El déficit de la Seguridad Social puede situarse en el 1,9 % del PIB para este año. Estaríamos hablando del mayor déficit jamás alcanzado en toda la historia. Dicho récord se conseguirá incluso después de que en los últimos años se hayan puesto en práctica varias reformas del sistema, y cuya principal meta en todas ellas ha sido, supuestamente, asegurar su sostenibilidad a largo plazo. Es evidente que, a pesar de algunos éxitos menores, aquellas reformas que en su día nos presentaron como un seguro para las futuras pensiones en gran medida no han conseguido alcanzar tal objetivo. También es cierto que gran parte de estas reformas empezarán a tener un efecto más intenso en el medio y en el largo plazo, tan pronto como entre en vigor el Factor de Sostenibilidad, que liga la evolución de la pensiones a la esperanza de vida, como transcurran varios años aplicando el Índice de Revalorización Anual (IRA), y que ya reduce el aumento de las pensiones al 0,25 % anual en los años en los que los ingresos del sistema han sido o vayan a ser inferiores a los gastos.
Los ingresos no han respondido como esperábamos, debido particularmente a la configuración que la recuperación económica ha adoptado en el mercado laboral. Sin embargo, no es menos cierto que la inercia del gasto es muy intens
Podemos decir con un amplio margen de seguridad que el déficit aumenta, efectos coyunturales aparte, por el aumento del gasto en pensiones. Es cierto que los ingresos no han respondido como esperábamos, debido particularmente a la configuración que la recuperación económica ha adoptado en el mercado laboral. Sin embargo, no es menos cierto que la inercia del gasto es muy intensa. Así, las predicciones más optimistas consideran que, sin reformas aprobadas, esta seguiría siendo la dinámica en las siguientes décadas. Como ejemplo, para los años 50 de este siglo, el peso en el PIB de las pensiones se estimaría, de nuevo bajo un prisma optimista, en el 20 % sin reformas y en el 17 % con reformas, aunque sin evaluar la totalidad de las mismas (en 2015 fue del 12 %). Asumiendo que los ingresos difícilmente puedan superar el 10 % si no hay reformas, mientras tanto el Factor de Sostenibilidad como la aplicación del IRA no sean plenamente activos, en el futuro más inmediato el déficit del sistema no dejará de crecer.
¿Cuáles son las razones para esta inercia en el aumento del gasto y qué otras actuaciones son factibles para debilitarla? Creo que todos tenemos una idea clara de cuáles son las causas. Una gran parte del crecimiento del peso de las pensiones tiene un carácter netamente demográfico. Sabemos con bastante seguridad cuántos españoles van a cobrar una pensión en los próximos 40 años. Lo sabemos porque ya están vivos y muchos cotizando. Las proyecciones demográficas son muy fiables, por lo que el margen de error en este caso es mínimo. Sólo algunos factores como la migración pueden modificar dichas predicciones. Si en las próximas décadas asistimos de nuevo a una fortísima oleada inmigratoria, es probable que estas predicciones sean más pesimistas de lo que finalmente ocurrirá. Sin embargo, los escenarios más optimistas no esperan tal reedición migratoria, por lo que no se augura nada positivo desde la demografía en cuanto a la tendencia a largo plazo del gasto en pensiones.
Actualmente un pensionista espera cobrar una media de 20 años de pensión una vez se ha jubilado a los 65 años. Si se prejubila o se jubila anticipadamente, entonces sumen más años cobrando una pensión
Pero además la esperanza de vida sigue aumentando. Esto quiere decir que estamos adoptando la sana costumbre de morirnos más tarde. En consecuencia, actualmente, un pensionista espera cobrar una media de 20 años de pensión una vez se ha jubilado a los 65 años. Si se prejubila o se jubila anticipadamente, entonces sumen más años cobrando una pensión. Es así la demografía una causa en gran parte exógena y que engorda el problema desde dos flancos diferentes, pero que convergen en pinza hacia un resultado claro y evidente.
Asegurar el sistema implica en parte minimizar este efecto demográfico. Varias de las reformas aprobadas en los últimos años han sido razonables en este sentido. Por ejemplo, es el caso del propio Factor de Sostenibilidad, que entra en vigor en 2019, y que ligando la pensión a la esperanza de vida previsiblemente tendrá intensas repercusiones en el valor de las pensiones. No obstante, y quizás, tales ajustes sean aún insuficientes. Así, y aunque se han endurecido las condiciones y los costes para la jubilación adelantada y la prejubilación, es aún necesario endurecer más tales requisitos. También se puede limar el efecto demográfico flexibilizando al máximo e incluso incentivando el retraso de la edad de jubilación. Es cierto que hay empleos y ocupaciones donde las características de las tareas que implican hacen inviable el alargamiento de la vida profesional. Sin embargo, otras no sufren tanto de tales limitaciones, por lo que en ciertas ocupaciones debería permitirse al trabajador elegir libremente su edad de jubilación una vez se haya alcanzado un mínimo legal.
Es necesario elevar la tasa de empleo en un mercado laboral como es el español donde esta es muy baja para los estándares medios occidentales
Otras actuaciones deberían abordarse en otros ámbitos de la economía española. Por ejemplo, sería necesario elevar la tasa de empleo en un mercado laboral como es el español donde esta es muy baja para los estándares medios occidentales. En este caso dos son las direcciones primordiales de actuación. La primera de ellas es la de continuar con las reformas laborales que permitan mejorar nuestra tasa de ocupación, es decir, reducir nuestro nivel estructural de desempleo. Sobre esto, ya saben, existe un mundo completo de propuestas y reformas que no voy a desarrollar por espacio. En segundo lugar, sería necesario elevar la tasa de ocupación de aquellos grupos poblacionales con especial infrarrepresentación en el mercado laboral, como es el caso de los jóvenes y de las mujeres y que permitiría ampliar la base sobre la que el sistema de pensiones se erige: los trabajadores. Sin embargo, la reducción en la presión que se conseguiría mediante estos logros sería temporal, ya que mañana, quienes trabajen hoy, serán pensionistas con derecho. Por lo tanto es necesario imaginar soluciones menos condicionadas a largo plazo.
En este sentido, habría que asegurar la sostenibilidad de las pensiones mediante un adecuado crecimiento de la productividad. Esto permitiría contener el ratio pensión/salario en los próximos lustros, lo que aliviaría la presión de las primeras sobre los segundos. Para ello, sería necesario que se llevasen a cabo políticas que asegurasen un crecimiento sostenido a largo plazo de la economía española basado en la eficiencia. Por este flanco, muchos economistas atacan los razonamientos a favor de las reformas del sistema de pensiones argumentando que estas no serían necesarias gracias al esperado aumento de la productividad. Sin embargo, y en este sentido, quien les escribe no comparte tal optimismo. La reciente historia económica española si algo nos ha mostrado es que en ninguna piedra ni libro sagrado está escrito que la productividad vaya a crecer a ritmos suficientes como para compensar los factores demográficos antes expuestos. Además, no sólo es el pasado lo que me hace dudar. Las perspectivas futuras, nacionales y también globales, de bajo crecimiento de la productividad, nos deben llevar a considerar reformas que sean factibles e independientes de cómo finalmente avance esta. Prepárate para lo peor y espera lo mejor.
Esto nos lleva a las dos últimas actuaciones posibles. En primer lugar, la impopular reducción de la pensión media de los jubilados que entren en esta nueva situación personal. En segundo lugar, buscar ingresos donde ahora no los hay.
La deficiente recaudación tiene características estructurales, por lo que es necesaria una reforma. La subida de las cotizaciones en un mercado de trabajo donde el desempleo es elevado sería inasumible
En cuanto a reducir la pensión media, de facto ya está en marcha. Como se ha adelantado, mientras los gastos superen a los ingresos, el aumento de las pensiones será sólo del 0,25%. Esto, evidentemente, en años de caídas de precios como ha sido 2015 y 2016 no es un problema. De hecho eleva el peso de las pensiones en términos reales. Sin embargo, con el retorno de la inflación empezaremos a observar cómo el valor real de las pensiones se reducirá, lo que condicionará sin duda alguna la vida política (y electoral) de este país. A esto súmenle de nuevo el Factor de Sostenibilidad. Es por esta vía, por la que más probablemente el gasto en pensiones acabe finalmente controlado. Pero eso sí, esto ocurrirá a largo plazo. Mientras este llega, hay que seguir financiándolo, y esto nos lleva finalmente a los ingresos.
En cuanto a cómo elevar los ingresos del sistema, el debate está sobre la mesa. La deficiente recaudación tiene características estructurales, por lo que es necesaria una reforma. La subida de las cotizaciones en un mercado de trabajo donde el desempleo es elevado sería inasumible. Es así necesario buscar dichos ingresos en otros lares. Sin embargo, esta opción no goza actualmente de una gran aceptación. Sería imperativo de este modo romper las barreras de comunicación, eliminar tabúes al respecto y reiniciar las conversaciones en el seno del Pacto de Toledo.
En resumen, el déficit de la Seguridad Social no deja de crecer, y aunque estaba previsto, dados ciertos elementos demográficos y de diseño pasado de derechos, lo hace más rápidamente de lo esperado. Aunque algunas reformas compensarán a largo plazo tales desviaciones, mientras deberemos tomar decisiones que alivien el desequilibrio. Ahora, más que nunca, estas decisiones deben tomarse por consenso y bajo el manto de un pacto global de estado. ¿Estamos dispuestos a ello? Les digo una cosa, hoy no soy muy optimista.