Pocos creyeron en él -reconozco que yo no fui uno de ellos- cuando anunció su reconquista del PSOE a golpe de meterle kilómetros a su Peugeot por pueblos y ciudades. Ese día, apenas 24 horas después de su decapitación en el famoso comité federal de los líos, Pedro Sánchez era un cadáver político. Uno más de esa Santa Compaña de líderes caídos que desatascan por la boca las confidencias que carcomen por dentro. Como esa crítica abierta, feroz y ruidosa a los santo y seña del Ibex, en su entrevista con Jordi Évole, que parecía sinónimo de esa última palada de tierra sobre su féretro político. Un féretro que nadie velaba en Ferraz. Allí el ruido de sables de ese bochornoso sábado obligaba a unos a hacer cajas para desalojar despachos, mientras que a otros les condenaba a un sonrojante cambio de chaqueta. El arquetipo del cambio fue Antonio Hernando. De rebelde de la causa del ‘no es no’ a amaestrado portavoz de la defensa de la abstención socialista a Mariano Rajoy. Sánchez hubiera iniciado con él su vendetta. No le dio tiempo. Hernando presentó su dimisión como portavoz del grupo parlamentario a la gestora cuando el final del recuento devolvía a Sánchez su despacho.
Lleva días Sánchez, en público y en privado, prometiendo integración. Cambiar escenas de cuchillo en Ferraz por diálogo pero también regeneración. Sinónimo, éste último, de importantes cambios tanto en el Grupo Parlamentario como en la Ejecutiva socialista. Una vendetta calculada desde el pasado 1 de octubre. Con diferentes tiempos y actos antes y después del Congreso de junio. "Si gana Pedro que nadie piense en un baño de sangre al siguiente amanecer. Eso rompería al partido mucho más de lo que ahora está", reflexionaba estos días un dirigente histórico, angustiado por los millares de costuras rotas en el actual socialismo español. Las primarias son apenas el punto de arranque de una larga carrera de fondo en la guerracivilismo que han arrojado sus resultados. Porque el triunfo de Sánchez frente a Susana Díaz, contundente como pocos, promete un enfrentamiento continuo en el Congreso Federal pero también en los diferentes congresos regionales que se celebrarán en los próximos meses.
El nuevo secretario general garantiza paz (¿armada?) a los barones que forzaron su dimisión y que apoyan activamente a la presidenta de la Junta de Andalucía. "No impulsaré movimientos desestabilizadores en sus federaciones", prometió Sánchez la pasada semana. Una trampa dialéctica que tiene en jaque a los líderes regionales. A diferencia de lo que hubiera significado su derrota, la victoria de Sánchez no conlleva riesgo de escisión en el PSOE –Susana Díaz no forzará ningún tipo de movimiento en ese sentido-, aunque sí de irrelevancia por división y fratricidio.
"Si gana Pedro que nadie piense en un baño de sangre al siguiente amanecer. Eso rompería al partido mucho más de lo que ahora está", reflexionaba estos días un dirigente histórico
Las primarias han certificado la pugna entre dos concepciones radical y visceralmente divergentes sobre casi todo: ni se interpretan de igual forma las causas de su declive, ni se comparte una estrategia de salida, ni, al cabo, se vislumbra el más mínimo consenso sobre el papel futuro que han de jugar tan históricas siglas. Sánchez y Díaz encarnan caminos opuestos. Será difícil coser tantas costuras rotas. El mejor ejemplo lo constituye la actitud frente a los nacionalismos: Sánchez no ve dificultad en tender puentes a los independentistas; sus sucesivas versiones sobre lo que España sea y deba ser nos descubren a un líder flexible ante las aspiraciones centrífugas, más obsesionado con desalojar al PP e imponer su figura que en resolver sensatamente el presente desafío al Estado. Por contra, para Díaz, éste es un asunto capital: en la tradición de una izquierda moderada y pragmática, Susana se postula como garante de la unidad nacional, lejos y alejada de cualquier matemática parlamentaria que estructure mayorías exóticas.
La victoria de Sánchez, como también hubiera sucedido con un triunfo de Díaz, dificulta salvaguardar la cohesión del partido. Las próximas horas serán capitales para ver la predisposición de los vencidos. Comprobar si aceptarán sin reservas su derrota y se ponen de inmediato a las órdenes de la dirección elegida. Una hipótesis muy complicada. Susana Díaz ya dijo, con cara desencajada, que se pondrá al servicio del PSOE, no de Pedro Sánchez. Tampoco veo a los barones acatando sumisamente las directrices de un Sánchez vencedor. El punto álgido del sacrificio puede llegar en esa moción de censura contra Rajoy que Sánchez barrunta y ya ha llegado a plantear en público. "No descarto presentar una moción de censura, que será liderada por el PSOE y se hará, si se produce, siempre y cuando esa moción prospere, no para perderla", asegura. El enunciado aviva viejos fantasmas de un gobierno populista. Podemos anunció una primera moción de censura pensando en el éxito de una segunda ya con Sánchez al frente de la bancada socialista. Una bancada con algo más de una veintena de diputados andaluces que estarán pendientes de la llamada diaria desde el Palacio de San Telmo para mantener (o no) la disciplina de voto. Una escena alejada de ese PSOE fuerte, diferenciado de la ultraizquierda y capaz de estructurar alternativas sólidas de gobierno que necesita España. Todo esto parece imposible desde hoy: o la socialdemocracia sobrevive mermada y contestada por buena parte de los suyos o desaparece como ideología de una formación que la ha mantenido durante décadas. Ambas son pésimas noticias para el socialismo que tendrá que empezar a asumir y gestionar desde este lunes.
Las próximas horas serán capitales para ver la predisposición de los vencidos. Un primer gesto. Susana Díaz, con la cara desencajada por la derrota, asegura que se pondrá al servicio del PSOE, no de Pedro Sánchez.
“Por desgracia, estas primarias no han sido de debate ideológico sino de una bronca lucha de egos”, lamentaba otro histórico socialista. En la militancia, la pelea ha sido totalmente emocional. Al tipo de la cazadora de cuero se le considera un damnificado frente a la jerarquía de Ferraz. Una gasolina emocional para su victoria moral (avales), confirmada este domingo en las urnas. Su aplastante victoria no es sólo numérica (sólo cedió Andalucía). La calidad del apoyo recibido es homogéneo. Sánchez también ha ganado en el voto oculto. Los resultados han confirmado que hay menos avalistas de Sánchez convertibles en votantes de Susana que avalistas de Susana que este domingo, ya en secreto, han apoyado a Sánchez. Por una razón: el ex secretario general socialista apenas dispone de poder territorial ni orgánico, de modo que su capacidad de influenciar en o presionar a cada militante individual ha sido inferior a la de su oponente andaluza. Precisamente esta brecha entre aparato y bases se ha evidenciado en las primarias, complicando las ya constatadas escisiones geográficas e ideológicas.
El PSOE es, hoy en día, desencanto por todo lo que huele a oficialismo. El voto oculto así lo confirmó este domingo. Sólo un ejemplo en el reino de Díaz. La presidente andaluza logró 245 avales en Marbella, apenas 182 votos. Una mera anécdota si no fuera porque el vuelco en los ‘avales del miedo’ se generalizó en todas las provincias andaluzas. Díaz perdió algo más de 2.000 votos frente a las firmas de apoyo conseguidas semanas atrás. Un duro mensaje de castigo en la comunidad de las mamandurrias. Todo lo contrario que Sánchez. Más votos (12.433) que avales (8.818). A nivel general, Díaz sumó casi 12.000 ‘traidores’ a su causa. Casi 12.000 avales perdidos que hubieran convertido la noche del domingo en Ferraz en una pelea voto a voto por la victoria con Sánchez. No fue así. El abultado triunfo del defensor del ‘no es no’ anticipa tantas dudas internas en el PSOE (Patxi López ejerce como gran figura mediadora) como incertidumbre en la política nacional. Algunos ya coreaban anoche en Ferraz un claro lema: "De la abstención a la moción". En las redes, Podemos se lanzó en bloque al cortejo. La vendetta contra Rajoy. Porque ‘no es no’. Lo dice Sánchez, lo defiende la militancia socialista.