El Fondo Monetario Internacional ha elevado la previsión de crecimiento de la economía española al 2,8% para este año. Ni es la primera revisión ni creo que vaya a ser la última, pues no descarto nuevos ajustes al alza en lo que queda de año. Si todo va como es esperado, es muy posible que al final de 2018 el ritmo de crecimiento de la economía española oscile de nuevo sobre el 3%, encadenando de este modo cuatro años con crecimientos superiores o similares a esta cifra. Las razones para mi relativo y moderado optimismo es que hoy en día no veo ninguna razón para que esto no sea así. Este razonamiento les parecerá un Perogrullo, pero exponerlo de este modo tiene toda la intención. Mi intuición recae de nuevo en que la fuerte inercia en el crecimiento de la economía española suele ser difícilmente influenciada por factores exógenos salvo que estos supongan un shock importante. Y, de momento, en el horizonte, no se prevé nada que pueda desviar la senda de crecimiento de nuestra economía.
Sin embargo, solicito que interpreten lo anterior con toda la precaución posible. Como he querido dejar claro, no hay en el horizonte nada que nos haga pensar que la tendencia actual vaya a quebrar. Pero esto no quiere decir que no pueda ocurrir. Las previsiones, nunca me cansaré de decirlo, responden a proyecciones basadas en información de la que se dispone hoy, pero que no necesariamente corresponderá con lo que deba ocurrir mañana. Estas previsiones acertarán sólo, y exclusivamente, si la realidad de los próximos meses es aburrida, es decir, si no ocurre nada que no haya sido esperado. Las previsiones, si cambian, serán porque estas se vayan ajustando a medida que la información que llega a manos del analista responda a hechos inesperados.
Si todo va como apuntan los datos, es muy posible que al final de 2018 el ritmo de crecimiento de la economía española oscile de nuevo, por cuarto año consecutivo, sobre el 3%
Dicho esto, la dinámica actual de crecimiento de nuestra economía se basa principalmente en la mejora continua, aunque moderada, de la economía de las familias, así como de la inversión y de un sector exterior que permanece muy dinámico. Es más, este último, el sector exterior, parece que seguirá aportando crecimiento dadas a su vez las expectativas de crecimiento de nuestros principales socios, factor que para mí es quizás el más importante para pensar que el futuro es moderadamente positivo.
Sin embargo, nuestra experiencia nos enseña que las fases de expansión de la economía española suelen venir siempre acompañadas de ciertos desequilibrios que terminan por minarlas y por abonar la siguiente recesión. Si recuerdan mi entrada de hace cuatro semanas, los ciclos económicos son arrugas que aparecen sobre una tendencia que a largo plazo define el crecimiento estructural o potencial. Los ciclos así, en parte, descansan y dependen de la evolución del subyacente de la economía, lo que los financieros llamarían fundamentales. Si este evoluciona de forma positiva, los ciclos expansivos pueden consolidarse en el tiempo sin necesidad de experimentar una recesión en mucho tiempo. Por el contrario, si nuestro crecimiento a corto y medio plazo se sustenta en un subyacente que sufre del ataque de ciertos desequilibrios, entonces, las “paradas técnicas” serán más rápidas y dolorosas.
¿Cuáles han sido los habituales desequilibrios que nuestra economía experimentaba al cabo de un tiempo de crecimiento? Desde el inicio del “Desarrollismo”, con el Plan de Estabilización de 1959 hasta la última crisis, España siempre ha mostrado los mismos desequilibrios que minaban nuestro crecimiento a largo plazo y por ello condicionaban nuestro ciclo. En particular, estos desequilibrios eran la inflación y del déficit exterior. Cuando nuestra economía encadenaba varios años seguidos de crecimiento, ambos venían a plantarse como La Parca para recordarnos que el fin de la expansión estaba cerca. Después llegaban las crisis, 1973, 1981, 1992 y 2007 para dejarnos claro que había que parar, coger aire, soltar lastre y empezar de nuevo.
Sin embargo, en la recuperación que vivimos, los desequilibrios tradicionales parecen no estar aún presentes, algo que resulta novedoso en estos últimos sesenta años de crecimiento económico. No tengo claro si esto se debe a un cambio profundo de nuestra economía, o más bien porque aún estamos recuperándonos de las heridas sufridas de las dos últimas recesiones, 2008-2010 y 2011-2013. Desde que se iniciara la recuperación, a finales de 2013 hasta la actualidad, todo hace indicar que nuestra economía ha crecido por debajo de su senda potencial. Si nada ha cambiado, cuando esto deje de ser así es probable que la inflación repunte, aunque nada exagerado, gracias a una mejora de salarios, eso espero, y que en consecuencia empecemos a observar que las importaciones crecerán por encima de las exportaciones, elevando moderadamente el déficit exterior.
En la recuperación que vivimos, los desequilibrios tradicionales parecen no estar aún presentes, algo que resulta novedoso en estos últimos sesenta años de crecimiento económico
Estos desequilibrios “clásicos” de la economía española son unos viejos conocidos. Más tarde o temprano podrán aparecer. Pero en la actual recuperación me preocupan más otros dos desequilibrios que quizás puedan ser más importantes en los actuales momentos. El primero de ellos es el desequilibrio en las cuentas públicas, y que después de muchos años de ajuste y de recuperación económica se mantienen en niveles preocupantes. Es imperioso que ajustemos este desequilibrio cuanto antes, haciendo una profunda reforma del sistema impositivo español que lo haga más neutral y suficiente. Sigo pensando que en España tenemos un problema fundamentalmente de ingresos y no tanto de gasto: imposición media en patrones europeos (alta en algunos impuestos) pero bajos ingresos.
En segundo lugar, la recuperación no viene aparejada de una mejora del empleo en cuanto a patrones de calidad. Es cierto que la mejora del empleo suele seguir igualmente un cíclico particular, es decir, primero un empleo más precario y luego otro de mayor calidad. Pero en esta recuperación la precariedad se está haciendo muy resistente mientras algunos análisis empiezan ya a mostrar que podemos estar experimentando un cierto cambio estructural en varios países, desde luego también en España. Este problema, unido a la tradicional existencia de una fuerte dualidad en nuestro mercado de trabajo, puede minar el crecimiento futuro.
En definitiva, quinto año consecutivo de crecimiento y posiblemente cuarto sobre el 3%. El desempleo caerá y el empleo mejorará. Nuestras empresas venderán más al extranjero y en general todos estaremos mejor. Sin embargo, para sostener esta dinámica por el máximo tiempo posible debemos vigilar nuestros desequilibrios.