Sí, parece mentira, pero lo hemos conseguido y hoy es el último día del estado de alarma, 99 días en los que el país y sus instituciones han transitado una experiencia tan distópica como transcendente. Este meta volante supone el fin de una etapa y por ello, puede que este sí sea el momento para hacer un primer análisis de los errores y aciertos comunicativos de esta crisis que ya ocupa un lugar prioritario en los libros de historia contemporánea.
Principales errores
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El baile de cifras. Dicen que pocas cosas hay más exactas que las matemáticas, pero en esta crisis los números no han cuadrado. Desde el inicio, las CCAA y el Gobierno no acertaban a ofrecer unas cifras sobre los contagiados y, sobre todo, de los fallecidos. Este no ha sido un problema únicamente de España, ha sucedido en otros países poniendo a prueba nuestra capacidad como sociedad de parametrizar; se nos llena la boca de big data y de e-goverment pero cuando es más necesario que nunca, porque los datos son fuente de posibles soluciones, el baile de cifras ha dado una imagen de poca solvencia y falta de fiabilidad. Dejarlo en manos de un organismo independiente, como el Instituto Nacional de Estadística podría haber evitado más de un quebradero de cabeza al gobierno.
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Intentar ofrecer seguridad, cuando no había certezas. En los primeros meses, Wuhan era el lejano, lejano oriente y en Europa el coronavirus parecía un mal de otro planeta. En parte, porque por aquel entonces, más que informar de los posibles escenarios, el Gobierno, con Fernando Simón al frente, decidió una estrategia de contención comunicativa que desdeñó la pandemia con el objetivo de no generar alarmismo. Sus afirmaciones taxativas negando la posibilidad de pandemia en España o desaconsejar el uso de mascarillas empañan su encomiable labor al frente de la gestión del coronavirus.
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Demasiados portavoces, demasiadas comparecencias. ¿Qué es mucho o poco? Lo cierto es que nunca llueva a gusto de todos, es una cuestión de percepciones. Sin embargo, desde el punto de vista de efectividad, la multiplicidad de portavoces y de comparecencias en la comunicación de esta crisis causó distorsión en los mensajes, ofreció una visión de un Gobierno dividido y poco cohesionado, debido a las matizaciones y desmentidos de unos ministros sobre otros en cuestiones tan sensibles como el ingreso mínimo vital.
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Crisis a las crisis. En una situación tan excepcional, un Gobierno debe evitar generar más crisis de la existente. La negociación política con Bildu, el caso Marlaska, o el filtrado de las preguntas de la prensa durante las primeras semanas, fueron cuestiones perfectamente evitables que supusieron un gran desgaste para el Gobierno en un momento en el que necesitamos instituciones fuertes. Además de éstas, otras polémicas se podrían haber evitado con una simple asunción de errores, que, aunque imposibles de prever, podrían haber ofrecido una imagen más humilde y honesta del gobierno.
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Abuso de los uniformados. Fue algo que se enmendó en cuanto el estado de alarma total bajó un grado de intensidad y las críticas eran persistentes, pero lo cierto es que, más allá de la imagen de unidad que ofrecieron el primer día cuando respaldaron a los cuatro ministros designados por el estado de alarma, los uniformados no fueron buenos transmisores del mensaje. La actitud ante la prensa no parecía uno de sus fuertes y no demostraron efectividad comunicativa en sus comparecencias.
Principales aciertos
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Un presidente presente. Las comparecencias semanales del presidente del Gobierno han ofrecido la imagen de un Gobierno presente, que rendía cuentas ante los ciudadanos. Lo ha hecho de forma constante durante toda la pandemia, ante los medios de comunicación los fines de semana, y ante el Congreso cada 15 días y en las sesiones de control que se retomaron tras las primeras semanas de confinamiento duro. El Gobierno ha controlado la agenda política y mediática de la pandemia, dejando muy poco margen para una oposición que continúa a remolque de la iniciativa gubernamental.
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Efectividad en el relato del escudo social. Desde el primer minuto, el Gobierno de coalición tuvo claro que se necesitaba una gestión de la crisis diametralmente opuesta a la del 2008. No dejar a nadie atrás, un mantra que se ha visto reforzado por políticas públicas de tanto calado como el Ingreso Mínimo Vital y los ERTES, que hacen creíble el relato del escudo social. El éxito es indudable cuando todos los partidos políticos, mediante apoyo o abstención, han abalado esta gestión económica de las consecuencias de la pandemia.
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Acuerdos con patronal y sindicatos. Otro de los éxitos comunicativos del gobierno ha sido la gestión de la mesa del diálogo social. Es cierto que el anuncio del acuerdo con Bildu supuso una crisis con la patronal y sindicatos, al sentirse éstos excluidos de una decisión tan fundamental para la economía española. Si bien es cierto, que, gracias a una rápida gestión, se volvió a canalizar el diálogo que debería finalizar con un acuerdo para extender la protección de los ERTES en los próximos días.
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Diálogo con las CCAA. A pesar de las críticas sobre la operatividad de las reuniones semanales con las comunidades autónomas, el Gobierno ha conseguido que, durante todo el periodo de alarma, se transmitiera un mensaje de coordinación y diálogo con todas las autonomías. En un Estado autonómico que comparte competencias tan vitales para esta pandemia como las de sanidad, la imagen de todos los presidentes, de varios colores políticos, reunidos con el presidente del Gobierno, además, de todas los encuentros sectoriales, han enviado un mensaje de coordinación y diálogo poco habitual en nuestro país donde las cuestiones territoriales y sus enfrentamientos llevan protagonizando la agenda política de los últimos tiempos. La consecuencia de esta acción es que el Gobierno consiguió que el mando único no se viera como un 155 encubierto, algo fundamental para sus apoyos parlamentarios.
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La semana final. Durante ésta última semana, el Gobierno ha preparado una agenda cargada de medidas paliativas y de apoyo a diversos sectores estratégicos para España. Pasado lo peor de la pandemia, el gobierno ha querido que la última semana del estado de alarma se dedicara a focalizar los esfuerzos en paquetes de ayudas para enviar un mensaje de reactivación, de un ejecutivo non-stop que, a pesar de la vorágine legislativa, continúa en estado de activación. Particularmente interesante desde el punto de vista compol es el spot orientado al público exterior bajo el mensaje Spain for sure, que reúne a las marcas más cotizadas y prestigiosas de España en exterior animando a que vuelvan a visitarnos.
Ha sido 99 días, se dice pronto, y han pasado muy lento. De momento, el Gobierno sale vivo de esta crisis, a pesar de que ha tenido que gestionar una pandemia terrible y desconocida. En primer lugar, porque la oposición no ha sabido encontrar un tono crítico pero mesurado que hiciera creíble su papel como controlador del gobierno. Cuando la hipérbole es la estrategia, la credibilidad de la crítica cae en el terreno del desgaste ridículo y estéril. En segundo lugar, porque el papel de Ciudadanos está mudando el panorama político. La política de bloques ha sido enterrada por Inés Arrimadas y eso, permite al gobierno más escenarios de negociación para los presupuestos que las que tenía antes de la pandemia. En tercer lugar, porque el plan de desescalada ha funcionado bien, posiblemente lo mejor de esta crisis. Se ha demostrado que los tiempos estaban bien medidos, que se han dado pasos con cautela y graduación y que una cierta normalidad se ha ido retomando sin rebrotes como los de otros países.
Ahora la pelota vuelve al estado autonómico, se acaba el estado de alarma, el mando único y, por lo tanto, los aciertos y errores tendrán otros protagonistas. Tras 99 días, mi deseo es suerte y acierto para todos, los seguimos necesitando.