Muchos de los problemas que zarandean estas horas de España están relacionados con la economía, de la que tanto se vanagloria Sánchez al hablar de 'cohetes' y otras expresiones triunfales. También padece España algunos males casi dramáticos como la politización de las instituciones, la declinante educación, la ocupación de justicia, la falta de transparencia, la ausencia de medidas contra la sequía, la irrelevancia de nuestra política exterior, los ataques a las libertades individuales, la política territorial injusta, la necesidad de una amplia reforma de la Administración, la inmigración ilegal, el descontrol de las subvenciones… asuntos todos ellos fundamentales. Vamos a centrarnos, de entrada, en los que atañen al mundo económico. Identificar los problemas es el primer paso para poder solucionarlos.
Las cuentas públicas
Que llevemos 17 años sin superávit presupuestario y que, de hecho, el objetivo sea tener un déficit menor del 3%, es la prueba más evidente del descuadre permanente en el que viven nuestras cuentas públicas. Con un gasto que supera año tras año a los ingresos, incluso cuando la recaudación fiscal se va a máximos, lo que se traduce en un mayor volumen de deuda que, a su vez, cada vez cuesta más refinanciar por el pago de intereses. Es un problema económico de los más severos que tiene España y al que no se le dedica suficiente atención ya que su gravedad puede acelerarse en cualquier momento si ocurre una crisis cíclica (que puede proceder del contexto global, no tiene que ser necesariamente nacional) que haga bajar la actividad económica y los ingresos fiscales se desplomen mientras se dispara el gasto social, como suele ocurrir cada vez que hay una recesión. Con una situación tan deplorable de las arcas públicas, que deberían mejorar en los periodos de bonanza en lugar de seguir empeorando, ¿cómo resistirá nuestro estado del bienestar si viene una crisis? No hay que olvidar que la última, la de la pandemia, al haber sido universal, se ha podido combatir con apoyo internacional y endeudamiento conjunto europeo, pero la próxima quizás debamos combatirla solos.
El enorme trampantojo del empleo
A pesar del absurdo actual clima de euforia respecto al empleo, lo cierto es que somos líderes en desempleo (y en infra empleo) en nuestra área económica, y con mucha diferencia. La tasa de actividad (58,9%) está por debajo del nivel de 2008 (60,7%) y prácticamente no ha variado desde 2019 (58,7%), la tasa de empleo (52,3%) también está por debajo de 2008 (53,8%) aunque sea mayor que antes de la pandemia (50,5%). Por otra parte el paro efectivo sigue rondando los 3,3 millones, como en 2019 y con menos horas trabajadas por ocupado que hace 5 años según la EPA (410,4 contra 438,2 entonces). Es más, contra una cifra oficial de parados de 2.561.067 personas hay otra de 4.255.216 “demandantes de empleo”, cifra que no se ha movido en dos años a pesar del aumento de las afiliaciones.Y es que, como ya comentamos, la afiliación -que sí está en récord, se maquilla con récord de pluriempleo. A esto se suma que los salarios reales han caído, según la OCDE, los últimos 5 años y que España supera a la media de la UE, la eurozona y hasta a Grecia, en el índice de miseria.
El ferrocarril y otros disparates
La saturación a la que ha llegado la red ferroviaria, especialmente la de cercanías, debido a la falta de inversiones y la gratuidad (sin discriminación por renta) que ha elevado el número de usuarios, ha estropeado un servicio que, en general, llevaba años funcionando bien en la mayoría de sitios. Todo el dinero se ha gastado en una alta velocidad que alentado la liberalización del transporte ferroviario, con la entrada de compañías extranjeras, en tanto que la empresa pública el difícil cometido de la media distancia y las cercanías. Y lo gestiona muy mal. Los políticos, inopinadamente, se empeñan en priorizar la locomotora frente a los vuelos, mucho más baratos para el usuario. Más allá del problema en cuanto a los viajeros, también hay uno atávico: el desaprovechamiento de la red para las mercancías. En estos tiempos de fervor ecológico, siguen siendo los camiones el medio principal, con mucha diferencia, para transporte de suministros, infravalorando el tren nadie sabe muy bien el por qué.
El turismo, ese invento del diablo
El sector del turismo ofrece dos vertientes. Por un lado, la exigente actitud de una parte de la sociedad, que se cree en el derecho único de visitar cualquier lugar en el mundo en tanto rechazan que otros hagan lo mismo en sus ciudades. Algunos dirigentes, por su parte, sacan pecho de los datos de crecimiento del PIB, en gran parte conseguidos merced a nuestros récords de facturación en actividades directa e indirectamente relacionadas con el turismo, mientras que lo critican ferozmente. Es una hipocresía.
El turismo de masas es un gran avance social propiciado en buena parte por la liberalización del tráfico aéreo, y últimamente en España de algunas vías de alta velocidad, así como de plataformas de alquiler barato como Airbnb, que permiten que el acceso a las clases medias a algo sólo reservado, no hace tanto, a economías muy pudientes. Esta expansión del turismo se registra en todas direcciones. Los españoles viajan fuera mucho más y nos llega más gente del exterior que nunca.
Es un serio problema que en España carezcamos de actividades de mayor valor añadido, como la tecnología, que permitirían pagar mejores salarios, pero mientras eso ocurra (algo difícil en gran parte culpa del escaso incentivo a la inversión debido a las trabas burocráticas y los impuestos) no podemos permitirnos prescindir del turismo. Hay que protegerlo, alimentarlo, mimarlo, y acabar con las campañitas absurdas que se han vivido este verano en algunas regiones. Porque volvemos a la hipocresía: nos molesta que beban aquí pero no el aumento de ingresos por los impuestos del alcohol o por el aumento de actividad económica de los bares.