Esta crisis del coronavirus es un horror intolerable. Siguen muriendo centenares de ciudadanos cada día y ya hay 20.000 fallecidos en España. Muchos de ellos eran ancianos que desde luego merecían otro final y otra despedida de sus seres queridos. Resulta necesario recordar de vez en cuando estos datos tan tozudos como dramáticos porque la fuerza de la costumbre siempre puede provocar que acabemos normalizando lo que no es normal. Dicho eso, en los malos tiempos es mejor poner buena cara que vivir amargado. Del confinamiento también se pueden extraer algunas lecciones positivas para el futuro. Una de ellas tiene que ver con el teletrabajo.
Millones de personas están teletrabajando estos días. Tengo para mí que la mayoría de padres enclaustrados está deseando que esto pase para volver a la oficina de una santa vez. Así, por fin se alejarán de sus cónyuges y de sus hijos, amén de regresar a la socialización junto a los compañeros de curro. Conozco a unos cuantos que piensan así, sea por aquello de "cari, necesito mi espacio", sea porque no aguantan a su "cari" de turno tantas horas al día en el mismo espacio o sea porque en el trabajo buscan "caris" diferentes.
Serán esos sentimientos un tanto viles, sí, pero también reales como la vida misma, y no estamos aquí para juzgarlos. Además, se debe que tener en cuenta, en descargo de quienes quieran huir de la familia, que el teletrabajo obligatorio del confinamiento es muy distinto al teletrabajo habitual. Se lo dice alguien que teletrabaja felizmente desde hace un par de años. La diferencia fundamental para los padres es lógicamente que ahora tienes en casa a los niños. Y eso lo cambia todo.
Todos nos hemos sentido estos días identificados con aquel profesor que estaba siendo entrevistado por la BBC mientras sus hijos, al fondo de la habitación, montaban una fiesta desternillante. El vídeo se viralizó hace un par de años. Quienes nos reíamos a mandíbula batiente de aquel hombre pagamos estos días con creces habernos burlado de la desgracia ajena. Hay momentos en que la cosa tiene su gracia, como cuando nuestro hijo entra en la habitación donde su madre trabaja para saludar a sus alumnos diciendo "amigos" o "nenes", pero es menos gracioso cuando te interrumpe en medio de una reunión porque exige jugar a cualquier precio.
Nos han educado para que creamos que el sinónimo de trabajar mucho es pasar horas, horas y horas en la oficina. Pero aún así, quizás por eso de que prohibir incentiva las ganas de los prohibido, la mayoría quiere explorarlo
Aparcando por un momento a los hijos (mentalmente, claro), ya iba siendo hora de que esta modalidad de trabajo hiciera fortuna en un país adicto al presentismo laboral. El teletrabajo no es una costumbre muy acendrada en España. Nos han educado para que creamos que el sinónimo de trabajar mucho es pasar horas, horas y horas en la oficina. Pero aún así, quizás por eso de que prohibir incentiva las ganas de los prohibido, la mayoría quiere explorarlo. Un estudio previo a esta crisis decía que el 69% de los trabajadores españoles con posibilidades de teletrabajar querían hacerlo pero no podían porque sus empresas no se lo permitían. Ahora esas mismas compañías se lo han permitido gustosamente, claro.
Asimismo, no pocos empleados y muchísimos jefes intermedios -ahí está el enemigo- que abominaban del teletrabajo como si fuera una conjura para destruir el viejo mundo ahora lo practican porque no les queda otra. A buen seguro que unos y otros, defensores y detractores, están descubriendo que el teletrabajo no es el edén que cree el trabajador ni el horror que cree el jefe. La plantilla comprende por fin que esto no era el chollo prometido o esperado y el empresario por fin admite que esto puede funcionar.
El debate sobre el teletrabajo es muy antiguo. Ha tenido que llegar este confinamiento que todo lo cambia para desnivelar con claridad la balanza. La victoria del teletrabajo es inapelable
El debate sobre el teletrabajo es muy antiguo. Entre los argumentos a favor destacan la mayor conciliación, el ahorro de tiempo, la mejor productividad o la reducción del absentismo. En contra se arguyen la ausencia de socialización, la falta de control sobre el empleado o la dificultad para trabajar en equipo. Realidades contra patrañas, en el fondo. Ha tenido que llegar este confinamiento que todo lo cambia para desnivelar con claridad la balanza. La victoria del teletrabajo es inapelable. Es tan evidente que huelga explicar los motivos.
¿Habrá más teletrabajo tras esta reclusión? No es posible responder con certeza, porque las mentalidades dirigentes y presentistas no se cambian de un día para otro. Nos ocurre lo mismo con todas esas preguntas que nos hacemos sobre el post-confinamiento: decimos ya tópicamente que "nada será igual después de esto", pero esa afirmación también es demasiado atrevida en estos días inciertos. Como alguien escribió, el futuro es un país extraño.