Opinión

Perversiones y militancias

Señala Patrick Boucheron en su breviario El tiempo que nos queda (nuevos cuadernos anagrama, Barcelona 2024) que el miedo a la debacle definitiva no nos ayudará a prevenirla, que corremos el riesgo de precipitar todas las catást

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el ministro de Transportes, Óscar Puente -

Señala Patrick Boucheron en su breviario El tiempo que nos queda (nuevos cuadernos anagrama, Barcelona 2024) que el miedo a la debacle definitiva no nos ayudará a prevenirla, que corremos el riesgo de precipitar todas las catástrofes a fuerza de temerlas, que las defensas democráticas van cediendo una tras otra bajo los golpes incesantes de las certidumbres resignadas, que es preciso apagar el fuego del acontecimiento para descubrir, en el brasero de la inminencia, ese rescoldo que llevaba tiempo humeando debajo de las cenizas, que existe una forma superior de lucidez que solo puede adquirirse en el fragor de la batalla, y que cuando uno arremete y hace el esfuerzo de mirar, ve más y mejor, recordemos que de las facultades mentales del mariscal André Masséna se dijo que se redoblaban en medio del estruendo de los cañones. 

Reconoce además nuestro autor que es tarde, muy tarde, pero tal vez no demasiado tarde para empezar por identificar esa retahíla de artimañas, ardides y renuncias que, en nombre del supuesto conocimiento de un futuro inmutable, nos impiden enderezar el curso del tiempo. Luego habla del oficio del historiador en términos que serían aplicables al del oficio del periodismo y reclama así que el periodista debiera buscar siempre la manera de exponerse sin exhibirse, de no caer en la indignidad de quien pretende sacar provecho de lo que escribe, reafirmándose de paso en la convicción de que su bando es el bando de los buenos. De ahí la solidaridad debida, no a una profesión, sino al método en que se funda, que es el de la averiguación y verificación de los hechos. También su rechazo al ego entregado a sus lamentables pasiones simétricas: la del deseo de ser aclamado por sus amigos y la del placer de odiar a sus enemigos, junto al convencimiento de que basta hacerle sentir algo a la gente para que la gente concluya que tiene razón. 

Es tarde, muy tarde, pero tal vez no demasiado tarde para empezar por identificar esa retahíla de artimañas, ardides y renuncias que, en nombre del supuesto conocimiento de un futuro inmutable, nos impiden enderezar el curso del tiempo

En cuanto a las redes sociales, dado que no se les aplican filtros periodísticos profesionales, han terminado por gravitar hacia el odio al que enciende la irresponsabilidad del anonimato. Porque en ocasiones es muy delgado el hilo que separa el pluralismo mediático de la polarización incandescente, como lo es también el que distingue la legislación necesaria de la censura que nos subleva. Y las presiones que antes ejercían los anunciantes en favor de sus intereses bien pudieran en adelante proceder de los suscriptores, cuya adhesión o repulsa inclinarían al periodista a “torear de oído”, como decía el maestro Pepe Dominguín para quien ganarse el favor o la disconformidad del aficionado influía sobre la ejecución de la faena, ya sea cuando premia con sus aplausos o cuando sanciona con sus pitos los lances de la lidia. Porque, a tenor de George Orwell, “la verdadera libertad de prensa consiste en decirle a la gente lo que la gente no quiere oír”

En cuanto a las redes sociales, dado que no se les aplican filtros periodísticos profesionales, han terminado por gravitar hacia el odio al que enciende la irresponsabilidad del anonimato

Es un deber irrenunciable indagar sobre quién nos protege del protector y señalar dónde termina la pretendida defensa del lector, oyente o espectador y dónde comienza la implacable censura que quieren aplicarnos, siempre por nuestro ben. Además de tener bien sabido que en un sistema democrático la militancia de los periodistas no debe ser contra el sistema, como resultaba obligado en la dictadura, sino contra la corrupción de la democracia y de las libertades, que puede producirse por falsificación, por violencia o por otros abusos. Porque, conviene insistir, las libertades no se alcanzan de una vez para siempre, son atacables por los ácidos, se oxidan como los metales y requieren que estemos de modo permanente vigilando para detectar su corrosión y remediarla. En la alerta constante contra esas corrupciones o degeneraciones, es donde debe estar anclada la militancia de los periodistas en una democracia establecida. Sabiendo con Maurice Joly que el arte de desquiciar a las instituciones democráticas sin abrogarlas requiere que el pueblo esté subinformado, de modo que, privado de información, tenga cada vez menos necesidad de ella, a medida que le vaya perdiendo el gusto. Vale.

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