El neurocientífico alemán Frieder Michel Paulus publicó en 2013 un estudio acerca de la vergüenza ajena en el que la relacionaba con la empatía. Dudo mucho que a la vergüenza que experimentamos al escuchar lo que se dijo en la investidura fallida de Sánchez pueda asociarse la más mínima empatía. Se certificaba la enorme vanidad de nuestra clase política, su búsqueda incesante de excusas para no hacer aquello por lo que les pagamos, y, salvo alguna excepción, lo poco que interesan gobernados a gobernantes.
Eso sí, escenificación, la que quieran. Miradas asesinas de Pablo Iglesias, aire de sacerdote sin vino de consagrar de Sánchez, escalofrío escuchando a los bilduetarras hablar de moralidad, lacrimógenas palabras de un Rufián totalmente excedé, o marisabidillismo de Laura Borrás. Todo fue surrealista, exento del menor sentido del estado e incluso, si me lo permiten, democrático. De la derecha nada que decir, porque aquí los que tenían que dar el do de pecho eran el coro de voces disociadas de la moción contra Rajoy, que se empeñaron en cantar cada uno su propia partitura.
En los parlamentos siempre existe una dosis de banalidad, de tontería, de ridículo, pero aquí batimos ayer todos los récords. En ningún otro país europeo se daría un caso similar. ¿No tienen vergüenza ajena, acaso? Pues casi que no. Es un sentimiento muy español, casi sin equivalente en otras lenguas, salvo en alemán, Fremdscham (vergüenza exterior), finlandés, Myötähäpeä (vergüenza compartida), y holandés, Plaatsvervangende Schaamte (vergüenza que intercambia su lugar).
Estos dirigentes provocan vergüenza ajena, pero no olvidemos que están ahí porque les votan. Quizás sería hora de empezar a cultivar la vergüenza propia, si más no, para evitarnos la ajena
Ah, pero sucede que aquí, por nuestra historia, sabemos alguna cosa más que otras naciones, no en vano inventamos como género la picaresca. Como sea que en numerosísimas ocasiones nos hemos avergonzado de quienes nos gobiernan, hemos acuñado el concepto. Vergüenza ajena, que la propia es cosa de cada uno. Sí, vergüenza ajena al comprobar como la egomanía de Sánchez ha mantenido al país paralizado estos tres meses, esperando una negociación que jamás fue tal; vergüenza ajena de Podemos, que quería tomar el Palacio de Invierno esperando que el Zar les diese las llaves en mano y, como remate, les indicara donde estaba la llave de paso del agua; vergüenza para los separatistas, que se han dividido entre posibilistas e irredentos, aunque compartan el mismo fin, que no es más que la ruptura del ordenamiento constitucional.
Vergüenza, ahora sí, de los partidos constitucionalistas que solo saben acumular agravios unos contra otros y cuando han de pactar lo hacen a regañadientes, apuñalándose por la espalda. Vergüenza de una ley electoral y de unos reglamentos que debieran haber sido revocados hace años para poder impedir bloqueos parlamentarios y garantizar una mejor y más justa representación de la ciudadanía. Pero ni populares ni socialistas han querido nunca abrir ese melón, porque el asunto les beneficiaba. Tampoco lo han hecho con unas autonomías que desangran nuestros presupuestos, ni con una administración improductiva, auténtico patio de monipodio en el que se lucran miles y miles de enchufados, ex amantes y familiares. Ni mucho menos con las inversiones en obra pública, en tecnología punta, en universidades, en cultura, en defensa.
Ayer solo se habló de cuestiones personales, puesto que de sillas se trataba. No convencieron unos u otros más que a los suyos, y acaso ni eso. Dicen ahora que se dan de plazo hasta septiembre. Qué más da. La pasta de la que están hechos no ha de cambiar por mucha canícula que medie. Son pesebreros, cortoplacistas de los que piensan que cuando ellos han cenado ya ha cenado toda España. Son incultos dándose aires de bachilleres, puros monumentos a la ignorancia hechos de carne, receptáculo de todo tipo de egoísmos, filias y fobias.
Estos dirigentes provocan vergüenza ajena, pero no olvidemos que están ahí porque les votan. Quizás sería hora de empezar a cultivar la vergüenza propia, si más no, para evitarnos la ajena. Si hay elecciones en noviembre, tendremos la oportunidad. Una más.