Opinión

La España que ya no conoce ni la madre que la parió

Caminamos sin sosiego hacia una segunda velocidad europea pobrísima, como aquella que era capaz de impulsar a duras penas el ‘seiscientos’ del desarrollismo franquista

  • Pablo Iglesias con Gabriel Rufián en la sede de la Vicepresidencia del Gobierno

La semana pasada la periodista Rosa Villacastín, que es experta en asuntos del corazón y alguna cosa más, a la que siempre he tenido por una persona con criterio, escribió el siguiente tuit: “Confinar barrios donde viven los que hacen posible que Madrid funcione no demuestra más que el desprecio que PP y Ciudadanos tienen por los trabajadores. Sí, sí, Ayuso y Aguado, Inés Arrimadas y Casado, porque sin su aprobación esto no sería posible”. Le contesté que tal afirmación me parecía un ejemplo redondo de indigencia intelectual y una manifestación palmaria de la más execrable demagogia ‘podemita’. Pero estos son los bueyes con los que hay que arar.

Este es el país de mierda en el que han convertido España Sánchez y sus secuaces. Villacastín es una persona de edad provecta y yo siempre he pensado que la mayoría de los buenos vinos maduran con los años hasta convertirse en excepcionales, pero es evidente que no ha sido el caso. Aquí tenemos el ejemplo de una teoría completamente fallida. La mía. Está fuera de toda duda que la señora Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, ha cometido errores en la lucha contra el coronavirus.

Me parece que cuando empezaron a producirse los primeros rebrotes ya muy entrado el verano se los tomó con una falta de diligencia reprochable, y también que su órdago en estos momentos no está todo lo calculado que debería. Lleva meses por detrás de la curva como diría el infecto Simón. Todo esto puede nadar entre lo inobjetable y lo discutible pero lo realmente malvado es pensar que las decisiones que ha adoptado tienen que ver con el clasismo y con el repudio a los diferentes.

Esto sólo se le puede ocurrir a la señora Villacastín y a otros ciudadanos contaminados por el germen del odio, que reproduce y multiplica la violencia mediática e incluso física de la ‘kale borroka’ de Podemos, debidamente convocada en los barrios del sur intervenidos, con pancartas que obligadamente tuvieron que elaborarse mucho antes, para protestar contra unas restricciones dolorosas pero inevitables sólo horas después de ser comunicadas por televisión.

Enemigo a destruir

No nos sorprendamos. Esto es lo mismo que hizo el PSOE del hombre de Estado Rubalcaba y los entonces cachorros de Podemos después del trágico e infausto 11-M de 2004 para prostituir las elecciones asediando la sede electoral del PP el día de reflexión. Y lo hicieron, y aprovechan cualquier oportunidad al respecto, porque lo que no soportan es que la derecha vuelva a gobernar después de 40 años de dictadura, y la Comunidad de Madrid, que se les ha escabullido siempre gracias al sentido común de este viejo poblachón manchego -con el intervalo de la ‘señora croqueta’, la magistrada nefasta y peor regidora Manuela Carmena- es el enemigo que destruir a toda costa.

La historia de los vinos no es baladí. Ahora que se habla con causa del interés del doctor Sánchez y del comunista Iglesias por demoler el régimen del 78, conviene recordar que estos impulsos destructivos nunca fueron ajenos al Partido Socialista que tanto hizo por construirlo. Vienen de cuando el entonces vicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra, que quería cambiar España hasta que “no la conociera ni la madre que la parió”, encontró resistencias “insalvables” en los jueces, en su opinión dominados por el conservadurismo extremo o el franquismo irredento, y a estos efectos cambió la norma legal por la que se elegía el Consejo General del Poder Judicial y correspondientemente el Tribunal Supremo, dejando la selección en manos de los políticos y enterrando a Montesquieu.

Casado hará muy bien en impedir la renovación del Consejo Judicial que le exige Sánchez, porque lo que desea el que nos gobierna es situar allí a magistrados progresistas adictos y sin escrúpulos

De este atentado contra la separación de poderes y contra los ‘checks and balances’ que hacen grandes las democracias se ha beneficiado por supuesto la derecha cuando ha gobernado. Pero mientras no se cambie esta ley infame, creo que el señor Casado hará muy bien en impedir a toda costa la renovación del Consejo Judicial que le exige Sánchez, y que normativamente es obligada, porque lo que desea el conspicuo embustero que nos gobierna es situar allí a magistrados progresistas adictos y sin escrúpulos, incluida la cuota que solicita el terrorista intelectual Iglesias o quién sabe si también los independentistas y ‘bilduetarras’ que apoyan a esta banda criminal.

Clave para la restauración democrática

Alfonso Guerra, sin embargo, es el perfecto ejemplo de los vinos que maduran con el tiempo. Ahora detesta a Sánchez, como tantos de nosotros, y si pudiera borraría del mapa a Iglesias y sus acólitos, a los que considera con razón un tumor letal. Hace un mes firmó un Manifiesto, junto a más de setenta ministros de la Transición, defendiendo públicamente el legado de Juan Carlos I, ya repudiado por su hijo y recién expulsado de España por Sánchez, argumentando que fue clave para el regreso y la continuación de la democracia después de tantos años de dictadura.

Pues no se lo perdonan. Ya saben que, durante los años de gobierno del PSOE, los socialistas se dividían entre los ‘felipistas’ -los supuestamente liberales, pragmáticos y pactistas- y los ‘guerristas’ -depositarios de los trajes de pana y del tarro de las esencias-. ¡Pues hasta con eso ha acabado el petimetre Sánchez! Mi buena amiga Lucrecia, declarada ‘guerrista’, ahora abomina del gran Alfonso, al que considera un traidor precisamente cuando se está comportando como el tipo más leal a la civilización y el sentido común. Como tantos, Lucrecia sólo está pendiente de cuándo aparece en televisión este remedo de galán sudamericano que tenemos como presidente, y esto confirma sin duda mi tesis de que el socialismo es a la larga como la serpiente cobra, un almacén de veneno que destruye todo rasgo cognitivo y atisbo de lucidez.

Algunas empresas muy potentes e internacionalizadas, miles de pymes eficientes y un puñado de emprendedores rabiosos que han sobrevivido a la droga de la subvención pública y del nefasto Estado del Bienestar

Muchos compatriotas todavía creen que España es uno de los países mejores del mundo. Puede que no les falte razón. Poseemos un clima excepcional, unas playas y un patrimonio histórico y monumental indiscutible, el sistema hotelero más competitivo del mundo, y un carácter amical y sociable sin par. También algunas empresas muy potentes e internacionalizadas, miles de pymes eficientes y un puñado de emprendedores rabiosos que han sobrevivido a la droga de la subvención pública y del nefasto Estado del Bienestar. Pero tenemos igualmente unas carencias formidables.

El modelo sanitario hace aguas, padecemos la juventud más holgazana, acomodaticia, mal criada y reivindicativa de la historia -por mucho que digan lo contrario los intelectuales de salón- y un sistema educativa pésimo, en el que la prioridad inexorable de apostar por los idiomas, por la ciencia, por la ingeniería, por las matemáticas y por la tecnología va a ser sustituida inmediatamente por un plan de estudios dedicado a que los hijos de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, aprendan que su abuelo pasó penalidades en las cárceles franquistas.

La única explicación de por qué hemos sido la nación que peor lo ha hecho durante la pandemia, de por qué hemos registrado el mayor número de fallecidos per cápita del planeta, y de por qué estamos siendo los menos hábiles en esta etapa inquietante de rebrotes descontrolados es la falta de calidad institucional del país. Tenemos un Gobierno esquizofrénico y disfuncional, un sistema autonómico incapaz de demostrar un mínimo de eficacia en la gestión de la epidemia y un modelo judicial subordinado a un poder político manejado por el Ejecutivo más desastroso de la historia. El sistema electoral es una trampa que pone en bandeja la extorsión de los partidos minoritarios y pérfidos, que maniatan la actividad del Parlamento; la independencia de los medios de comunicación, con notables excepciones como la de Vozpópuli, hace tiempo que ha sido socavada.

En Europa van mucho mejor porque gozan de mayor solidez institucional y hay gente sensata al frente de los organismos y de las administraciones públicas. Nosotros caminamos sin sosiego hacia una segunda velocidad europea pobrísima, como aquella que era capaz de impulsar a duras penas el ‘seiscientos’ del desarrollismo franquista.

Nuestro vicepresidente del Gobierno negociando los presupuestos del Estado que debemos presentar a Bruselas con una iletrada al servicio de intereses tan espurios y compartidos por este Gobierno

El pasado jueves 17 de septiembre el diario ABC publicaba en primera plana una fotografía inestimable y elocuente. Allí aparecía un tipo con una camisa granate arremangada, una corbata irrisoria, con un moño entre lo grotesco y lo ridículo y una barba sin cuidar. En la foto figuraba con él la diputada de los etarras de Bildu Mertxe Aizpurúa, un esperpento de señora. Pero el hecho notorio y humillante es que allí estaba ni más ni menos que nuestro vicepresidente del Gobierno negociando los presupuestos del Estado que debemos presentar a Bruselas con una iletrada al servicio de intereses tan espurios y compartidos por este Gobierno demente como la refundación del modelo de Estado.

¿Ustedes creen que estas manifestaciones de delirio programático, así como de desidia, de falta de arreglo indumentario y de escasez de honor y de respeto por uno mismo pasan desapercibidas en las cancillerías europeas con las que peleamos por los recursos que pueden aliviar el descalabro económico que nos asuela? El del moño piojoso con sus aires de asaltar el cielo, apoyado por el doctor Sánchez y su falta de pericia, de estrategia y de programa económico nos van a costar millones de parados, igual que un aumento terrible de la pobreza y de la desigualdad que ambos declaran cínicamente como sus prioridades.

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