Opinión

Sánchez y los fallos del relato

Si hay algo que reconocer a Pedro Sánchez es su habilidad para las relaciones públicas y, especialmente, para reforzar su imagen. En poco más de un año ha pasado de

  • Pedro Sánchez .

Si hay algo que reconocer a Pedro Sánchez es su habilidad para las relaciones públicas y, especialmente, para reforzar su imagen. En poco más de un año ha pasado de ser un paria extraparlamentario a convertirse en la ficha central del sistema. Primero se hizo con el Gobierno en una operación arriesgada pero que le salió bien. Luego, ya asentado en la Moncloa, puso a su maquinaria de generar opinión a funcionar a pleno rendimiento en prensa escrita, radio y, sobre todo, televisión.

Sánchez ha demostrado que los medios tradicionales no están muertos y que, al menos en España, su capacidad de prescripción sobre el votante sigue siendo considerable. Lo digo porque en las redes sociales no es especialmente popular, proliferan las chanzas y no son muchos los que salen a defenderle. Está a años luz del protagonismo que llegó a acaparar Pablo Iglesias en sus viejos buenos tiempos. Incluso pequeños partidos recién llegados como VOX le mojan la oreja en cuestión de "retuits" y "trending topics".

Tampoco es sorprendente. A estas alturas no es ningún secreto decir que en España las elecciones no se ganan en Twitter o Facebook, sino en la televisión. Ahí el equipo de Sánchez ha sabido reconstruir pieza a pieza a un tipo que hace sólo año y medio estaba políticamente desahuciado hasta convertirlo en un triunfador nato, un hombre moderado y dialogante, el único del que el votante medio se puede fiar.

Nadie se acuerda ya de cómo se estrelló contra otra sesión de investidura en 2016, de cómo ese mismo año fue sacado a patadas de la secretaría general de su partido, de cómo llevó al PSOE a los peores resultados electorales de su historia. Nadie se acuerda de aquello pero debería porque el fracaso de la investidura en julio está íntimamente emparentado con la proverbial impostura del personaje.

Todo en Sánchez es una contradicción. Lo que era válido hace tres años hoy no lo es y viceversa

En las elecciones de abril lo tenía todo a su favor. La economía aún marchaba bien, el recuerdo de Rajoy permanecía fresco, la derecha se presentaba dividida no en dos, sino en tres partidos, Podemos se licuaba en peleas y banderías internas, la gran prensa estaba entregada a él y se presentaba desde el poder, que eso cuenta mucho más de lo que suele pensarse. Con todo eso no consiguió superar el porcentaje de votos que Rubalcaba obtuvo en noviembre de 2011. En aquel momento se pensó que el PSOE había tocado fondo, pues bien, hace tres meses fue lo más que pudo conseguir con el viento soplando de popa con fuerza.

Lo que vino después lo conocemos. Como su única obsesión es mantenerse en el poder a cualquier coste ha llegado a proponer la modificación del artículo 98 de la Constitución para que gobierne la lista más votada sin que el resto de fuerzas políticas pueda impedirlo. Algo similar propuso Rajoy en el pasado cuando se encontraba en las mismas. Fue Sánchez el que se opuso con su vehemencia acostumbrada.

Como con sólo 123 diputado no puede tocar la Constitución se plantó en espera de que le dejasen pasar porque sí, porque él lo vale. Pidió y sigue pidiendo sentido de Estado a sus adversarios, el mismo que no observó cuando se encontraba en la misma situación. Todo en Sánchez es una contradicción. Lo que era válido hace tres años hoy no lo es y viceversa.

Una cosa son las tertulias políticas en televisión o las encuestas del CIS aliñadas por su leal Tezanos, y otra bien distinta la antipática aritmética parlamentaria

Como no le han dejado pasar por las buenas en su oficina de imagen se están encargando ahora de culpar a la oposición. A Podemos por no conformarse con lo que le ofrecían, al PP y Ciudadanos por el dichoso sentido de Estado. A quien se cuida muy mucho de culpar de nada es a los nacionalistas vascos y catalanes. Con esos es como Platero, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón. A estos los quiere tener contentos porque va a gobernar con ellos en Navarra.

Pero una cosa son las tertulias políticas en televisión o las encuestas del CIS aliñadas por su leal Tezanos, y otra bien distinta la antipática aritmética parlamentaria. Sánchez tiene los mismos escaños con los que Rajoy rehusó el encargo del Rey para formar Gobierno en 2016. Sabía que eran muy pocos y que no podría alcanzar ninguna mayoría. Fue entonces cuando Sánchez se tiró a la piscina persuadido de que el estado de opinión generado por la prensa afín era trasladable al Congreso.

A esa misma prensa, recrecida con nuevas y entusiastas incorporaciones tras la toma del poder, la puso a trabajar el mes pasado para presionar a Podemos durante las semanas previas a la investidura. La idea era simple: Iglesias tenía que entregarle sus escaños porque sí o a cambio de muy poco y, lo mejor de todo, si se negaba sería culpa suya que no pudiese constituirse un Gobierno de progreso con grandes programas sociales y bla, bla, bla. Justo lo contrario que le había insinuado a Rivera semanas antes, algo así como dame lo que tienes, de no hacerlo la culpa será tuya y España se quedará sin un Gobierno moderado y centrista que aborde las reformas necesarias que el país necesita frente al brote populista y los desafíos del mundo moderno. De nuevo la prestidigitación del charlatán de feria capaz de vender una nevera a un esquimal para que la ponga fuera del iglú.

Puede a partir de aquí ensayar una nueva investidura, pero esta vez el Rey le pedirá una mayoría segura

Todo, como vemos, puro humo de asesor político que juega con la ventaja de aposentar sus reales en el palacio de la Moncloa y que, por lo tanto, dispone de presupuesto, medios y tiempo para construir un relato que luego se pueda administrar por vía televisiva a toda España en prime time. Pues bien, a pesar del mimo con el que han elaborado ese relato no les ha terminado de salir, se ha vuelto a chocar de bruces contra la cámara como le sucedió hace tres años.

Puede a partir de aquí ensayar una nueva investidura, pero esta vez el Rey le pedirá una mayoría segura. No olvidemos que ya son dos fiascos los que le ha colocado a Felipe VI. Tal vez por eso, para evitar columpiarse de nuevo, corte por lo sano y deje pasar este mes para disolver las cámaras en septiembre. Eso o probar de nuevo la misma receta. Quizá a la segunda se salga.

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