Opinión

El mundo por Montero: la balada de Lady Galapagar

En los aposentos de su chalé serrano, Lady Montero se mesa los cabellos al tiempo que, en Moncloa, la Calvo presume de melenaza en su negociación con Pablo Echenique para

  • Irene Montero.

En los aposentos de su chalé serrano, Lady Montero se mesa los cabellos al tiempo que, en Moncloa, la Calvo presume de melenaza en su negociación con Pablo Echenique para conseguir un ministerio. Agua bendita en mano, Carmen la Superiora exige al escudero morado rezar tres Dios te salve Pedro, pero como el hombre se niega, del trámite no sale ni un despacho… aunque sí este despecho que enturbia los humores de doña Inés, marquesa de Galapagar y primera en la línea de sucesión de la República… bananera.

De no haberse estropeado aquel gobierno de coalición entre PSOE y Podemos -¡ay, los rojos y los tomates!, cual ensalada o golpiza- Lady Galapagar habría entrado desmonterada en La Moncloa, una plaza de relumbrón ¡Vaya hazaña, doña Inés! Convertirse en la primera persona en ocupar la vicepresidencia de España antes de cumplir los 31. Es una pena que no haya cuajado, porque el episodio de la ínsula Barataria habría quedado a la altura de entremés a su lado. ¡Qué malvado es Sánchez cuando se pone Frankenstein! ¿Verdad?

Nos duele doña Irene, cómo no, este contratiempo indeseado. Usted, que de florero pasó a florera luego de que Cayetana Álvarez de Toledo le hiciera una de las suyas. Pero no se lo tome a mal, por favor, ya sabe que así es la política: dura y en ocasiones ineficaz como la medicación, algo que usted sabrá de sobra después de sus años en la Facultad de Psicología. En fin, doña Irene, va por usted esta balada. No será la del Reading de Oscar Wilde, pero quién sabe… quizá le alivia esta pena de no poder confeccionarse un palestino nuevo con la moqueta de Moncloa.

¡Convertirse en la primera persona en ocupar la vicepresidencia de España antes de cumplir los 31! Una pena que no haya cuajado. ¡Qué malvado es Sánchez cuando se pone Frankenstein!

Si yo le contara doña Montera… ¡qué digo, Montero! -perdone usted, hasta lo inclusivo se me atraganta con semejante contratiempo- sobre las maledicencias que ruedan por las tertulias sobre usted. Que si es inexperta, que si compensa su falta de oficio con el exceso de agallas, que si vuestra merced, por compartir mando y alcoba con el señor Iglesias podría terminar cortándole la coleta un día de estos mientras el menda duerme. Por cierto, ¿tiene usted un buen afilador de tijeras por cierto, porque yo conozco a unos cuantos?

En fin… para qué extendernos más. Ya sabe usted, señora marquesa, ruedan las maledicencias… sólo eso, maledicencias. Si ya defenestró usted al doncel Errejón, para qué complicarse la vida afeitando a su buen marido. Con eclipsarlo basta. No se preocupe, señora mía, que de portavoza va mejor que de consorte. Y aunque este amargo revés pueda amargarle la tarde, bien sabe usted, de sus días de Vistalegre, que no hay nada que un piolet o un buen plebiscito no arregle. Siempre gana el chalet, señora mía, siempre.

Usted que pisó Harvard -aunque sin tesis-, sabe que de todo se sale y que ni la Iglesia católica, ni el Ibex 35 ni la Monarquía juntas ensombrecen su reino menguante, ese imperio de escaños que desaparecen casi con la misma velocidad que los biberones, perdone, quise decir cromañones, ya sabe usted, que esta política cavernaria me nubla el seso, hasta conseguir que el machismo se me salga por los poros. Entiéndame: es la emoción doña Montero, la pura de emoción de barruntar para usted estas líneas amables. Es lo que tiene llevar el mundo por montera, doña Inés: el día menos pensado le sale un sobrero.

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