Opinión

Sin perdón

ETA no obtuvo rédito alguno por matar y tampoco lo obtendrá ahora por plantear su disolución, un final que es consecuencia exclusiva de la fortaleza de la democracia

  • Personas en una de las concentraciones celebradas en Pamplona para homenajear a las víctimas de la banda terrorista ETA

En el antiguo Colegio de Huérfanos de la Policía Nacional hay una gran placa de acero en la que están grabados los nombres de todos los miembros del Cuerpo que dieron su vida por España y por nuestra libertad luchando contra el terrorismo. Erigimos ese memorial para que su espíritu de sacrificio impregnara a las nuevas generaciones de policías nacionales y para que su memoria heroica no pueda borrarse nunca de nuestra historia. En esa larga lista de caídos, hay 144 que cayeron vilmente asesinados por ETA. A ninguno de ellos, ni a sus familias, la banda asesina ha pedido jamás perdón. Quizá sea mejor así.

Es difícil calibrar el dolor acumulado por esas familias. Muchas de ellas se llevaron del País Vasco el cadáver de sus esposos o de sus padres una noche de forma casi clandestina y durante muchos años vivieron ese dolor en soledad y ante la indiferencia de la sociedad y de las instituciones. Se ganaron día a día su dignidad gracias también a un movimiento asociativo que ha nadado en muchas ocasiones contra corriente y que tardó demasiado en ser justamente reconocido.

El anuncio de ETA de disolverse definitivamente me ha traído a la memoria sus caras, las manos estrechadas, los abrazos dados, las palabras imposibles de consuelo. ETA muere con la misma dosis de infamia que la ha acompañado en toda su historia, insultando de nuevo a sus víctimas al catalogarlas de buenas y malas, balbuceando una pretendida justificación de una barbarie que no tiene justificación alguna, buscando un beneficio político de la derrota a manos de hombres y mujeres valientes como tantos policías o guardias civiles que dieron su vida por defender la nuestra.

La banda terrorista muere con la misma dosis de infamia que la ha acompañado en toda su historia, insultando de nuevo a sus víctimas"

Ninguno de esos objetivos podrá alcanzar en este estertor final la banda terrorista. Las víctimas no podrán ser humilladas porque ningún cínico comunicado de unos asesinos derrotados podrá manchar su memoria, ni su dignidad, ni la superioridad moral que las asiste a todas. Ni uno solo de sus crímenes podrá ser justificado en aras de un proyecto totalitario que jamás tuvo opción de torcer la voluntad democrática de los españoles. No obtuvieron rédito alguno por matar y tampoco lo obtendrán por plantear ahora su disolución, un final que es consecuencia exclusiva de nuestra fortaleza y de nuestra determinación y en ningún caso de su voluntad.

No fue fácil para una democracia joven como la española derrotar a una banda terrorista tan sanguinaria y fanática como ETA. No es fácil luchar contra asesinos sin ningún tipo de escrúpulo con las armas exclusivas de un Estado de Derecho particularmente garantista. Los asesinos nos golpearon con saña durante décadas y causaron un inmenso dolor en toda la sociedad española. Es posible que cometiéramos errores, como unas penas injustamente bajas para los asesinos durante mucho tiempo, pero en todo momento perseveramos en una voluntad colectiva de lograr la victoria de la libertad sobre el terror. Jamás nos rendimos. Y tenemos todos el legítimo derecho de sentirnos orgullosos como españoles por haber logrado con tan alto sufrimiento esa victoria.  

En esa victoria las víctimas del terrorismo han estado siempre en primera línea. Dándonos la fuerza moral para seguir la lucha, ofreciendo el ejemplo de quienes nunca apostaron por la venganza, sino que confiaron en la justicia, guiándonos con su dignidad en los momentos de duda o confusión. A ellos, a quienes dieron su vida por defender nuestra libertad y nuestra patria, y a sus familias, debemos esencialmente esta victoria. Nada ni nadie podrá mancillar nunca su heroísmo.

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