Recuerdo de pequeño las conversaciones de escalera. Vivía en un barrio popular donde las relaciones entre los vecinos reproducían aquellas traídas de los pueblos, donde entre mucha solidaridad y buen hacer no faltaba la envidia empaquetada con lazos de sonrisas falsas. En aquellas conversaciones se hablaba de todo, pero no faltaba la crítica hueca, vacía. La crítica como fin último, la crítica por el mero placer de criticar. Recuerdo, ya de mayor, que yo mismo criticaba estas conversaciones diciéndole a mi madre que eran propias de alcahuetas.
España lleva deambulando por la indefinición casi cuatro décadas. Desde la segunda mitad de los ochenta los registros españoles, siempre enmarcados en el primer mundo a pesar de todo, dejan mucho que desear. No les voy a descubrir nada hablándole de la tasa de desempleo, del fracaso escolar, de PISA o de muchas otras cuestiones. No voy a martirizarlos con cifras sobre el peso de la I+D+i en el PIB o sobre tasa de temporalidad en sectores como la salud o la ciencia. Pero si están al tanto de todo esto, sabrán que, entre los países del primer mundo, en muchas cosas no destacamos para bien.
Olvídense de tener más recursos para hospitales. Olvídense de esperar más y mayores salarios. Vayan olvidándose de una buena pensión. Olvídense de un futuro mejor para sus hijos…
Ya son casi cuatro décadas que dan pie a acrecentar el temor sobre lo que será. La productividad, gran indicador macroeconómico -ciertamente imperfecto, pero irrenunciable para poder explicar tantas otras cosas-, nos señala como el fantasma de las navidades futuras que vamos por mal camino. Y es que, si la productividad no crece, olvídense de todo lo demás. Olvídense de tener más recursos para hospitales. Olvídense de esperar más y mayores salarios. Vayan olvidándose de una buena pensión. Olvídense de un futuro mejor para sus hijos… ¿Creen que soy duro? Pues esperen y verán. Hablamos en 30 años si nadie lo remedia.
¿Nunca se han preguntado por qué los salarios reales españoles apenas han crecido en estas últimas décadas? ¿Por qué hemos tenido que hacer tantos sacrificios sin vislumbrar que sean suficientes? ¿No se han preguntado por qué los jóvenes se enfrentan a muchos y más severos problemas que sus padres? Un país donde la productividad agregada no avanza es un país que no puede ofrecer nada mejor a sus ciudadanos.
Así pues, lo mejor que podemos hacer para las generaciones futuras es pensar qué queremos ser en 30 años. Ojalá lo hubiera hecho González en el 93 o Aznar en el 96, Zapatero en 2004 o Rajoy en 2012. Así, posiblemente, nuestra preocupación por el futuro de nuestros hijos e hijas sería menor. Pero no lo hicieron y ya no podemos remediarlo. Sin embargo, nada impide que enmendemos en este preciso momento aquel error.
No nos confundamos. Un ejercicio de prospectiva no implica adivinar el futuro. Ni siquiera diseñarlo. Hacer prospectiva supone diseñar mecanismos que, sea el futuro como sea, nos permita estar en el lado bueno del camino. Y esto es lo que realmente significa hacer prospectiva. Definir estados posibles de la “naturaleza” y diseñar mecanismos que nos permitan superarlos, adaptarnos de forma exitosa a los cambios, sean cuales sean, conocidos o desconocidos. La prospectiva es un ejercicio dinámico, vivo, que se nutre en su larguísimo plazo por segmentos a medio y corto plazo con planes estratégicos que se ajustarán a cada momento y necesidad. La prospectiva es poner las luces largas y señalar el camino que queremos seguir. Buena parte de lo que leo y oigo de crítica demuestra, pues, que quien la hace no ha entendido o no ha querido entender de qué va esto.
La prospectiva a es un ejercicio con amplia práctica. Como siempre, nosotros no somos los ocurrentes y originales, más bien al contrario. Somos quienes llegan tarde a la historia. Hacen prospectiva Francia (2040), Estados Unidos en 2012 (2030), Unión Europea (informe de megatendencias para 2030 así como una web con todo lo necesario para el análisis), la FAO (2050), Reino Unido (llevan seis ediciones y con visiones para varias décadas), Alemania (en 2016), OTAN en 2013 y para 2030, Chile (2040), además de Rusia, China, Banco Mundial, OCDE. Japón hizo una en 1960. Los supuestos milagros asiáticos no son tales, son resultado de la prospectiva. The Economist publica informes sobre tendencias para 2050. Etc.
Lo que no podemos es decir que es un ejercicio inútil o estúpido. Caer en la mofa (lo que define a quien lo hace), decir que no tiene sentido
La prospectiva es un ejercicio de pararse, pensar y plantear. Y esto es lo que se ha hecho. Obviamente podemos discutir la pertinencia de los modos, la dependencia de la oficina a presidencia, y que no estemos de acuerdo en todas las propuestas o discusiones. Faltaría más. Pero lo que no podemos es decir que es un ejercicio inútil o estúpido. Caer en la mofa (lo que define a quien lo hace), decir que no tiene sentido. Y no podemos hacerlo porque es caer de nuevo en la trampa en la que siempre hemos caído en España: dejar al país abandonado a la deriva, sin pensar en su futuro y sin ambiciones.
Un libro blanco
Toca cambiar lo que somos. Estamos en la encrucijada y tenemos, por primera vez en mucho tiempo, herramientas y apoyo para ello. Tenemos conocimiento. Hagámoslo. ¿Que no es fruto de un consenso? De acuerdo, debatamos. Convirtamos este documento en un libro blanco. ¿Tenemos miedo de hacerlo? Movámoslo. Enmendémoslo, agrandémoslo. Pero sobre todo hagamos un ejercicio de pensar en qué queremos convertirnos en el futuro. Esto es simple y llanamente prospectiva. Cambiemos la política de este país. Y si es complicado y largo, no desfallezcamos. Todo camino largo siempre se inicia con un primer paso, aunque haya que dar mil hasta el 2050. Pero para llegar al final del camino, siempre hay que dar ese primer paso.
Pero si nos dedicamos a criticar por criticar, a buscar todos los problemas y defectos en vez de reparar que, por primera vez, en España nos hemos parado a pensar qué queremos ser, estaremos haciendo como aquellas vecinas de la escalera, criticar al hijo de la familia del cuarto B solamente porque su madre no nos caía bien. No seamos alcahuetas.