Cuatro a seis. Así lo ha decidido el magistrado del Tribunal Supremo Pablo Llarena, poniendo en libertad bajo fianza a seis de los cesados Consellers, manteniendo ingresados en prisión a Oriol Junqueras, Joaquim Forn y los dirigentes de la ANC y Ómnium, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart.
Carcelero, carcelero
Algunos recordarán aquella canción que interpretaba magistralmente Manolo Caracol, en la que daba vida y voz a un preso que sufría. Decía la letra: Abre carcelero, abre ya el pestillo, pa que no me vean llorar por las calles igual que un chiquillo. Ah, no existe nada más español que el flamenco y, en este caso, no es cosa baladí. A los procesados por la república del coitus interruptus no les gustará demasiado ni la copla ni el gran Caracol, pero una buena manera de acercarse a lo español es el flamenco y, si me apuran, el cante jondo, ese blues hispano que consagra el lamento, el jipío, del desfavorecido. Confunden los detractores de todo lo que suene a España la copla con el cante, siendo ambas cosas totalmente distintas. Tiene la primera notables artistas, y aquí es forzoso mencionar a Doña Concha Piquer, Juanita Reina, Imperio Argentina o Estrellita Castro, a la que, por cierto, unos desaprensivos engañaron vilmente en los años de la dictadura haciéndole gritar ¡Visca Catalunya Lliure! en una actuación de la tonadillera en Barcelona, fingiendo que con esa frase se ganaría definitivamente con el público catalán. Ella, con total ingenuidad, lo gritó y el escándalo fue mayúsculo. El sentido del humor de los separatistas no parece haber mejorado mucho con los años.
Como sea que a Jordi Sánchez le violenta que algún preso le cante el Viva España de Manolo Escobar, no creemos que vayamos a convencerlo de las bondades del cante. Sepa, sin embargo, que su actual situación no es ajena al arte del Perro de Paterna, El Cabrero o La Paquera de Jerez porque existe un palo llamado carcelera, una copla emparentada con el martinete, hijos ambos de la toná, de cuatro versos octosílabos, que se interpreta sin guitarra y está dedicada a la cárcel y sus presos. Estas cosas se saben cuando uno tiene la suerte de haber tenido un padre nacido en La Unión, patria del Festival de Cante de las Minas. La banda sonora de mi infancia fue una mezcla de Pepe Marchena y Mozart. Casi ná.
Podemos imaginarnos como ha sido la despedida entre los que salían en libertad, previo pago de cien mil euros por cabeza, y los que se quedaban entre barrotes, gitanicos exhibicionistas y copleros de canciones españolas. Sin palmas sordas ni compás. Las entidades separatistas, que son las que han abonado la estupenda cifra total de 600.000 euros de nada – cien millones de las antiguas pesetas - se han convertido en una versión moderna de los Trinitarios, los frailes beneméritos que rescataban previo pago a los presos que moraban entre llantos y penurias en los tristemente célebres Baños de Argel que diera a conocer uno de sus más célebres cautivos, Miguel de Cervantes.
De todos modos, para tablao flamenco, el que les espera a los que han salido"
Dolors Bassa, Meritxell Borrás, Raül Romeva, Carles Mundó, Josep Rull y Jordi Turull ya pueden hacer campaña – el que quiera – y moverse por territorio nacional, eso sí, presentándose en el juzgado periódicamente y sin poder abandonar España porque Su Señoría les ha retirado el pasaporte. Profano en leyes, uno no alcanza a comprender porque estos sí y Forn no, o porque Romeva sale y los Jordis se quedan. El criterio simplista del españolito de a pie dicta que, o todos al penal o todos a la calle, pero que no caben medas tintas cuando de golpistas se trata.
De todos modos, para tablao flamenco, el que les espera a los que han salido. De ahí que yo no daría muy rápido las gracias a los salvadores, porque, siguiendo con el cante, ya saben lo de Quién te puso Salvaora, qué poco te conocía.
No han aprendido nada
La cárcel es tan dura como sabia, tan terrible como pedagógica. No hace falta referirse a personajes como Henri Charriére, el famoso Papillón, que hizo de su encarcelamiento en el penal de la Isla del Diablo una fortuna, escribiendo la archiconocida obra Papillón. Hablamos de muchos presos anónimos que han aprovechado su internamiento para estudiar una carrera, aprender un oficio, reflexionar acerca de su conducta, en fin, reorientar una vida que había perdido el norte, extraviándose por caminos tortuosos y amargos.
No es el caso de los que han salido y de los que se han quedado. Todos están convencidos de que han hecho lo que debían. Ninguno se ha mostrado dispuesto a enmendar sus yerros, conculcando así el principal propósito de nuestro sistema penitenciario, es decir, la redención del recluso. Aclaremos que aquí, en nuestro país, las condenas no pretenden castigar, sino reformar, con todos los peros que se puedan poner a esta tesis.
Los que salen lo hacen por no aguantar la privación de libertad, cosa humana y lógica. Los que se quedan están abatidos por los mismos motivos. Ambos coinciden en lo básico, en que sus ideas son lo primero y lo que venga después es secundario. No hay, pues, posibilidad de reforma. Seguirán siendo lo mismo que eran cuando entraron en la cárcel. Quizás no haya que pedirle más a nuestro sistema penal, pero es triste que los días transcurridos entre barrotes no hayan movido siquiera un milímetro a los cesados miembros de Govern en sus delirios. Son la encarnación independentista de aquel pájaro que se cita en el Bhagavad Gita, que entraba y salía el río Ganges sin mojarse las plumas. No han aprendido nada de la enorme lección histórica que han recibido ni ha conseguido traspasar su coraza de prejuicios e insensatez el escarmiento.
Me decía en una ocasión mi querido amigo Jordi Cañas que, sin belleza, no hay discurso, y tenía razón. Añado que las cárceles de los separatistas son feas porque no contienen ni poetas ni místicos, ni siquiera héroes"
No fructificará en estas gentes la poesía de Miguel Hernández, que sabía extraer de barrotes y cerrojos el misterio de la rima profunda, ni han adquirido tampoco la mística humilde de Fray Luis de León cuando, al dejar atrás la prisión impuesta por aquella ignominiosa Inquisición, que de santa tenía poco, dejó escrita en una de las paredes de su celda aquellos versos que decían: Dichoso el humilde estrado del sabio que se retira de aqueste mundo malvado, y con pobre, mesa y casa, en el campo deleitoso con sólo Dios se acompaña, y a solas su vida pasa, ni envidiado ni envidioso.
Han sido presos, unos, y lo son todavía otros. Pero su encarcelamiento poco tendrá de provechoso para ellos y la sociedad. La cárcel que llevan dentro de ellos mismos, la de la intolerancia, no les abandonará jamás. No se la ha impuesto un magistrado ni la dicta un código penal, es una cárcel hecha a base de medias verdades, de ofuscación, de facundia, de vanidad. Es la cárcel en la que se agitan como mariposas en una telaraña los seguidores del proceso independentista, incapaces de abrir la puerta de sus celdas y salir a la luz del sol, de la razón, de la fraternidad. Los grilletes que los mantienen esclavizados son tan fuertes que solo con un enorme esfuerzo de voluntad podrían romperlos. Pero no quieren hacerlo. Bastaba contemplar a la candidata de Esquerra Marta Rovira que, en un este y un aquel, podríamos ver de presidenta de la Generalitat, forzar un rictus de sonrisa en el debate que mantuvo frente a Inés Arrimadas para entender que viven en otro mundo, uno hecho a su capricho, tan lejos del humanismo democrático como lo está Júpiter de Cataluña.
Me decía en una ocasión mi querido amigo Jordi Cañas que, sin belleza, no hay discurso, y tenía razón. Añado que las cárceles de los separatistas son feas porque no contienen ni poetas ni místicos, ni siquiera héroes. Podrán haber salido, pero la condición de reos de sus conductas la arrastrarán para siempre jamás. Para tal condena no hay ANC que pueda pagarles la fianza.
Miquel Giménez