A estas alturas no creo que haya nadie que se atreva a adivinar como acabará el nuevo lío que se inicia hoy en el Parlament con la elección de la mesa. Tenemos por delante nada menos que 2 meses 2, durante los que el espectáculo estará garantizado. El espectáculo y las emociones fuertes, pero nada más que eso: nadie está pensando en ocuparse de los problemas de los catalanes, ni es formar un Gobierno útil, ni en la forma de revertir los dos desastres que ha traído ya el procés: el económico (con la fuga de miles de empresas) y el sociológico (con la quiebra social profunda de la sociedad catalana).
En lugar de eso, es inevitable que la atención y también el morbo se dirijan a tratar de adivinar cuál será la próxima sorpresa: si será un plasma, si lo será la llegada de políticos presos a la cámara, quizás lo sea alguna detención espectacular con cámaras delante ¡vaya usted a saber! Lo seguro es que, de hoy a que algo parecido a la normalidad regrese a las instituciones de Cataluña va un trecho largo en el que podemos esperar de todo. Las nuevas elecciones, que parecieron la salida natural hacia la normalización política, no han servido. Como era de suponer, los catalanes piensan más o menos lo mismo que en las anteriores, solo que ahora con más mala leche acumulada. Nada apunta a una solución ni cómoda, ni inocua, ni mucho menos rápida.
Nada apunta a una solución ni cómoda, ni inocua, ni mucho menos rápida
De modo que entre las consecuencias que todo este lío va a tener, todas ellas malas, el bloqueo de los Presupuestos Generales del Estado es una de las más seguras. El PNV, además de una posición parlamentaria privilegiada que, por supuesto, utiliza sin dudar, tiene también su corazoncito político y hacen mal quienes no creen a sus portavoces cuando repiten que no votarán los presupuestos a Rajoy mientras la situación siga siendo de excepción en Cataluña.
No les quepa duda de que a los nacionalistas les pesa mucho tener que desaprovechar su gran poder parlamentario actual, pero lo harán. Que el PP haya ayudado al Lehendakari Urkullu con los suyos no les convertirá en no nacionalistas. Como tampoco lo hará el esfuerzo fracasado del mismo Urkullu tratando de atraer a Puigdemont al sentido común. El PNV lo ha dicho y lo hará: no votarán los presupuestos mientras la situación no se normalice: haya un Gobierno en Cataluña y se retire el 155. Y como eso es muy difícil porque quienes pueden formar ese Gobierno ya han dejado clarísimo que tienen toda la intención, desde el minuto uno, de continuar haciendo mangas y capirotes con la legalidad, el 155 volverá de inmediato, si es que en algún momento llega a ser suprimido.
El PNV lo ha dicho y lo hará: no votarán los presupuestos mientras la situación no se normalice
Hay que entender que la independencia de la patria irredenta forma parte del imaginario más profundo de todo nacionalista. Les resulta, por tanto, imposible renunciar a ese sentimiento de complicidad moral con quien se enfrenta a un destino tan mítico para ellos. Y eso queda por encima de la obviedad de que se trate de un proceso destructivo para la sociedad catalana o de resultado final imposible. No son tontos, desde luego que no. Lo saben perfectamente y no ocultan su disgusto, pero aun así no pueden traicionar a sus hermanos dando su voto al “opresor”.
Por mucho que les escueza que este desastre les obligue a desaprovechar sus oportunidades actuales. Incluso por mucho que íntimamente les incomode el desprestigio que Puigdemont y los suyos están aportando en general a los nacionalismos identitarios, como también lo es el suyo. Así mientras el espectáculo catalán, que no tiene ninguna pinta de ir a mejor, siga captando la atención pública, el año avanzará y los presupuestos del año vencido se prorrogarán, tanto como dure la crisis catalana. Al menos, mientras se precisen los votos del PNV.