Opinión

Pedro Sánchez aborda a Joe Biden como un 'vende-biblias'

Fueron más o menos veinte metros de recorrido, pocos más de los que discurren de la puerta del portal hasta el ascensor. Buenos días, ¿cómo va? / Aquí, soportando el

  • Pedro Sánchez conversa con Joe Biden en un momento de la cumbre de Bruselas. -

Fueron más o menos veinte metros de recorrido, pocos más de los que discurren de la puerta del portal hasta el ascensor. Buenos días, ¿cómo va? / Aquí, soportando el calor / Sí, este año ha llegado de un día para otro / Pues como siempre, pero nunca nos acordamos de lo que pasó el año pasado / Tiene usted razón / Bueno, hasta luego / Hasta luego.

Moncloa vendió el encuentro vecinal entre Pedro Sánchez y Joe Biden como una conversación en el marco de la Cumbre de la OTAN, pero el encuentro fue poco menos que un saludo largo. Un “buenos días” que sería mejor si no se hubiera producido, dado que dejó patente la pérdida de peso de España en el exterior y la debilidad de un país de importancia menguante.

Porque Estados Unidos había anunciado encuentros bilaterales con los países bálticos y con Turquía, pero no con el Estado que mantiene un conflicto con Marruecos con epicentro en Ceuta, que no se encuentra bajo el paraguas de la OTAN. En román paladino: las preocupaciones de España no son prioritarias para el socio más fuerte de la alianza atlántica. O, al menos, no igual de urgentes que las relacionadas con la amenaza rusa o con el lugar que actualmente es una de las fronteras más calientes entre Oriente y Occidente, gobernado por un amigo tan poco fiable como Erdogan.

Ninguna agenda recogía el acontecimiento, pero desde el palacio presidencial español lo habían vendido desde la semana pasada -a sus terminales mediáticas- poco menos que como una reunión de extraordinaria relevancia. Tal es así que podía parecer que el resto de los presidentes había acudido para observar, como público, un encuentro de importancia similar al de Brévhnev con Nixon. La conferencia de Yalta de Moncloa.

Al final, todo ha sido mucho más leve. Digamos que se ha asemejado más a los intentos de salir en la foto que el 'Mocito Feliz' -inquietante personaje- realizaba cada vez que veía a Ortega Cano. Como el de un trabajador de ONG en la calle de Fuencarral. Como un 'vende-biblias' en Bravo Murillo. Cristo le ama. Biden le respeta. Nada parece indicar que haya más contactos entre los presidentes, ni figura en ninguna agenda. Podrían rectificar, pero, aun así, la maniobra propagandística de esta mañana es tan sonrojante que debería hacer reflexionar a más de uno.

Pedro Sánchez el estadista

Porque lo evidente es que el afán de Iván Redondo y compañía por situar a Pedro Sánchez como referente internacional ha llevado a cometer esta torpeza, que es la enésima de los últimos años en política exterior, lo que deja patente que el país que aspiró a conectar tres continentes ha perdido gran parte de su peso geopolítico y es poco más que un destino turístico de sol y playa, con unas empresas cada vez más indefensas ante los gigantes globales. Por otra parte, convendría hacerse la siguiente pregunta: ¿quién consideraría como referente un territorio que cada cierto tiempo se ahoga en sus problemas políticos internos?

La realidad es dolorosa, pero España es un jugador de segunda división dentro del contexto internacional y convendría evitar escorzos extraños y aspavientos lubricados con lágrimas para no empeorar la situación. Hace 8 días, el G-7 sentaba las bases del mundo post-pandemia y realizaba una interesante maniobra -impuesto a las multinacionales- que confirma su intención de que los países occidentales no pierdan peso frente a estados fuertemente intervencionistas, como China. Pues bien, a España no le quedó más remedio que apuntar. Tomar notas, pero nunca opinar. Ni mucho menos decidir.

España es un jugador de segunda división dentro del contexto internacional y convendría evitar escorzos extraños y aspavientos lubricados con lágrimas para no empeorar la situación

Después de que se distribuyeran las imágenes del encuentro, y a la vista de que la prensa aliada de Moncloa había vuelto a trasladar una imagen distorsionada de la realidad, el Ejecutivo ha recogido cable a través de un comunicado: “Tal y como se había señalado previamente, ambos querían saludarse, conocerse personalmente y establecer un primer contacto. Así lo habían pactado sus respectivos equipos”.

Y ha añadido: “Entre otras cosas, se había acordado que su saludo fuera captado por las cámaras como prueba de la excelente relación que existe entre ambos países”.

Son las cosas de la propaganda oficial. La que degluten con sumo placer los príncipes de las tertulias mañaneras y reproducen sus invitados; y la que intenta situar al presidente del Gobierno como un estadísta con afán por la diálogo y magnanimidad con los contrarios, pese a ser la consecuencia más nefasta de ese fenómeno que sucede en todas las sociedades, por el que la mediocridad a veces asciende hasta la cúspide; bien por falta de alternativas o bien por el despiste generalizado.

Hay quien todavía concede credibilidad al presidente que anunció hace hoy un año el fin de la pandemia. Visto lo visto, es un problema de los confiantes, pero también nuestro.

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