera a unos y a otras, nos hermana a todos en un mensaje de respeto mutuo, de mirada limpia sin estereotipos ni esquemas de dominación. La igualdad de derechos y el reflejo de esa igualdad de forma efectiva en la realidad cotidiana, en las estructuras familiares, sociales, políticas o religiosas es un logro de la democracia y de la defensa de los derechos humanos fundamentales.
Culturas sanguinarias y primitivas
Todas las personas ganamos en una sociedad basada en el respeto y en la aceptación de la diversidad sin prejuicios, en la consideración del otro como igual, en la persecución de situaciones de esclavitud, de trata de seres humanos, de relaciones de sumisión, violencia, humillación y abuso, en la defensa de la libertad del individuo sin que su sexo deba condicionar su acceso a la educación, un sector de actividad o altas responsabilidades.
Son muchos los que piensan que la desigualdad está erradicada en España y que las situaciones de discriminación se producen solo allende nuestras fronteras, en los países musulmanes o en las prácticas africanas de la ablación genital femenina. Creen a pie juntillas que el problema se asienta en otros países, que son otras religiones y culturas las que mantienen la barbarie. Los raptos de niñas, las violaciones de refugiadas, la prohibición de ir a la escuela y a la Universidad ocurren fuera de nuestras fronteras, son consecuencia de las guerras y de culturas sanguinarias y primitivas. Cuando se exponen de forma serena las cifras objetivas de los datos en España sobre empleo, paro, nivel salarial, condiciones laborales, progresión profesional y puestos directivos o cuando se examinan los números de personas cuidadoras en actividad no remunerada, las excedencias por cuidados de hijos y de familiares dependientes, todo ellos desagregados por sexos, comprendemos que queda mucho por hacer.
Mi padre confesaba que la carga cultural de aquellos años le impidió disfrutar de nosotros cuando éramos muy pequeños
No debemos olvidar que, gracias al feminismo y a la lucha por la igualdad, los padres de hoy pueden vivir plenamente su paternidad desde el nacimiento de sus hijos y en sus primeros años de vida, atender a sus bebés, salir a pasear con un carrito y expresar su ternura y amor hacia sus hijos, con un permiso legalmente previsto, sin reproche social y sin ser insultados. Mi padre confesaba que la carga cultural le impidió disfrutar de nosotros cuando éramos muy pequeños, que mensajes como “los hombres no lloran” o muchos otros que fijaban los roles de lo masculino y lo femenino le habían impedido gozar de muchas cosas en la vida y explorar su verdadera identidad como ser humano. Los estereotipos nos atan y nos amordazan a todos, la igualdad nos libera.
En los primeros tiempos de la democracia tras la Ley del Divorcio, en las situaciones de ruptura de pareja era una entelequia pensar en la custodia compartida de hijos menores y, sin embargo, existía formalmente una situación de igualdad ante la Ley plenamente vigente en nuestra Constitución. La lucha por la igualdad de derechos, el feminismo, sigue siendo necesaria. La igualdad formal ante la Ley no basta, el artículo 14 de la Constitución no cambia la educación recibida, no mueve la mentalidad heredada, no hace desaparecer los prejuicios, no limpia la mirada de condicionantes culturales.
En un mundo en el que nuestros jóvenes acceden globalmente a mensajes continuos de violencia y de cosificación de la mujer, en los que se pretende encasillar la masculinidad en una continua competición de dominación, es imprescindible ser feminista con todas las letras, con toda la fuerza del mensaje, con el esfuerzo incansable y cotidiano para detectar y significar la discriminación, en una común andadura codo con codo de mujeres y hombres comprometidos con el respeto.