Se trababa de acabar con Pedro Sánchez, al punto de que tal cosa era nada menos que una emergencia nacional, pero el socialista seguirá durmiendo en el mismo colchón de La Moncloa, incluso más cómodo que hasta ahora. Asombra que tan abrumadora urgencia, mil veces repetida a lo largo de la campaña, se haya esfumado tan rápidamente del discurso y hasta del recuerdo de Albert Rivera y los suyos.
Ciudadanos iba a sobrepasar a un PP que se hundiría. Desde luego los populares se han desplomado lo inimaginable y mucho más, pero ni aun así han conseguido los de Rivera sobrepasarlos. Pasados los calentones de estas horas, los hoy escasos 219.000 votos de diferencia recuperarán su obviedad y su peso, y ahí quedarán como 219.000 escalones que finalmente no se subieron, como el himalayista que se queda a un paso de hacer cumbre, pero se queda. La realidad indiscutible es que ese PP ahogado, noqueado y titubeante, aplastado por su mayor desastre histórico, resulta que tiene más diputados que los alegres y combativos Ciudadanos.
Que los de Rivera sean el segundo partido que más crece es, desde luego, un éxito… salvo que el primero que más crezca sea -vaya por Dios- el PSOE. Justo ese al que querías desalojar del poder.
Presentar ahora a Albert Rivera como el nuevo líder del centro derecha está muy bien, pero conviene no olvidar que no era ese el objetivo principal, sino que la derecha se hiciese con el Gobierno. Cosa que no ha pasado, ni va a pasar.
Mala cosa que los que más dicen empeñarse en impulsar la unidad de España hayan patinado más de la cuenta en Cataluña y sigan sin dar señales de vida inteligente en Euskadi
Ningún éxito puede desvincularse de las expectativas previas (menos aún en política). Por eso mismo, y con toda lógica, las gentes de Vox andan estos días sinceramente disgustadas por no haber alcanzado sus metas, y ello pese a que pasar de cero a 24 escaños es un bombazo electoral inapelable. Querían más y la verdad es que en el disgusto evidente de los de Abascal hay un punto de autenticidad que se echa de menos en el partido naranja. Y, por cierto, también en el morado.
Que el efecto Arrimadas se haya sentido más en el resto del país que en su propia tierra vale como reflexión electoral del momento, pero no puede ocultar que, de todos los fracasos de la derecha española, hay uno que tal vez pase desapercibido precisamente por su propia enormidad, y es que los que más dicen empeñarse en impulsar la unidad de España hayan conseguido reducirse a la mínima expresión en Cataluña y simplemente desaparecer del todo en Euskadi. Mal camino parece ese para tanta unidad como se pretende.
Cuando Rivera dice ahora que la mala noticia es que Sánchez e Iglesias van a formar gobierno con los nacionalistas, no sé si se da cuenta de que el presidente, ignorando los gritos de sus partidarios más ruidosos (que no de todo el PSOE) podría sorprenderlo a él poniéndole ante el susto o la muerte de que, sin el concurso patriótico del partido naranja, el Gobierno no tendrá otra que depender -muy poquito, ciertamente, pero depender-, de los independentistas, y que en sus manos estaría impedirlo: ¿qué me dices Albert? Subestimar a Pedro Sánchez hasta ahora no ha sido una táctica de mucho éxito y nada hacer pensar que el secretario del PSOE haya perdido facultades.
Viendo la ristra de fracasos evidentes, pero que parece ahora que nunca existieron, el líder naranja recuerda a uno de los personajes de los inolvidables gags de Les Luthiers en el que, tras narrar sus extrañas peripecias, los artistas decían alejarse del protagonista sin comprender… de qué se ríe.