Opinión

Machotes, borrachas y viceversa

Podemos va ganando la batalla interna en el Gobierno. Sánchez deja hacer. Una refriega de barriada en la que Pablo Iglesias impone su ley

  • Irene Montero y Pablo Iglesias.

La epidemia morada se cuela por las rendijas de Moncloa y deja tras de sí un rastro de encontronazos y turbulencias. No es un pulso entre dos familias a lo que se asiste en el seno del Consejo de Ministros. No es, en contra de lo que se piensa, un mero pulso entre socialistas y podemitas por ocupar parcelas de protagonismo en un Gobierno armado a la carrera y a martillazos. Es la invasión de los ladrones de cuerpos, es la okupación pura y dura de los resortes del poder. Los "machotes contra las borrachas", según la definición de uno de los sectores de la contienda. Los machistas, claro, son los ministros del PSOE. Así les llaman sus colegas. Las 'borrachas' (sublime hallazgo de la campaña oficial) son la pandilla ultrafeminista de la titular de Igualdad, reina del eslogan y emperatriz del pancarteo. Una pugna de vuelo bajo, chusca y ramplona, con jerga de barriada y niveles de arrabal. Pablo Iglesias, a todo esto, va ganando.

El primero en caer fue José Luis Ábalos, que deambula ahora como un zombi por las zahúrdas de Ferraz tras ser inoculado por miss Delcy con el virus de la sospecha. El 'número tres' del PSOE y ministro de Transportes ha sido simbólicamente degradado a la condición de semoviente tras haberse comido el marrón venezolano de Iglesias y Zapatero. Un sacrificio por la causa que le ha desterrado de su poltrona de 'hombre fuerte' de la organización. Ahora es un paria sonámbulo que pretende meterle mano al tope de los pisos de alquiler. Nadia Calviño ya le ha tosido dos veces. A la tercera, quedará convertido en cenizas.

El verdadero 'machote’, el morado, salió en defensa de su pareja e impuso el texto nefando. Sánchez se cruzó de brazos. La vicepresidenta Calvo caía derrotada en la feroz batalla del 8-M

Vino luego Fernando Grande Marlaska, que pretendía incorporar la normativa europea a la nueva ley de asilo, con algunos puntos ríspidos como la 'devolución en caliente', las vallas de Ceuta y Melilla o el endurecimiento en las condiciones de acogida. Tras la reacción de Podemos, 'los migrantes son suyos', el ministro de Interior, exigido por el  presidente, se ha comido todas y cada una de sus propuestas. Marlaska no pide otro plato de sopa por no dar que hablar. Y ahora ha enmudecido.

Van cayendo, como los diez negritos, los principales enemigos de la montonera morada. Carmen Calvo aparece en el 'top' de las piezas a abatir. Iglesias la detesta desde la negociación para la investidura tras las elecciones de abril.  Despreció a Echenique y se rió de Podemos. Ahora lo está pagando. La 'ley de la borracha', como llaman en el PSOE al bodrio legislativo sobre libertad de sexo pergeñado por el petulante equipo de Irene Montero, de un analfabetismo beligerante, ha provocado un cimbronazo en el Ejecutivo en el que la vicepresidenta se lleva la peor parte. Calvo, en su encontronazo con Irene Montero, contó con el respaldo de los tres jueces del Gobierno (Margarita Robles, Juan Carlos Campo y el propio Marlaska). El verdadero 'machote’, el morado, salió en defensa de su pareja e impuso el texto nefando. Sánchez se cruzó de brazos. Calvo caía derrotada en la batalla del 8-M, humillada por una ministra diletante y vocinglera, que siempre parece al borde de enojarse de forma definitiva.

Iván Redondo, que coordina el Ejecutivo en forma obsesiva, maneja la propaganda, dirige la estrategia y da cabezazos ante el Rey, ya ha mostrado su pulgar hacia abajo. Delenda est Calvo. El gran gurú de Moncloa se entiende muy bien con Iglesias, conversan sobre series y especulan los juegos del poder, los temas favoritos de ambos. Y van lapidando a quienes estorban.

La ministra Díaz ha demostrado también su ineptitud suprema a la hora de abordar asuntos de gran calado. No son tiempos de improvisaciones. Ya van cinco muertos y casi 400 infectados, bonita

Otros terremotos sacuden la frágil estructura de un Gobierno que acaba de despegar y que ya ha conocido serios episodios de despresurización. Salvador Illa, ministro de Sanidad, se impuso frente a Yolanda Díaz, titular de Trabajo, en la severa crisis del coronavirus. La salud no es materia para juegos de rol o para infames navajeos. Díaz, además, ha demostrado también su incapacidad suprema para abordar asuntos de gran calado. Ya van cinco muertos y 400 infectados, bonita. También saltan chispas en torno a Adriana Lastra con la investigación imposible de los dineros saudíes y brumosos del Rey emérito.

El presidente del Gobierno, ausente y silente cual es su norma, deja hacer. Observa la refriega displicente y distante. No comparece, no quiebra su silencio. En menos de dos meses, Podemos ya ha deshilachado a tres ministros, que no recuperarán sus galones ni sus blasones. El presidente no mueve un dedo. Iglesias le es de enorme utilidad tanto en el frente catalán, como interlocutor de las bestias pardas de la secesión, como en la agitación callejera, que ya asoma sus colmillos en Andalucía. Y en la campaña gallega. Ruido, tensión y furia.

Una vez aprobados los presupuestos, el momento crucial y definitivo de toda esta función, el objetivo único de los anhelos de Sánchez, la clave de su continuidad en el gran sillón, ya se verá qué se hace con Podemos. El problema es que para entonces, la peste morada quizás haya fagocitado ya a seis ministros, haya desbordado las compuertas de Iván y, como en el cuento de Cortázar, haya ocupado el edificio de la Moncloa.

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