Es este un país bien extraño. Conocemos nuestros defectos, pero para superarlos hacemos entre muy poco y nada. Tenemos perfectamente elaborado el diagnóstico, y sin embargo dejamos pudrir los problemas y solo reaccionamos cuando es demasiado tarde y la pasividad ha provocado una infranqueable merma de nuestra capacidad de reacción. Hay excepciones históricas, incursiones en los territorios, por lo general ignotos, de la sensatez, las reformas y el pragmatismo que a pesar de su brevedad propiciaron en el pasado desconocidos avances en campos tan heterogéneos como el de las libertades, las infraestructuras, la industria o los derechos civiles. Pero solo en el último cuarto del siglo XX se produjo la milagrosa revelación de un país dispuesto a llevar adelante un proyecto común, a empujar, por primera vez en siglos, en la misma dirección. Y claro, no podía ser.
Había que darle la razón al hispanista Richard Ford, que en 1846 dijo que “España es hoy, como siempre ha sido, un conjunto de cuerpos sostenidos por una cuerda de arena, y, como carece de unión, tampoco tiene fuerza” (“Las cosas de España”, Ediciones Turner 1974). O, más cerca, a Serrat: “Que no nos salen las cuentas/ Que las reformas nunca se acaban/ Que llegamos siempre tarde / Donde nunca pasa nada”. Había que desmontar la única obra colectiva de efectos duraderos y gracias a la cual llegamos a ser un país reconocible e incluso admirado. El “régimen del 78”. Y a ello, a tirar por tierra nuestra única obra maestra comunal, nos pusimos con entusiasta dedicación a las primeras de cambio, justo cuando en el camino se cruzaron, por un lado, las primeras dificultades económicas serias de un país habituado al maná europeo, y la mayoría de edad política de las generaciones más pancistas de la historia por el otro.
A Calviño le queda aún cierto margen de crédito. Debe ser ella la que coordine el documento en el que se concrete la distribución del gasto. Y ahí no hay sitio para Iglesias
Desde que en agosto de 2011 Rodríguez Zapatero se enteró, junto al resto de españoles, de que la crisis financiera nos había situado al borde del colapso económico, y hasta el instante en el que la Unión Europea, a las 5:30 horas del martes 21 de julio de 2020, decidió darnos una nueva oportunidad, lo ocurrido en España se puede compendiar en tres apuntes: deterioro institucional, crisis territorial y significativa mengua del crédito-país. Detrás de esta desdichada realidad, lo que asoma como factor determinante de nuestra decadencia es una clase política menor, carente del coraje que se requiere para situar a los ciudadanos ante el espejo de la verdad e incapaz de abordar las reformas que acomoden las obligaciones y derechos de la sociedad a una nueva realidad mucho más volátil y exigente. Sí, Europa nos ha dado una nueva oportunidad, pero a la vista de la experiencia acumulada es más que legítimo preguntarse si tenemos los líderes capaces de aprovecharla.
Los ‘diez mandamientos’ de la reconstrucción
Europa no se fía, y hace bien. “En esta ocasión no tendremos austeridad”, se apresuró a proclamar Pablo Iglesias. Política ficción. “Digitalización, movilidad sostenible, desarrollo de la economía de cuidados”: las prioridades del vicepresidente segundo. “No tendremos hombres de negro visitando los países”. Falso. Iglesias el prestidigitador. No vendrán los hombres de negro porque ya están dentro. En la Torre Espacio del Paseo de la Castellana, sede de la embajada de los Países Bajos, sin ir más lejos. Jan Versteeg será a buen seguro uno de los personajes a cuidar. Entre 2015 y 2019 el hoy embajador holandés en España fue Gran Maestro de la Casa del Rey Guillermo Alejandro. Un tipo influyente. Versteeg, por cierto, no acaba de entender nuestro empeño por destruir la única institución realmente neutral que queda en pie. Sus informes, y los de sus colegas de los países “frugales”, los otros hombres de negro con residencia en la capital, van a contar más que nunca en Bruselas. Incluidos los que reporten impresiones sobre la estabilidad del gobierno progresista de coalición. Lo saben Pedro Sánchez y Nadia Calviño; y lo sabe Iglesias.
El acuerdo de la madrugada del martes es muy claro: el plan que fije la distribución de los 140.000 millones destinados a España se va a negociar con la Comisión Europea, no con Podemos. A Calviño le queda aún cierto margen de crédito. Debe ser ella la que coordine el documento en el que se concrete la distribución del gasto. Iglesias está fuera. Todo lo más, se le dejará presentar las ayudas sociales cuando estas se concreten. Todo lo más. Del resto, se le mantendrá a distancia. Si es que para entonces sigue en el Gobierno. Europa no está para bromas. El paso adelante que representa la mutualización de la deuda es formidable, pero no irreversible. El llamado 'freno de emergencia' no es ninguna boutade. Todo va a depender de cómo salga esta primera experiencia de alto riesgo. Podría muy bien decirse que la gran osadía de Merkel y Macron ha sido poner buena parte de los destinos de Europa en manos de Italia y de España. Y lo que ocurra en ambos países será lo que fortalezca esta extraordinaria apuesta o, por el contrario, de incumplirse lo pactado, provoque una marcha atrás de consecuencias catastróficas para el futuro de la Unión. Así que pocas bromas.
Tiene razón Pedro Sánchez. La jornada del martes en Bruselas fue histórica para la UE. Pero en ningún sitio está escrito que lo acabe siendo también para España
¿A qué nos debiera obligar el acuerdo? A que hagamos lo que sabemos que hay que hacer. Lo siempre aplazado. El diagnóstico, ya se ha dicho, es el correcto. Hay toneladas de literatura de calidad al respecto, y a Europa le sirven las recomendaciones de un Banco de España con prestigio recobrado. En el informe que el gobernador Pablo Hernández de Cos entregó el 23 de junio a ese prodigio de ineficiencia que responde al grandilocuente nombre de “Comisión de Reconstrucción Social y Económica del Congreso de los Diputados”, se enumeran los 'diez mandamientos' cuyo cumplimiento va a supervisar Europa. Ahí está todo (y aquí con más detalle); punto por punto: sostenibilidad de la deuda, mejora de la productividad, simplificación normativa y recuperación del mercado único, reducción de la precariedad laboral, reforma del sistema de pensiones, transformación de la política fiscal en un instrumento de modernización y no solo recaudatorio, adecuación de los planes educativos a las necesidades del sistema productivo, aligeramiento de la maquinaria administrativa…
Tiene razón Pedro Sánchez. La jornada del martes en Bruselas fue histórica para la UE. Pero en ningún sitio está escrito que lo acabe siendo también para España. Según Hernández de Cos, la estrategia de crecimiento que en este momento necesita nuestro país debe reunir los siguientes atributos: “Urgente, ambiciosa, integral, evaluable y basada en consensos amplios” (pág. 73). ¡Uf! Qué quieren que les diga; que no lo tengo nada claro, que no veo ni la ambición ni la vocación de consenso por ningún lado, y que lo único que me tranquiliza es que desde la Torre Espacio, en los días claros, se observan con gran nitidez las heridas que provoca la larga mano del hombre en la piel de toro (con perdón). Ojalá me equivoque.