La profesión política, en España sobre todo, se ha convertido en la que nada se parece a lo que fue. La degeneración hacia la insignificancia blasona, biografías de hombres y mujeres que el poder sostuvo, pero no la cualificación profesional, el que la tuviera, y menos la excelencia. El oropel es tan falso como un duro de madera, y la hopalanda no esconde la verdadera naturaleza con la que está hecha: papel de estraza con la que el pescadero envolverá cuarto y mitad de sardinas. Los que mandaron mucho pasan a la insignificancia, pero cuando estuvieron arriba jamás atendieron las voces del esclavo que un día tuvieron y despreciaron: Respice post te! Hominem te esse memento! Me gusta escribirlo y leerlo en latín, aunque en español resulta contundente y clarificador: ¡Mira tras de ti! Recuerda que eres un hombre. Pero los esclavos visten hoy el traje de un asesor, y además para qué van a saber latín.
Susana Díaz: fin del trayecto
En esto pienso cuando veo una fotografía en el periódico de una compungida Susana Díaz. Su gesto ausente y la mirada ida indica a quien mira la imagen que no piensa en nada. En nada que le guste desde luego. La política andaluza, si es que a esta hora no está fuera, lo fue todo y más aún. La gran esperanza del socialismo andaluz dispuesta a saltar Despeñaperros y ganar primero el PSOE y después el Gobierno de España. Pero nada salió como ella quería y tantos le prometieron, y eso que contó con los grandes prebostes del socialismo de Felipe González a Alfonso Guerra. Fuese, y no hubo nada. Como tantas cosas en España.
Me cuentan gentes que la conocieron bien que fue la gran revelación de la política, un aire nuevo y casi revolucionario tras la bruma que dejaron en el palacio de San Telmo sus antecesores Chaves y Griñán, a los que sirvió. O, mejor dicho, a los que supo servir.
Nada que pretendiera supo ganar. Perdió la presidencia de Andalucía, perdió unas elecciones en las que la derecha unida tuvo más votos, acabo con lustros de poder socialista, se hundió con todo el equipo en su intento de quedarse con la secretaria general que en el último momento le quitó un chisgarabís de la política que tenía en su haber una dudosa tesis doctoral y una corta experiencia como concejal y diputado chiripa: Pedro Sánchez.
Un escaño en el Senado y gracias
Susana Díaz es hoy un despojo político a punto de recibir la caridad que el sanchismo le ha reservado nombrándola senadora autonómica. Qué final, Susana Díaz, qué final. Al menos evitará ir a la cola del paro a pedir lo que le corresponda tras tantos años cotizando en la única empresa que conoce, el Partido Socialista de Andalucía. Me cuentan que hasta le ofrecieron la presidencia del Senado, esa Cámara inexistente en la que sestean los dinosaurios de la política española que sus partidos no quieren colocar en el Congreso. Y dijo que no, quizá porque creía que los tiempos cambiarían para ella. Hoy ni siquiera es seguro que termine sentada en la plaza de la Marina Española. Pero, ¿a dónde va quien acumuló tanto poder y no sabe lo que es trabajar en una empresa que no sea la Administración o el partido?
Sin poder no hay fieles
Hoy, alguien que formó parte de su guardia pretoriana me recuerda que le costó sacar Derecho diez años, y si bien ella pasó por la Universidad, la Universidad no pasó por ella. Y me la califica de inconstante, persona que va dando tumbos, despiadada, obsesiva con el poder y hasta tuvo tiempo, cuando vio que su barco zozobraba, de hacerse sanchista, o pedrista, como dicen por ahí abajo. Que termine calentando un asiento en el Senado es su gran paradoja. Pero ya se sabe, peor es robar que pedir, que dicen los mendigos en el Metro. Pedid y se os dará recomendaba Jesús. Y en eso está, aunque con poca fe, la verdad.
Más dura será la caída
La misma singladura, pero por razones distintas, viven hoy poderosas figuras de la política que todo lo tuvieron y todo lo han perdido. Dolores de Cospedal ha tenido que dejar un bufete que le daba magros beneficios porque no casa la reputación del despacho con las tres o cuatro (sic) reuniones que dice que tuvo con Villarejo. El juez García Castellón debe alucinar con la precisión de la que fuera la número dos del PP de Rajoy. Bárcenas hace bien aquello de Guerra: la venganza es un plato que siempre se sirve frio.
La misma frialdad que sentirá Pablo Iglesias, el que iba a asaltar los cielos y aseguraba que la derecha nunca gobernaría España. Al final terminó de diputado regional en Madrid. Pero antes de recoger el acta la vergüenza torera le obligó a cortarse la coleta y a hacer mutis por el foro. Y en la Complutense avisan: aquí no venga.
No será el último. O la última, porque Carmen Calvo -la que fue cocinera antes que fraila- prepara, según leo en fuentes bien informadas, su salida del Gobierno agraviada por una ministra menor de Podemos que le ha ganado la batalla del feminismo a propósito del bodrio de la llamada ley trans.
Los finales escritos
Quien haya visto el final de la película Blade Runner quizá recuerde la escena en la que el replicante que representa el actor Rutger Hauer dice que "es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo". Y entonces pensé de nuevo en Susana Díaz, Cospedal, Iglesias y Calvo. Y entonces recordé los cincuenta segundos del paseo en que el presidente de mi país le hablaba a la estatua de sal que era el presidente Joe Biden. Si Sánchez, que es astuto y calculador, fuera inteligente habría visto en ese momento el reflejo de su futuro. Memento mori. Pero, claro, quién en un momento como ese es capaz de recordar que es sólo eso, un hombre. Apenas un hombrecillo.