Las negociaciones sobre la composición del Consejo de RTVE han supuesto una nítida evocación, casi una celebración, del pujolismo. Tardà ha tenido bloqueado el nombramiento de los candidatos no porque éstos le incomodaran, pues tanto ellos (¡sobre todo ellas!) como él pertenecen a la más fecunda e insoluble hermandad de nuestro país, la de sus haters. Ni lo que exigía, en fin, tenía que ver con la televisión ni su perenne atuendo luctuoso es una expresión de solidaridad con la histérica protesta de los trabajadores del medio. Su demanda, como cualquier chantaje que se precie, era harina de otro costal. Y cabría formularla en estos términos: yo hago la vista gorda en un asunto por el que, después de todo, no tengo el menor interés (entre otros motivos, porque dispongo de mi propia televisión, donde hago y deshago sin que ningún locutor funda a negro ni se enfunde en negro, siendo éste un privilegio que también he obtenido gracias al tráfico de influencias, que, cuando se trata de Cataluña, adopta el nombre de peix al cove), y tú consientes en acercar a nuestros presos y entrevistarte, en pie de igualdad, con el presidente Torra; sí, el mismo al que llamaste racista, qué le vamos a hacer.
La propuesta de Cs de un umbral del 3% de los votos para lograr representación en el Congreso es un dique frente a quienes se sirven de la democracia para tratar de reventarla
Ésta es la clase de chalaneo que la izquierda, con su habitual pomposidad, denomina forja de consensos en pos de un país plural, un trueque al que la derecha, por cierto, no sólo no ha sido ajena; antes al contrario, ha llegado a poner en la balanza mercancías tan inverosímiles como el destierro a Bruselas de su mejor hombre. La propuesta de Ciudadanos de un umbral del 3% de los votos en el cómputo nacional para lograr representación en el Congreso, no pretende sino levantar un dique frente a quienes se sirven de la democracia para tratar de reventarla. Huelga decir que no estamos ante un problema exclusivamente español. El Parlamento Europeo aprobó el miércoles una reforma electoral en idéntico sentido y por las mismas razones. Para conjurar la posibilidad de que, llegado el día, un aldeano orgullosísimo de serlo suba a la tribuna de oradores y, sabedor de que sus votos son necesarios para vaya a usted a saber qué complot, exclame: “¡Vaya, vaya... así que ésta es la gran Europa!”.