Pues todo indica que es más que posible. Ante la probable ruptura entre Junts per Catalunya y el PDeCAT surgen numerosas preguntas. ¿Reformulará JxC el fugado, haciendo de este un partido caudillista con un discurso fascista?
Los ejemplos de la Lega y de Bélgica
El independentismo se ha jactado siempre de ser un movimiento transversal, democrático y pacífico. Nada más lejos de la realidad, sin embargo. En su seo existen grupúsculos de marcada tendencia ultra, como el MIC, Moviment Identitari Català, que aboga sin tapujos por una Cataluña “catalana y libre, que haga desaparecer de nuestra tierra ese parásito asqueroso tan enraizado en este país: el espíritu castellanizante que tan cercano tenemos, por desgracia”. No son muchos, pero sí muy activos. Seguidores de formaciones que se declaraban abiertamente fascistas como Estat Català, Bandera Negra o Nosaltres Sols, mantienen un mensaje xenófobo radical contra todo lo español.
Hace pocos días se reunían en la localidad de Sant Just Desvern para homenajear al histórico independentista Daniel Cardona. Muchos de los asistentes llevaban camisetas con el lema “Escamots Catalans”, en alusión a la organización de choque tipo SA hitlerianas, las camisas verdes, propiciadas por Dencàs en los años treinta. Gritaron consignas acerca de la Cataluña que no se rinde ante España, ondeaban banderas con el Fénix, símbolo de los ultras catalanes, mostraban pancartas con letras góticas, en fin, el utillaje de costumbre en actos ultras.
No son pocos los que le piden a Carles Puigdemont que se convierta en el líder de una formación de características similares, apoyándose en su peso entre los sectores más descontentos con el proceso y la manera en que este se encuentra. El cesado President está sopesando muy en serio reconvertir a su plataforma electoral en un movimiento ultraderechista, eso sí, sin decirlo, no sea que sus electores se asusten. De hecho, el mensaje separatista, en gran medida, contiene todos los elementos propios de las formaciones encuadradas en ese terreno ideológico. No hace muchos días, veíamos como Marine Le Pen reformulaba su Front Nationale al amparo de consignas como “Francia para los franceses” o “Ni una sola subvención, pensión o dinero para nadie que no sea francés”, con un mensaje claramente anti europeísta y antidemocrático. Lo mismo sucede con los separatistas del Véneto italiano, los belgas – amigos y sostenedores de Puigdemont, añadimos – y ya no digamos con Alternativa por Alemania o los partidos del mismo tipo que hay en Austria, Hungría o Polonia.
Ser de extrema derecha no es motivo de estigmatización, y menos cuando al partido se le vota en unas urnas, pero si lo es hacerse pasar por el demócrata más demócrata de todos, negando esa condición a los demás, señalando un enemigo exterior al que hay que erradicar y asumiendo la figura de caudillo. Seamos serios. El agua clara y el chocolate espeso.
Al de Bruselas no le falta ninguno de esos elementos. Le han votado miles de catalanes, eso es verdad, tiene como enemigos a España y los que no son de su cuerda ideológica, pretende expulsarlos de Cataluña mediante escuelas pedagógicamente tendenciosas, medios de comunicación serviles, presión social y lo que haga falta. En cuanto al tema del caudillaje ¿alguien, a estas alturas, duda que este hombre pretende que gire todo alrededor de su propia persona? Solo le falta dar el paso adelante, y quitarse a la neo convergencia de encima.
Cataluña será cristiana o no será
Lo dijo el obispo Torras y Bages. Esa doctrina unitaria, monolítica y excluyente – se puede ser catalán o lo que se quiera sin necesidad de profesar credo religioso alguno, y lo dice alguien que acude cada vez que puede a rezarle un padrenuestro al Cristo de Lepanto – es la que Puigdemont, y antes de el Jordi Pujol o Artur Mas, practica. Cataluña, religión, patria, todo apiñado a los pies de su persona, investida como líder indiscutible de todo.
El nacionalismo es siempre, por naturaleza, sectario y excluyente, porque precisa de un opuesto al que demonizar. Sin comparación con el otro, comparación para denigrarlo, culpabilizarlo y combatirlo, no existe el nacionalismo. Solo que los independentistas como Puigdemont no buscan ese enemigo de puertas afuera, sino que, como hicieron los nacionalsocialistas, lo persiguen dentro de su propio país; si para los primeros eran los judíos, para los separatistas son los castellanos, los no nacionalistas, los que no están dispuestos a secundarlos en su aventura. Ese elemento diferenciador lo hace aún más peligroso, porque, fíjense, nadie en el movimiento separatista, salvo el MIC al que hacía alusión al principio, hablan para nada de inmigración. Que los gobiernos de Convergencia hayan sido tremendamente indulgentes, por no decir otra cosa, con las mezquitas salafistas es buena prueba de ello. Su amenaza no radica en la gente que viene de fuera, siempre que se conviertan a la fe de la estelada; el problema lo tienen con sus propios conciudadanos, con aquellos que disienten. Para esta gente son mucho más peligrosos Albert Boadella o Inés Arrimadas que cualquier imán que predique la yihad.
Pueden permitirse utilizar a castellanoparlantes como elementos exóticos, como Eduardo Reyes y su estrambótica asociación “Súmate”, pero siempre como algo simpático, igual que en los tebeos antiguos se mostraba a un negrito del Congo con sombrero de copa, paraguas y polainas. Poco más. Son los Tíos Tom del separatismo y su recorrido tiene como destino, a lo sumo, ser diputado como Reyes u ocupar alguna oscura y bien remunerada canonjía en la Generalitat. Pero no verán nunca a un Fernández, a un Martínez o a un, y perdonen, Giménez en el puente de mando. Repasen la lista de diputados separatistas, especialmente la de Junts per Catalunya, y vean que apellidos tienen.
Por todo esto, y como parece que los fondos públicos de los que se ha nutrido hasta ahora el fugado van a cesar, no es descartable que acuda a la pródiga bolsa de la extrema derecha europea. Ya tiene sólidos lazos en ese sentido con belgas e italianos, amén de daneses, finlandeses y, últimamente, incluso alemanes. La Casa de la República en Waterloo habrá que pagarla y el empresario amigo del cesado no estará toda la vida extendiendo cheques. Casa de la República. Qué curioso, recuerda mucho a expresiones similares de otros tiempos y lugares. La Casa Parda, así llamaban al cuartel general del NSDAP en Múnich.
Un mérito tendría este asunto si, finalmente, Puigdemont se quita la careta de bon xicot, de chico que defiende a los catalanes que le votaron, y es que mostrando su rostro más totalitario a lo mejor desengañaría a algunos. Incluso aunque no fuese así, que el votante ex convergente es cerril por naturaleza y está dispuesto a comerse lo que le echen siempre que venga envuelto en una senyera, serviría para poner a Cataluña en el mapa político europeo de hoy. Tendríamos a un partido de extrema derecha concurriendo a elecciones. Lo que no tiene España, una formación ultra en el Congreso, podría tenerlo esta Cataluña manipulada. Qué cosas. A propósito de esto, permítanme contarles un sucedido reciente.
Este pasado fin de semana estaba tomando café con un antiguo dirigente de la Convergencia de siempre, ya retirado. Al plantearle la posible ruptura – ruptura muy próxima, más de lo que nos cuentan – entre PDeCAT y JxC, me dijo que ojalá se hubiese producido mucho antes. “Incluso yo, que me considero un catalanista de los de primera hora, prefiero seguir siendo español en una España democrática, que catalán en esa república horrorosa de iluminados y fascistas”. Arrojó el cigarrillo que estaba fumando y pensé que si alguien está contribuyendo a la reconducción de este desastre perpetrado por los separatistas no es el 155, es Puigdemont. Así que, muchacho, no te cortes y sigue adelante. Creo que, en algún almacén de Sabadell, si hombre, aquel donde les suministran tantas banderas a la ANC, el que es propiedad del amigo de… en fin, tú ya me entiendes, encontrarás algún stock de camisas para uniformar a tus fieles. Que no sean amarillas, por favor, que es un color horrible.