Opinión

Tiempos para cocinar

En este confinamiento nos hemos acostumbrado a preparar comida como si fuéramos expertos o para intentar serlo. Si algo te sale mal, entras a Instagram para consolarte con los desastres de los demás

  • El confinamiento te obliga a probar recetas nuevas.

Los bares y restaurantes se inventaron para que estemos juntos y ahora quieren que los utilicemos para estar separados. O peor, para estar juntos pero separados por mamparas y largas distancias, que es como vivir sin estar viviendo. Paradojas que soportaremos durante eso que se ha dado en llamar "nueva normalidad". Nos adaptaremos, en todo caso, porque no queda otro remedio y porque el ser humano se adapta a cualquier cosa. Durante el confinamiento, sin ir más lejos, nos hemos acostumbrado a cocinar como si fuéramos expertos o para intentar serlo. 

Lo de cocinar, y sobre todo hacerlo bien, es un arte para el que no todos estamos hechos. Pero hay platos fáciles para casi cualquiera, al igual que en el amor siempre hay un roto para un descosido. Además, hasta los más reacios a los fogones han tenido que aplicarse el cuento durante la reclusión y tendrán que seguir haciéndolo de cara a los meses venideros, porque parece que lo de la hostelería pinta mal para bastante tiempo

En nuestro hogar nos gusta cocinar y parece que no se nos da mal del todo. Pero ocurre que ya en la tercera o cuarta semana de este sempiterno confinamiento se nos agotaron las recetas habituales. Tocaba innovar para no acabar hartos de nuestras propias especialidades. Me barrunto que habrá pasado lo mismo en todos los domicilios de España. Y, por ello, imagino que los cursos de cocina online y las recetas de Youtube están arrasando. Tiempos para cocinar, por tanto. 

Cuando algo te sale regular, siempre puedes consolarte entrando a Instagram para ver las tortillas de patata de alguna amiga novata en la materia o los bizcochos sin fundamento de algún otro amigo que no nació para la repostería

Desde el punto de vista estrictamente gastronómico, está claro que una de las consecuencias positivas de todo esto es que los recluidos hemos aprendido platos nuevos o hemos perfeccionado otros que ya preparábamos. Mi principal obsesión culinaria, por ejemplo, ha sido mejorar en los arroces y probar con algunos postres que no había intentado en el pasado. Los experimentos han salido bien en general y, como en todo, lo mejor es compararte con otros que sabes que están peor.

Cuando algo te sale regular, siempre puedes consolarte entrando a Instagram para ver las tortillas de patata de alguna amiga novata en la materia o los bizcochos sin fundamento de algún otro amigo que no nació para la repostería pero le falta que alguien se lo diga. Confieso que al navegar en esa red social he disfrutado de lo lindo viendo las creaciones de otros, por su buen aspecto, en algunos casos, y por su desastrosa pinta, en otros muchos. 

Cocinar (o intentarlo) también es una forma perfecta para entretener a los niños cuando ya no sabes a qué recurrir para calmar sus ansias de diversión. En casa lo pasamos bien porque nuestro pequeño tiene hechuras de cocinero

Cocinar (o intentarlo) también es una forma perfecta para entretener a los niños cuando ya no sabes a qué recurrir para calmar sus ansias de diversión. En casa lo pasamos bien porque nuestro pequeño tiene hechuras de cocinero. A sus dos años se sube a su torre de aprendizaje y cocina con nosotros. Es el pinche perfecto pero tiene aspiraciones de chef porque siempre quiere hacerlo todo o, en su defecto, decirnos cómo lo tenemos que hacer.  

En todo caso, cocinar en casa no puede suplir los placeres de acudir a esos bares y restaurantes convertidos ahora en fantasmas. A estas alturas es indiscutible que las verdaderas tres ces en este país son cañas, cena y copas. Todo ello se hace en los más de 300.000 establecimientos de hostelería que permanecen cerrados. Si, como parece, dicho cierre se perpetúa, la actual tragedia social mutará en tragedia económica. ¿Cuántos de esos locales que tanto extrañamos tendrán que echar el cierre? 

Nos queda rezar a los dioses (incluso a los paganos) para que todos esos bares y restaurantes no sólo no desaparezcan, sino que abran cuanto antes, aunque sea con mamparas, distancias y termómetros. Parece que en esa "nueva normalidad" nos tendremos que despedir de beber y comer en grupo durante un período tan indeterminado como doloroso. Mientras esperamos ese futuro desconocido, en los hogares tendremos que hacer bueno eso que decía Pepe Carvalho, el detective ideado por Vázquez Montalbán: "Hay que beber para recordar y comer para olvidar". 

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