Hace unos días conocíamos que la Comunidad de Madrid crecía un espectacular 31,7% en tasas interanuales. Este dato era anunciado como prueba absoluta de que esta región superaba, por más de una decena de puntos, al crecimiento del conjunto nacional. Además, estas cifras eran, para mayor gloria de su gobierno y felices habitantes, una prueba irrefutable de que las políticas aplicadas en la región funcionaban.
Pero había un problema. Si algo mostraban tales cifras era precisamente lo contrario. El análisis de las mismas con una mínima atención nos enseñaban, precisamente, que Madrid estaba creciendo menos durante esos meses. ¿Contraintuitivo? Posiblemente, pero así era. La razón surge en no comprender la naturaleza de las tasas de crecimiento, un anumerismo que se le supone a gran parte de la población, pero no a quienes tienen la obligación de explicarnos los resultados de su gestión. La pompa y boato de la presentación de estos datos, sin embargo, nos cuenta que, a sabiendas de este hecho, se quiso vender lo que no era. Pero, ¿qué importa la realidad si lo que interesa es la excitación del mensaje?
El caso que comento no es único, ni desde luego el peor. De hecho es habitual. Los partidos y los políticos, salvo honrosísimas excepciones, suelen vivir de la creación de tuits, como diría Jordi Sevilla. Así, lo importante no es la relevancia de lo que se haga, sino lo que podemos hacer creer que estamos haciendo. Da igual si estás contando algo importante, o si simplemente es verdad o no. Lo que debe importar es lo que perciban aquellos a los que van dirigidos nuestros mensajes; el efecto que este cause. Y así vamos de hora en hora, de día en día.
Y es que vivimos en la era de lo simple. Nunca la información llegaba a tantos y tan rápidamente, por lo que hay que producir información fácil de digerir, casi diría que bytes de información, paquetes cuánticos de 0 y 1, que active automáticamente la sensibilidad del receptor en un sentido o en otro. Y da igual lo que digas. Asumo que la presidenta de la CAM conocía las tripas de los datos que se anunciaron. Pero era obvio que había que sacar esa parte que magnificara su supuesta gran labor, aunque estas realmente no fueran útiles para tal cosa.
Ante un problema grave, lo que hacemos es convencer de que lo solucionamos escondiéndolo para que no se vea. Como cuando barremos el polvo y lo metemos debajo de la alfombra
Pecadores hay en todos los hogares. Recientemente, hasta un gobierno que se dice socialdemócrata y, parte de él, comunista, nos ha vendido que bajar ciertos impuestos es bueno. O cuando menos, en aras de un bien superior. Ahora resulta que pagamos lo que pagamos de luz porque tenemos muchos impuestos, cuando es obvio que —Banco de España dixit— buena parte de la factura viene del precio de los derechos de emisión de CO2 y por del gas. Es decir, ajuste por emisiones y problemas de suministros. Pero como ocurriera en otras etapas más oscuras de nuestra historia —recuerden la reacción de la dictadura a la subida del precio del crudo en 1973/74—, ante un problema grave lo que hacemos es convencer de que lo solucionamos escondiéndolo para que no se vea. Como cuando barremos el polvo y lo metemos debajo de la alfombra. No somos capaces de explicar que nada es gratis y que lo que dejemos de pagar por un lado habrá que cobrarlo por otros.
O deuda o más impuestos
Piensen, por ejemplo, que el impuesto especial de generación eléctrica es un impuesto que se liquida a las comunidades autónomas. ¿Creen que estas van a estar dispuestas a una menor liquidación a partir de 2022 porque se propongan eliminar ese impuesto? Reclamarán otra fuente de ingresos y eso es o deuda o subida de otras figuras impositivas. Al final, lo pagaremos. Pero esto no se cuenta. Lo que se cuenta es que, bajando impuestos a la luz, quien gobierna cumple. Que volveremos a la factura de 2018.
Y para más inri, esta bajada representa todo lo que no se debe hacer si, en primer lugar, tratas de evitar un mayor coste de la subida de precios de un suministro energético (tratas de evitar el encarecimiento relativo impidiendo el necesario ajuste vía cantidad) y, en segundo lugar, es un mensaje absolutamente contradictorio con el de favorecer y apoyar la transición energética. Pero de nuevo, lo importante es el mensaje que queda en el subconsciente a corto plazo.
Así pues, en esto andamos. La política vive del mensaje, y en este mundo de acceso a la información, más aún. Los titulares se vuelven cada vez más simples, más efectistas, pero con menor contenido, para que sean fácilmente asimilados por una población a la que cebar con sesgos. Y en el menú de la economía hay muchas opciones para elegir.