Cuando Pilar Rahola sustituyó a Baltasar Porcel hace años como columnista estrella era una xicota que gozaba de las simpatías de Pujol y de Mas. Era bona noia, escritora, convergente hasta la médula, flageladora de la España mala, malísima con la que, sin embargo, los dos políticos chalaneaban de firme y, sobre todo, era una intelectual. Entiéndaseme, intelectual en el sentido que se la ha dado al término en la Cataluña nacional separatista. Urgía construir un teatrillo con escenarios hechos de celofán y cartulina con personajes troquelados que interpretaran las piezas redactadas desde Palau. Rahola, igual que Francesc Marc Álvaro, Jordi Barbeta, Salvador Cardús o el policromático economista Sala i Martin eran el gratín gratinee de la cultura, de la política, de la economía, de todo lo que hiciera falta porque el procés precisaba utilería mediática.
Rahola lo fue todo en La Vanguardia. Presionó, abroncó, señaló, insultó, apostrofó, sentenció y predicó lo que quiso sin la menor injerencia por parte de la dirección ni muchos menos de la propiedad, que lo tenía muy claro
Rahola lo fue todo en La Vanguardia. Presionó, abroncó, señaló, insultó, apostrofó, sentenció y predicó lo que quiso sin la menor injerencia por parte de la dirección ni muchos menos de la propiedad, que lo tenía muy claro: “A la Pilar, ni tocarla”. Algún buen amigo mío fue despedido por criticar a la Gran Buda del separatismo. No se podía esperar más de una señora con tan enorme dosis de facundia, que se ha jactado en público de romper las camas haciendo el amor con su esposo o de plantarse ante un pobre policía municipal para espetarle el viejo usted no sabe con quién está hablando. Pero la falsa doctora, la pseudo amiga de Israel, más por cálculo que por realidad, la que ha monopolizado horas y horas de televisión pública con sus mítines en favor del golpe de estado, de Puigdemont, de las tesis racistas de Junts, de todo lo que de más siniestro ha tenido el procés, lo que ya es decir mucho, ha sido defenestrada, finalmente, por los suyos.
Aunque debo precisar que quien ha propiciado esa caída rayana en la tragedia griega es Junqueras. Junqueras, que no perdona que Pilar haya sido tan extremadamente beligerante con el exsocio de gobierno de Junts; Junqueras, que digirió mal saber que Pilar se burlaba de él en actos de ese invento del TBO denominado Consell per la República; Junqueras, que no olvida que Rahola se partió la cara con Marta Rovira en Twitter; Junqueras, que se puso de todos los colores al leer el artículo que Rahola le dedicó a Esquerra comparándola con el cobarde Chamberlain, y, de paso, a España con la Alemania de Hitler, lo que ya es tener cinismo.
Junqueras, que no perdona que Pilar haya sido tan extremadamente beligerante con el exsocio de gobierno de Junts
Los suyos la echarán en falta, claro, aunque no consta que en RAC1, también del Grupo Godó, ni en TV3 la hayan despedido. Además, seguro que encontrará acomodo en otro diario, siempre hay un roto para un descosido. Sin pedestal ni pátina de oráculo, pero continuará con lo suyo. Lo sustancial es que los que han defendido la tramoya lazi en su propio beneficio empiecen a soltar lastre. Consideran que ya está bien de no hacer negoci, que hay que volver a pactar con Madrit y que la hiperventilación no toca. Poco después del triunfo de Ayuso se oyó un comentario que no es baladí en una comida celebrada en determinado círculo barcelonés al que acude gente de peso. “Es el momento de parar en seco – aturar el carro, dijo, en catalán – si no queremos que esto no lo arregle ni Dios”. A buenas horas mangas vedes. Pero que a eso le siga el despido de Rahola indica que algo se mueve en el oscuro y siempre egoísta entramado empresarial catalán de altos vuelos.
Rahola y los que participan de su sectarismo están amortizados y ahora prima el perfil de director de sucursal bancaria en Pica Moixons. Ese gris del que este domingo les hablaba. Y Rahola es amarilla, de un amarillo que canta mucho. Uno se pregunta dónde quedará con el paso de los años toda la opinión escrita por esta mujer. Porque, como dijo Cicerón, el tiempo borra las opiniones, pero confirma el juicio de la naturaleza. ¡O tempora, o mores! Sí, incluso las torres más altas acaban por caer. De ahí que servidor siempre haya preferido las plantas bajas. Son más humanas, menos abrumadoras, más asequibles y cuando han de sacar tu ataúd, a los deudos les es infinitamente más cómodo.