Albert Rivera ha hecho de su carrera política una cuidada sucesión de gestos, silencios y apariciones, inteligentes y brillantes unas, puro fuego de artificio otras. Pero, llegados a este punto, alguien del entorno debería recordar a quien es líder de Ciudadanos desde hace trece años que no es un recién llegado; que la democracia no es un fin en sí misma para medir egos sino un sistema de convivencia; el mejor.
Viene esta reflexión a cuento de la falta de respeto institucional que, creo, supone esperar hasta el último día para dar un giro de 180 grados en el no es no al jefe de "la banda" (sic) de La Moncloa y proponerle esa negociación de gobierno que ha rechazado una y otra vez desde el 28 de abril al grito de ¡Vade retro, Sánchez!.
¡Vaya, hombre!. Justo el día en que Felipe VI empezaba a recibir a unos líderes del Congreso, los cuales, se supone, han de llegar con los deberes hechos aunque solo sea para ahorrarnos la penosa idea de que hace cinco meses los 47 millones de españoles votamos mal... va Rivera y contraprograma. Al Rey, no a Pedro Sánchez o a Pablo Casado, insisto, que le han escuchado como quien oye llover.
Se ha creado una expectativa de investidura sin recorrido y mucha gente se la ha creído; nuevo motivo para la frustración y el desencanto con el monarca de por medio
¿Se da cuenta de que por un puñado de votos más el 10 de noviembre lo que ha conseguido es eclipsar la figura del que dice defender, un Rey con un preocupante récord ya: en cinco años siete rondas de formación de gobierno y su padre diez en 39 años de reinado? ¿Es serio que sus interlocutores, Sánchez y Casado, se enteraran casi por la prensa -al del PP le avisó cinco minutos antes- de su oferta de abstención? Sinceramente, no me lo parece.
Con todo, creo que lo peor que ha hecho el presidente de los naranja es haber creado una expectativa sin recorrido más allá de los titulares de la información; los famosos quince minutos de gloria a los que alguien que lleva más de una década copando titulares ya no debe aspirar. Y haber puesto con ello a Felipe VI en un brete: si no propone candidato es porque ha habido pasteleo al canto con La Moncloa; y si lo hace, sin garantías de que el candidato socialista iba a ser elegido, nueva frustración antes de ir a las urnas. Susto o muerte.
Diríase que, de cara a las urnas, Albert Rivera quería, como Pablo Iglesias, su 25 de julio particular; para poder afirmar en campaña: yo también le dije no; para no quedar fuera de foco. Porque eso, y no otra cosa, cabe esperar cuando ofreces una abstención in extremis so pretexto de aplicar ya el 155 en Cataluña y disolver el Gobierno Navarro, que, por cierto, ya ha avisado que no se va a dejar. ¿De verdad ha valido la pena? El 10 de noviembre saldremos de dudas.