El debate sobre las pensiones sigue su curso. Las manifestaciones de las últimas semanas y los apremios demoscópicos, en especial para el partido que nos gobierna, el PP, han obligado a los grupos parlamentarios a demostrar al electorado mayor de 65 años que se les escucha, que son sensibles a ellos y que, en consecuencia, algo van a hacer. En este sentido, no son pocas las propuestas que pretenden diseñar una acción que huye hacia adelante proponiendo fórmulas mágicas, en algunos casos, o un “ya se verá” velado en otros. Del debate no podemos esperar demasiado, si acaso algunas reconsideraciones de quien gobierna, pero poco más, sin que por ello de este pueda salir ningún compromiso que asegure las pensiones en el futuro. Solo demostrar ante el electorado quién tiene la propuesta más larga y la empatía más desarrollada.
En cualquier caso, y aunque lo partidos se pongan de perfil, lo que resulta más que evidente es, por un lado, la imposibilidad de mantener esta situación por mucho más tiempo y, por otro, que es absolutamente necesario un debate serio sobre la cuestión que apuntale de una vez y por todas el futuro de las pensiones. No hacerlo, deslizando continuos parches o amenazando con reformas que miren a la dirección de por dónde llega la brisa, supeditará los planes de futuro de millones de españoles a una incertidumbre constante que, a todas luces, tendrá repercusiones negativas en la economía española a largo plazo.
El debate sobre las pensiones no debe centrarse solo en querer saber qué quieren los pensionistas, y en mayor medida los jubilados, sino lo que es óptimo para el conjunto de los españoles
En este asunto se pueden tomar tres posturas. La primera de ellas es cerrar los ojos, pensar que todo es una conspiración de la banca privada y sus secuaces académicos, que solo tenemos un problema de ingresos y poco más. Esta postura propone expandir el gasto y simplemente hacer converger los ingresos. No voy a negar que tenemos en España un problema con los ingresos, por lo que mejorar los mismos para satisfacer las necesidades del sistema es una vía que no se debe descartar. Pero asumir que el coste del ajuste debe ser solo por la vía de los recursos es irresponsable. La carga sobre el resto de la sociedad será enorme llegados no muchos años, lo que sin duda alguna reducirá crecimiento y bienestar al conjunto de la economía española.
La segunda opción, y que es en parte lo que propuso ayer Rajoy, es mejorar el sistema, hacerlo más justo, complementándolo con una mejora de los ingresos, aunque en menor cuantía que la primera de las opciones. La desigualdad entre los pensionistas es muy elevada, por lo que un objetivo razonable sería el de estrechar las diferencias entre los beneficiarios del sistema. Con esta opción sería factible, e incluso deseable, realizar mejoras sustantivas entre aquellos que tienen unos ingresos más bajos y congelar e incluso reducir los ingresos de aquellos que están en mejores posiciones. Como estos últimos suelen tener una vida laboral más prolongada y basada en más experiencia y capital humano, la menor pensión podría compensarse abriendo la posibilidad de compaginar jubilación con trabajo.
La tercera vía es no hacer nada y mantener la última reforma, siguiendo con el ajuste previsto vía caída de la pensión media gracias a la erosión que se espera provoque la inflación. Todas estas opciones, por supuesto, pueden o no complementarse con otras reformas necesarias, como por ejemplo la introducción de cuentas nocionales y/o la introducción de un sistema mixto de capitalización.
Plantear que la solución al problema de las pensiones debe hacerse descansar fundamentalmente en la variable de los ingresos es irresponsable
En este sentido, la que resulta más insolidaria e injusta es la primera de ellas, no las dos siguientes. El sistema de pensiones supone una transferencia de recursos (de riqueza) entre generaciones que conviven en un mismo momento de tiempo. Nuestro sistema contributivo se basa en que cada uno de nosotros aporta dinero a un subconjunto de la población que necesita de este para sobrevivir una vez los ingresos laborales han desaparecido. También, estas transferencias suelen ir dirigidas a otros subgrupos que, por contingencias de su vida, o no son capaces aún (orfandad) o tiene limitada la capacidad de obtener ingresos. Es evidente que tal programa de transferencias es un pilar indiscutible para la construcción de un estado de bienestar sólido y necesario. El beneficio de este programa de transferencias es el de asegurar a los individuos frente a contingencias para los que en muchos de los casos el mercado no provee los mecanismos de aseguramiento necesarios para que estos se cubran.
No obstante, el sistema no deja de ser un traslado de recursos desde unos individuos frente a otros, y, en segundo lugar, no deja de depender del criterio de quienes nos gobiernan sobre a qué dedicar estos recursos. Que nuestro sistema de pensiones vaya engordando sucesivamente esa “porción” de tarta que va a los pensionistas, en concreto a los jubilados, significa que otros colectivos van a ver cómo de un modo continuo quedarán huérfanos de recursos. Esto, como podrán entender, no es neutral para el bienestar de la sociedad. Otros colectivos como los niños (pobreza o educación) y los jóvenes (formación y desempleo) tienen graves problemas para los cuáles el estado de bienestar español no está dando las respuestas más satisfactorias, siendo de prever que no lo hará en el futuro si no cuenta con los recursos necesarios. Elegir entre estas tres opciones es, en cierto modo, elegir cómo queremos ser solidarios los españoles.
Es por ello que el debate sobre las pensiones no debe centrarse solo en querer saber qué quieren los pensionistas, y en mayor medida los jubilados, sino lo que es óptimo para el conjunto de los españoles. Esto no necesariamente implica que debamos obviar las necesidades de nuestros mayores. No creo que esté en la mente de cualquier ciudadano preocupado. Pero ya dedicamos enormes esfuerzos en este sentido. Pensemos en las jóvenes generaciones y que son aquellas que sostendrán las pensiones del futuro. Olvidemos a los que deben educarse hoy o a los que deben tratar de buscar su mejor y más óptimo acomodo en el mercado de trabajo y cualquier reforma que hagamos de las pensiones será una de tantas que tendremos que hacer en el futuro. Y no precisamente para bien.