Una de las más conocidas amebas intelectuales de tertulia televisiva se atrevía este domingo a criticar a Louis-Ferdinand Céline en su prescindible artículo dominical. Cité el otro día a este autor porque en su memorable Viaje al fin de la noche ofrece varias claves sobre el obligado descreimiento que se debe mantener hacia la 'verdad oficial' en tiempos de crisis para no quedar a merced de los vientos propagandísticos. Cualquiera con un mínimo de inteligencia adoptaría esta medida profiláctica, pero ya se sabe que hacerse el tonto es a veces más rentable que esforzarse por evitarlo. El resultado, en este caso, es más que evidente.
Céline -quien es cierto que escribió repugnantes panfletos antisemitas- luchó en la Primera Guerra Mundial, fue herido y eso le provocó dolores en medio cuerpo durante toda su vida. Unos años después del fin de ese conflicto, publicó su obra maestra literaria, en la que expresa su desconfianza hacia los hombres temibles. Encuádrenle en ese grupo a los poderosos. “Sus acciones, en adelante, dejan de inspirarte ese asqueroso atractivo místico que te debilita y te hace perder el tiempo. Entonces, su comedia ya no te resulta mas agradable (…) que la del cochino más vil”, expresó.
No mucho antes de que escribiera esa frase, los franceses y los alemanes se aniquilaban, a diario, por miles entre el barro de Verdún mientras la maquinaria propagandística de ambas naciones se empeñaba en ensalzar las supuestas virtudes de sus héroes. Uno de ellos fue el mariscal Pétain, quien entonces tenía fama de cuidar muy mucho por el bienestar de sus hombres en el campo de batalla. Mientras los panfletos galos se hacían eco de esa 'cualidad', el general se encamaba con sus amantes, disfrutaba de copiosas cenas y protagonizaba, como icono del pueblo, campañas de propaganda como aquella de 'On les aura!' (los derrotaremos). Cuando, en 1917, una parte de los soldados se amotinó, se utilizó ese lema contra sus gobernantes.
Bulos contra propaganda
Así le ha ocurrido al Gobierno durante esta crisis, en la que ha caído en tantos renuncios y ha pronunciado un número tan elevado de medias verdades que se ha visto obligado a lanzar una campaña de contención para tratar de ocultar esa evidencia. Lo ha hecho alertando de la 'enorme' cantidad de bulos que circula por Internet. La estrategia no se ha generado en las meninges del Iván Redondo de turno, sino que se recoge en la teoría sobre la propaganda en tiempos de guerra que escribió el pacifista británico Arthur Ponsonby hace casi un siglo: “El enemigo comete atrocidades de forma premeditada. Las nuestras con involuntarias”; “El enemigo utiliza armas no autorizadas”; “Nuestra causa tiene un carácter sagrado y sublime”; “Los que ponen en duda nuestra propaganda son unos traidores”.
El objetivo del Gobierno -secundada por sus palmeros mediáticos- es el de atenuar la bofetada de realidad que ha recibido en las últimas semanas como consecuencia de sus fallos y negligencias a la hora de gestionar esta crisis. Lejos de reconocerlos, ha echado balones fuera en todo momento, como si no fuera su responsabilidad el haber calificado de “alarmista” el uso de mascarillas, el haber declarado el estado de alarma con 24 horas de antelación a su entrada en vigor, el haber disuadido de hacer cuarentena -en febrero- a los ciudadanos que viajaban a zonas de riesgo; o el haber minimizado el riesgo que implicaron las concentraciones de todo tipo celebradas el fin de semana del 8 de marzo. La consecuencia es evidente: cuando recurres a la propaganda para ensalzar tus logros y se demuestra su inexistencia, esos mensajes se vuelven en tu contra. España es todavía hoy el país con más muertes por cada millón de habitantes. Es lógico que la gestión de la Covid-19 ha sido, como poco, manifiestamente mejorable.
A mí la legión
Mientras Moncloa intoxica sottovoce a sus aliados mediáticos sobre la necesidad de señalar los bulos que se lanzan desde la oposición, en un intento descarado de imponer la 'verdad oficial', el presidente del Gobierno ha optado por el lenguaje bélico para referirse a las acciones para frenar la expansión del coronavirus; cosa que, si se piensa con la cabeza fría, resulta ridícula a todas luces.
La homilía dominical de Pedro Sánchez ha incluido fragmentos tan memorables como los siguientes: “No podemos deponer las armas, lo que tenemos que hacer es seguir combatiendo (…). Nada nos va a detener hasta vencer en esta guerra (…) Hay un frente sanitario, frente económico y social (…) Este enemigo se ha propuesto arrebatar vidas y triturar el tejido económico y social (…) Estamos inmersos en una guerra total que nos incumbe a todos (…) Cuando venzamos esta guerra, necesitaremos todas las puertas para vencer la posguerra”.
Para rematar, el presidente que tutea a los ciudadanos ha afirmado lo siguiente: “Los campos de batalla, allá donde se ve con crudeza la crueldad de los enemigos están en los hospitales”.
El presidente que tutea a los ciudadanos ha afirmado lo siguiente: “Los campos de batalla, allá donde se ve con crudeza la crueldad de los enemigos están en los hospitales”.
Unas horas antes, el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, rechazaba el tono de sargento chusquero utilizado por el mandatario español y apelaba al humanismo para sobreponerse a los efectos de la Covid-19: “Esta pandemia no es una guerra. Las naciones no se enfrentan a las naciones, ni los soldados contra los soldados. Más bien es una prueba de nuestra humanidad. Saca lo mejor y lo peor de la gente. Mostrémonos lo mejor de nosotros”.
Es la diferencia entre un Gobierno que se dirige de forma respetuosa a los ciudadanos que sufren, mueren y sacrifican su trabajo y su vida social en esta causa, y otro que utiliza la sobremesa del domingo para justificarse en las críticas que ha recibido por rebajar la dureza el confinamiento -que no comparto- y para cargar en la oposición el peso de los fallos de su gestión.
Una enorme tragedia nacional
Tiempo habrá para analizar para analizar todas las tragedias que ha provocado y provocará en este país el coronavirus. La primera, la enfermedad. La segunda, la muerte. La tercera, la pobreza. A partir de ahí, la de un Gobierno mendaz, la de unos nacionalismos periféricos avariciosos e irresponsables; la de una presidenta madrileña especialista en echar balones para enmascarar, entre otras cosas, la auténtica catástrofe de las residencias de ancianos; o la de unos medios de comunicación acostumbrados a fijar su línea editorial en función de quién se muestre más generoso con su causa.
Decía este fantástico blog en su último artículo que en tiempos en los que se necesita de intelectuales y filósofos, España ha demostrado ser un páramo, pues nadie ha salido a la palestra para ofrecer una visión coherente sobre las consecuencias sociales que generará esta crisis. En realidad, ya son evidentes, pues el desempleo se ha disparado, la escasez de liquidez de las empresas amenaza con derivar en problemas de solvencia y las variables macroeconómicas pronto darán una visión preocupante del flojo estado de salud del enfermo. A nivel particular, los hábitos sociales no volverán al estado anterior al 15 de marzo en un buen tiempo...si es que eso ocurre.
En un momento en el que un estornudo puede ser considerado casus belli, estar empadronado en Madrid, un motivo para ser repudiado; o trabajar en un hospital, un motivo para no dejar entrar al edificio a un vecino, los ciudadanos necesitan respuestas y no han llegado. Y ha sido por lo de siempre: porque el pútrido mundo de la cultura hispánico gusta de pronunciarse siempre a posteriori, no sea que las aguas se pongan finalmente en su contra y eso limite su capacidad para firmar contratos o aparecer en las tertulias televisivas.
Ante este silencio, sólo ha quedado propaganda gubernamental, lenguaje bélico, obediencia y un futuro simple, negro y, permítanme la expresión, de un olor repugnante.