El pasado fin de semana, la hija de Isaías Carrasco, ex concejal socialista asesinado por ETA, contaba en una entrevista en El Diario Vasco y El Correo que hace 4 años, la última vez que salió de fiesta en el pueblo, alguien se le acercó y le susurró al oído “Gora ETA”. Es verdad, hay mucho hijoputa (disculpen el término, heteropatriarcal pero muy popular) capaz de provocar y de incrementar el dolor de quienes ya sufren. Pero ser un sinvergüenza y un imbécil ¿es delito? ¿Debe serlo?
Si ese homínido de Mondragón hubiese acabado en la cárcel por delito de odio, hoy tan de moda, ¿había estado su foto entre las 24 instantáneas de la obra de Santiago Sierra censurada en ARCO? No es una pregunta baladí: leo que las de los tipos de la manada que dieron una paliza en Alsasua a unos guardias civiles de paisano, que estaban con sus parejas, están en la obra, como también la del individuo que va golpeando a concejales socialistas en Andalucía, junto a las de los titiriteros detenidos en 2016 o las de algunos independentistas catalanes. Efectivamente, la obra de Serra es una provocación. Pues claro.
Defender la libertad de opinar no es defender a despojos humanos que dicen barbaridades en Twitter; es defender la libertad"
La provocación, forme o no parte de una pieza artística, puede causar todo el rechazo del mundo -sin duda para eso se hace- pero no tiene ningún sentido que sea considerada delito. El arte, además, tiene que tener libertad para provocar. No necesariamente ha de hacerlo a cada paso, pero si se le niega esa posibilidad se convertirá, poco a poco, en simple decoración o en propaganda.
Pero ni siquiera hace falta barniz artístico alguno para que la boutade sea tan repugnante y ofensiva como no perseguible jurídicamente. El rapero que proponía arrancar los miembros a una mujer (a Dolores de Cospedal) o “violar la Constitución como a una puta”, no es más que un imbécil, lo mismo que el tuitero que denunciaba que “pocas mujeres mueren (por violencia machista) con la de putas que hay sueltas”. Ninguno ha matado a nadie, ni ha amputado miembro alguno. Hay asco, pero no delito en sus palabras y no puede ser que sean detenidos. Defender la libertad de opinar no es defender a esos despojos humanos. Es defender la libertad, porque es la única vía para que podamos expresar un día lo que a otros tal vez pueda ofender.
Así que creo que tienen razón quienes estos días denuncian como ilegítima la censura y la persecución del provocador (aunque al tuitero último que he citado no he visto que se refiera nadie). Como escribía Paolo Flores D’Arcais, “mi libertad tiene sus límites en tu libertad, no en tu susceptibilidad”. En un país de libertades tenemos derecho a sentirnos ofendidos y también a que nadie nos proteja de ese derecho. Molestar opinando, incluso molestar muchísimo; ser un cabrón con pintas, no puede dar con nadie en la cárcel. Porque cada cual tenemos la raya de lo intolerable en un lugar diferente, pero es completamente imposible establecer la raya de lo que, de puro molesto, sería delito. Bueno, sí es posible, pero renunciando a las libertades.
Molestar opinando, incluso molestar muchísimo; ser un cabrón con pintas, no puede dar con nadie en la cárcel"
Perseguir opiniones con la ley en la mano es un camino que nos llevará siempre fuera de la libertad y del derecho, me parezcan a mí o a usted tales opiniones todo lo horribles, inaceptables, indignantes o miserables que sea. De hecho, el valor que tiene una legislación en libertad aparece, precisamente, cuando impide el linchamiento de quien es impopular, no del simpático.
Voy a escandalizar un poco más, si me lo permiten. No me sumo a quienes rechazan la censura con argumentos instrumentales del tipo “efecto Streisand”, según los cuales lo censurado acabaría alcanzando más notoriedad que la que tenía de origen. Porque siendo esto cierto, y siendo también verdad que hay provocaciones que solo buscan crear escándalo para así mejorar la visibilidad del que las soltó, aquellos que critican la censura solo por resultar “contraproducente” estarían admitiendo, por omisión, que para ellos sería legítima si realmente consiguiera acallar eficazmente al molesto. Así que, una de dos: o se consideran a sí mismos unos censores más inteligentes y eficientes que los que ofician, a los que tildan de torpes, o peor aún, son demasiado cobardes para reconocer que simpatizan con las barbaridades de algunos provocadores, a los que defienden, pero no dudan en aplaudir la persecución de los que a ellos sí les perturban de verdad.