Se preveía espectáculo en la investidura y lo hubo, aunque es cierto que algo más intenso de lo que se esperaba. Ante un debate como este cabían dos opciones. La primera, que Sánchez se presentase como un candidato moderado y de consenso a quien, por necesidades del guión, terminase convirtiendo en presidente del Gobierno la izquierda radical y los independentistas. Yo personalmente apostaba por algo así. El arte de la guerra ya se sabe que es arte del engaño y en el engaño es donde mejor se mueve Sánchez, y si no que se lo digan a su director de tesis.
A fin de cuentas el votante del PSOE pudo haber votado a Podemos pero no lo hizo. Votar es gratis, cuesta lo mismo votar a Podemos que al PSOE, por lo que se sobreentiende es que el votante socialista cree que Sánchez representa cierta moderación. Pero el candidato no quería dar el gusto a sus votantes, sino a sus socios en la cámara, así que se impuso la segunda opción: la de un PSOE desmadrado que sirviese de telonero al desmadre de Iglesias, Aizpurúa y Rufián.
Acuerdos y promesas
Bien mirado tiene sentido. Querían provocar la ira en la oposición y lo consiguieron sobradamente. Vamos, que lo iban buscando. En ello había tanto un cálculo mediático (la Sexta hace virguerías con estas cosas) como político. Sánchez no saldría investido si ERC no se abstenía, por lo que había que echarles algo de alfalfa para que puedan justificar ante su gente en Cataluña que van a aceptar un pliego de condiciones algo inferior al esperado. Sánchez les ha prometido la amnistía, algo que se daba por hecho, y una mesa de negociación de la que podría salir un referéndum... o no.
Más no podía prometerles porque entre las facultades del presidente del Gobierno no está conceder la independencia a una región. De haberse metido en el papel de moderado deshaciéndose en halagos a la Constitución y a la convivencia, en ERC le hubieran torcido el gesto y lo mismo no se abstenían. Pero Sánchez se limita a salvar el día y pensar entretanto como salva el siguiente, es decir, que ahora que está investido ya irá viendo como resuelve esto sin jugarse el puesto, que es lo único que le preocupa.
Con un tipo tan voluble no sería de extrañar que el próximo papel que interprete sea el de constitucionalista convencido si de eso depende que él siga ocupando la Moncloa. Pero esta vez ha ido demasiado lejos. Me temo que Sánchez y su nutrida nómina de asesores subestiman a Podemos. A diferencia de él, Iglesias tiene muy claro lo que pretende hacer con el poder, con su recién estrenada vicepresidencia y sus cuatro ministerios. No le basta con detentarlo. Antes de llegar hasta ahí ha tenido tiempo de planificar con calma los pasos a seguir y, sobre todo, el punto al que quiere llegar si las condiciones le son propicias.
Todo son carteras de segunda, algunas sin competencias reales, como la de Alberto Garzón, que será ministro de Consumo
Como en el PSOE no son del todo unos aprendices, han dejado a Podemos los llamados ministerios "sociales" bajo el paraguas del propio Iglesias, que se queda con una vicepresidencia muy descafeinada de asuntos sociales. Todo son carteras de segunda, algunas sin competencias reales, como la de Alberto Garzón, que será ministro de Consumo con casi todas las competencias relativas a consumo transferidas a las comunidades autónomas desde hace años.
Esto augura choques continuos porque unos pedirán y otros se negarán a dar. Por no hablar de los Consejos de Ministros en los que habrá dos jefes con su respectiva tropa de ministrines agarrados a su cartera. Son, por lo tanto, previsibles las purgas y que se formen grandes clientelas de partido en los ministerios de cada bando. El Estado puede dar de comer a mucha más gente de la que imaginamos, gente que hará todo lo que esté en su mano para mantener sus prebendas.
Preparémonos para las excusas de todo tipo que van a poner el primer lunes de cada mes cuando salgan las cifras de empleo. Terminarán culpando a Franco de que los números no le salgan
Vienen, además, tiempos de ajustes presupuestarios. La recesión llama a la puerta. Antes de Navidad el Banco de España rebajó su previsión de crecimiento para 2020 de un 2% a un 1,7%. Creciendo al 1,7% la economía española no crea empleo, lo destruye. No digamos ya si se aplican algunas de las medidas del pacto del abrazo como fulminar la reforma laboral o propinarnos un nuevo rejonazo fiscal. En ese caso, la previsión del Banco de España se quedaría muy larga y aquí, a diferencia de Argentina, el Gobierno no puede decretar el silencio estadístico porque en Bruselas no se lo permiten. Así que preparémonos para las excusas de todo tipo que van a poner el primer lunes de cada mes cuando salgan las cifras de empleo. Terminarán culpando a Franco de que los números no le salgan. Al tiempo.
Pero los roces entre el PSOE y Podemos serán un juego de niños al lado de los que habrá con sus medio socios de ERC. Digo medio socios porque en el Gobierno no van a entrar. Se han limitado a abstenerse a cambio de unas promesas que ellos entienden como antesala de algo más, esto es, un referéndum de independencia vinculante y con la anuencia no sólo del Gobierno, sino también del poder judicial.
Eso, evidentemente, no está en manos de Pedro Sánchez. Para dar curso al resultado último de sus promesas tiene que desmontar antes toda la arquitectura institucional del Estado y rearmarla de nuevo. Con media España abiertamente en contra y movilizada, semejante empeño se antoja poco menos que imposible. No le quedará entonces más remedio que quedar mal porque no se puede engañar a todos todo el tiempo. Al embustero se le termina atrapando siempre. Lleva dos meses dando coba a los independentistas convencido de que su sola presencia los amainará y se avendrán a un apaño más o menos generoso pero para el que no es necesario saltar las costuras de la Constitución, un documento cuya reforma requiere un consenso tan amplio como el que lo hizo posible hace 42 años.
No dispone de ese consenso. Todo lo contrario. Está ocasionando que la derecha se reagrupe ante un enemigo común y una amenaza cierta. No es eliminable que en las próximas elecciones, que no serán dentro de cuatro años, el Partido Popular, Ciudadanos y Vox se vean tentados de presentar una candidatura conjunta que vendrá reforzada por los hechos y el lógico desgaste del Gobierno. Eso está aún por ver, pero Sánchez ha conseguido seguir en el Gobierno tan por los pelos y con tal cantidad de hipotecas que de una manera u otra terminará declarando el impago.