Hace mes y medio la situación en la frontera entre Bielorrusia con Polonia y Lituania era preocupante. Las autoridades bielorrusas estaban acarreando inmigrantes de Oriente Medio hasta la línea fronteriza. Una vez allí, algunos de estos inmigrantes, espoleados por el ejército bielorruso, comenzaron a atacar a los soldados polacos que la custodiaban. Otros se hacinaban en campamentos en espera de la oportunidad propicia para colarse por una brecha en la verja y entrar en tropel en Polonia, que es lo mismo que hacerlo en la Unión Europea y en el espacio Schengen, dentro del cual no existen los controles fronterizos.
El ataque bielorruso, que la UE calificó como híbrido, puso a Bruselas en alerta. Se encontraban con algo parecido a lo que sucedió a finales del verano de 2015 en el mar Egeo. En aquella ocasión el detonante fue la guerra en Siria y los refugiados que se encontraban en Turquía. Erdogan, con intención de presionar a la UE, permitió y alentó a que entrasen ilegalmente en la Unión europea por Grecia y Bulgaria. En cuestión de unos días grupos numerosos de refugiados sirios estaban ya en la frontera entre Eslovenia y Austria tratando de acceder a Centroeuropa. La crisis puso a la UE en jaque y obligó a los Gobiernos comunitarios a repartirse los refugiados por cuotas. Aquella crisis sería unos meses más tarde un argumento que los partidarios del Brexit utilizaron durante el referéndum. Boris Johnson y compañía dijeron a los británicos que no podían permanecer en un lugar incapaz de vigilar sus propias fronteras.
El régimen de Aleksandr Lukashenko, en definitiva, ha fracasado. Ese fracaso se ha debido en buena medida al modo en el que tanto Polonia como sus vecinos de Lituania y Letonia han enfrentado la crisis
Todos esos negros presagios aleteaban por encima de los miembros de la Comisión a principios de noviembre. Pero esta vez ha sido diferente. Un mes después, los inmigrantes se están marchando, el régimen bielorruso les repatría precipitadamente a sus países de origen. El régimen de Aleksandr Lukashenko, en definitiva, ha fracasado. Ese fracaso se ha debido en buena medida al modo en el que tanto Polonia como sus vecinos de Lituania y Letonia han enfrentado la crisis, con realismo y determinación, de manera muy alejada a como se hizo en 2015. El resto de Europa debería agradecérselo y extraer las lecciones oportunas.
La frustrada invasión de noviembre empezó mucho antes. Tan pronto como en el mes de mayo Lukashenko prometió inundar la UE con drogas e inmigrantes si le seguían incomodando con sanciones. Fue entonces cuando ordenó que aterrizase un avión de Ryanair en Minsk para detener a un disidente. Como represalia la UE reforzó las sanciones contra su Gobierno y lo denunció ante la comunidad internacional. Fue ahí cuando se gestó la operación. Tan sólo bastaba con ir a Oriente Medio y traer a los inmigrantes en avión. No hacían falta muchos para desatar una crisis, con cinco o seis mil irían más que sobrados. Treinta o cuarenta vuelos desde Estambul y Bagdad serían suficientes para poner a toda esa gente en la frontera. Mejor aún si eran jóvenes y agresivos y si entre ellos había algunas mujeres y niños para que las ONGs Europas sintieran lástima.
Su idea era reproducir a pequeña escala la crisis del Egeo en 2015, pero esta vez más al norte y en pleno otoño. Ahí empezó a fallar todo. No es lo mismo septiembre en las islas griegas que noviembre en los bosques polacos. No son lo mismo cientos de kilómetros de costa que una frontera perfectamente delimitada y en buena parte vallada. No es lo mismo que te pillen por sorpresa como sucedió con las autoridades griegas a que vayas sobre aviso como ha ocurrido ahora. La policía polaca sabía lo que se le venía encima y se preparó con tiempo. Previó un dispositivo de contención y, aunque algunos han conseguido cruzar y dirigirse hacia Alemania, la mayor parte de ellos se han quedado al otro lado de la verja fronteriza.
La frontera no ha cedido porque polacos, letones y lituanos no se han desentendido del asunto. Al régimen bielorruso no le han dejado otra opción que admitir la derrota y recoger velas
Lukashenko calculó mal los tiempos y subestimó a polacos y lituanos. Supuso que cederían y les dejarían pasar. A fin de cuentas, todos esos iraquíes no querían quedarse en Polonia, sino proseguir camino hacia Alemania, un poco como sucedió en 2015. Todos los países balcánicos formaron un corredor, querían que los refugiados pasasen por su país lo más rápido posible en su camino hacia el norte. Esta vez Lukashenko pensó que iba a suceder lo mismo y que en cuestión de un par de semanas esos grupos de iraquíes se encontrarían deambulando por las calles de Berlín a la vista de Angela Merkel.
Nada de eso ha sucedido. La frontera no ha cedido porque polacos, letones y lituanos no se han desentendido del asunto. Al régimen bielorruso no le han dejado otra opción que admitir la derrota y recoger velas. ¿Cómo han conseguido Polonia, Lituania y Letonia doblar la mano a Lukashenko? Simplemente manteniéndose firmes. El clima ha ayudado, pero sin la firmeza que han mostrado los Gobiernos de estos tres países la crisis en la frontera se hubiese convertido en una crisis en el interior de la UE que, desde ese mismo instante, quedaría al albur de lo que esta marioneta del Kremlin tuviese a bien hacer. Polonia ha salvado a toda la Unión Europea de un problema mucho mayor sin siquiera pedir ayuda. Todo ha corrido por su cuenta, desde la financiación del dispositivo fronterizo hasta los 15.000 soldados que envió a la frontera. Los lituanos enviaron otros 9.000, Frontex, la agencia europea de protección de las fronteras exteriores, despachó a cien agentes, unos coches patrulla y un par de helicópteros. Por lo demás, han sido los polacos los encargados de organizarlo todo de un modo mucho más asertivo de lo que los Estados de Europa occidental se hubiesen atrevido.
Imaginemos por un momento que hubiera pasado si los tres gobiernos hubiesen decidido, por ejemplo, que eso no era asunto suyo porque esos inmigrantes querían ir a Occidente, especialmente a Alemania. Podrían haber dicho, como dijo el propio Lukashenko: “No vienen a mi país; van al suyo". Podrían haber ordenado a sus guardias fronterizos que se limitasen al control básico de los puestos fronterizos dejando el resto de la frontera desatendida. También podrían haber dejado a esos 15.000 soldados en sus cuarteles y que de todo esto se hubiera encargado la policía de fronteras cuyas capacidades son muy limitadas.
El Gobierno polaco lleva años pidiendo a sus socios de la UE que controlen mejor la inmigración ilegal y todo lo que se ha llevado son reprimendas
En ese caso hubiera dejado de ser un problema polaco y habría pasado a ser un problema alemán o francés golpeando en las mismas puertas del edificio de la Comisión en Bruselas. Pero asumieron desde el principio que el problema era de todos y han predicado con el ejemplo. El Gobierno polaco lleva años pidiendo a sus socios de la UE que controlen mejor la inmigración ilegal y todo lo que se ha llevado son reprimendas. Les han llamado de todo y nada bueno hasta que se han encontrado con el problema en la puerta de casa. El Gobierno polaco, de hecho, no quiso que Bruselas se encargase de la situación porque temía, con razón, que, de un modo u otro, llegarían a un acuerdo con Lukashenko para absorber parte o la totalidad de esos inmigrantes para luego repartirlos por cuotas por la Unión Europea como hicieron con los sirios en 2015.
Este es el primer golpe real que recibe Lukashenko. Se lo han dado sus vecinos polacos y no la burocracia bruselense que le fríe a sanciones y a declaraciones transidas de preocupación y condena, pero que no van a ningún sitio. Lukashenko tiene todos los huevos puestos en el este, en Rusia. Lo que digan de él en París o en Berlín le da igual. Es probable que vuelva a intentarlo. Recordemos que aún no ha cumplido su promesa de inundar la UE con drogas y hace no mucho se vanagloriaba de poder cortar el gas a Occidente cuando lo considere necesario.
La operación de los inmigrantes puede volver a ensayarla, pero ya sabe lo que se va a encontrar. Esperaba que Polonia se iba a lavar las manos y no opondría resistencia y se topó con 15.000 efectivos del ejército con alambres de espino y cañones de agua. Polonia le ha dado una lección de humildad al tiempo que daba otra lección de realismo a los líderes europeos. Frente a los tiranos sólo cabe la firmeza. Como los matones en la escuela, huelen el miedo y se valen de él para imponerse. La próxima vez que Lukashenko o que su amo y señor Vladimir Putin utilicen alguno de sus trucos ya saben cómo responder. El “deeply concerned” les entra por un oído y les sale por el otro. Europa occidental tiene que cambiar su narrativa buenista por otra realista más acorde con el mundo en el que vivimos, no con en el que les gustaría vivir. El mundo está lleno de amenazas y hay que enfrentarlas tal cual vienen, de manera proporcionada, pero firme. La corrección política quizá sirva para aplazar los problemas o transferírselos a otros, pero jamás para resolverlos.